Capítulo Treinta y tres (Parte I)

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Al que lee y no votan no les va a crecer ni las nalgotas, ni las piernotas, ni nada parecido

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Al que lee y no votan no les va a crecer ni las nalgotas, ni las piernotas, ni nada parecido. ¡Voten! 

*Hay una nota al final del capítulo. 

Mi cuerpo trepidaba en respuesta a todo el placer que estaba experimentando. Sentía que me asfixiaba en medio de caricias y gemidos que, aumentaban a medida que los movimientos de Pablo se tornaban más enérgicos. Los lentos y excitantes besos que repartía por la curva de mi cuello, potencializaba todo el deleite que se extendía por mi cuerpo. No podía pensar en nada que no fuese los dos juntos retozando como no lo habíamos hecho en semanas.

Podía percibir los latidos frenéticos de su corazón chocando contra mi espalda, mientras me apretaba la cintura, para impulsarse con más fuerza. Me encontraba tan sumergida en el momento, que no medía el volumen de los ruidos que salían de mis labios. Dejarme llevar fue inevitable, la yema de sus dedos entre mis muslos, el pase lento y estudiado de su lengua por mi piel, y la contundencia de cada embate, me llevaron a un estado en donde perdía el dominio de mi cuerpo.

Comencé a mover la cintura, empujada por la necesidad de prolongar el efecto producido por la fricción de nuestras partes más sensibles. No imaginé que el suave contoneo iba a desatar su descontrol, de la nada sus movimientos se volvieron más bruscos y excitantes. Levantó un poco más una de mis piernas, como si tuviera la necesidad de enterrarse con mayor profundidad en mi interior, al mismo tiempo que gemía pegado a mi oído, provocando una sensación de estremecimiento casi insoportable.

El calor me era sofocante, el placer adictivo. Cerré los ojos dejando ir el miedo que me atacaba cada vez que me encontraba en ese punto, al límite de la cordura. Pablo me cubrió la boca al mismo tiempo que mordió levemente mi hombro, desencadenando una satisfacción apabullante que me cortó la respiración por varios segundos.

Quise apartar su mano al sentir que me ahogaba, sin embargo, en medio de la agitación del momento me fue imposible llevar a cabo mi objetivo. Las piernas me temblaban de manera incontrolable mientras el ritmo en el que ambos nos movíamos se acoplaba.

—Mi amor... Luciana —me recordó.

El susurro de su voz me resultó deliciosamente estimulante. Fue un sonido ronco y agitado que me erizó la piel. Asentí pudiendo al fin apartar su mano, tomé aire por la boca antes de apretar los labios para no hacer más ruido, pero entonces me giró sobre la cama, colocándome boca abajo con un rápido movimiento. Que llevara mis brazos hacia atrás y se impulsara hacia mí sujetándolos con fuerza, fue algo que no esperé. Enterré el rostro en la almohada con el único fin de amortiguar mis gemidos. Aquello era más de lo que podía manejar, intuí que iba a terminar desmayándome, no obstante, me negaba a pedirle que se detuviera.

Pese al ruido que se producía por el choque de mi trasero contra su ingle, y los jadeos que escapaban de sus labios, pude escuchar con claridad tres golpes fuertes en la puerta. Pablo dejó de moverse en el acto y me soltó suavemente. Aquello me indicó que él también había escuchado lo mismo, los golpes no habían sido producto de mi imaginación.

Malas IntencionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora