Capítulo 2: Sobre Primeras Veces y Expectaciones Rotas

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Sobre Primeras Veces y Expetaciones Rotas

"Dad una máscara al

hombre y os dirá la verdad”

Oscar Wilde

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Cuando Riley despertó, estaba convencida de haberlo imaginado. Y era entendible. Estaba en su casa en su cama con su colcha envuelta alrededor de ella. La ventana estaba abierta, con las cortinas moradas moviéndose con el viento, pero eso no era extraño. Seguido, Riley dejaba las ventanas abiertas. Era poco probable que fueran a robar su casa. Era probable que uno de los vecinos siempre estaría viendo las casas por su ventana y sería capaz de identificar al ladrón.

De hecho, eran bastante obvios de sus actividades de espionaje, pero nadie mencionaba nada.

Riley sonrió suavemente al recordar que su padre siempre se quejaba de eso. Su madre había crecido en un pueblo parecido a este, a unos estados de distancia, y estaba acostumbrada a la familiaridad de los habitantes y Riley creció en Clearberry Lake, pero Elliot Clairbourne había sido criado en medio de Boston. Antes de la muerte de Annabel Clairbourne, era común ver a Elliot lanzando miradas fulminantes al señor Reich, el anciano vecino de los Clairbourne.

Ahora Elliot se limitaba a lo estrictamente necesario —comer, respirar, trabajar y dormir. Hablar era opcional la mayoría de las veces, así que el señor Clairbourne lo evitaba.

Riley se había acostumbrado.

Pasando una mano por su cabello para quitar los mechones negros de sus ojos, Riley parpadeó para poder ver y evitó mirar a la ventana, por donde se filtraba la luz del sol.

Imágenes de la noche anterior aparecieron en flashes en la cabeza de Riley —cuando Lady Kitten la noqueó y resultó que ella era la identidad secreta de Jordan, la acechadora del patio de secundaria. La extracción de sangre del brazo de Jordan y luego como la inyectaron en Riley, junto la esferita mágica de los poderes.

Riendo entre dientes, ella sacudió la cabeza.

—Tengo que contarle esto a Willie —se dijo a sí misma en voz baja.

Con un vistazo rápido al reloj de su mesa de noche y un suspiro reluctante, Riley se levantó de la cama y se duchó. El agua caliente relajó sus músculos mientras ella intentaba no pensar en el sueño.

Había sido tan vivido. Por un momento, se permitió creer que era verdad. ¿Ser Lady Kitten? Sería genial. Riley podría al menos engañarse por un momento diciendo que si tenía metas —salvar a la ciudad de las criaturas— y distraerse de que en realidad ella no tenía idea de qué hacer con su vida al acabar la escuela.

Lo bueno de su cabello era que su cabello era tan corto que, al salir, lo único que debía hacer era tallarlo con la toalla. Mientras lo cepillara al frente, era lacio y corto por lo que prácticamente se estilizaba solo.

Riley se puso algo de delineador y enchinó sus pestañas, con unos jeans oscuros, converse negros y una camisa azul marino con una frase irónica en azul.

Ella bajó las escaleras y se sorprendió al encontrar a su padre en la mesa del comedor. Sin embargo, se rehusó a mostrarlo. En su lugar, se sirvió una taza de café en un termo y cereal de chocolate con leche.

Intentó ignorar la petaca a un lado del café de su padre, donde probablemente había vaciado el alcohol.

¿Qué hacia su padre ahí? Demonios, la última vez que Riley recordaba haberlo visto era hace dos semanas, cuando lo encontró pegando una nota al refrigerador en la que decía “Viaje de negocios. Regreso el lunes. Papá”. Algo seca, pero Riley se acostumbró.

Lady KittenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora