Soy la mamá de las idiotas.
Probablemente ya era medianoche y yo aquí, afuera de la casa de mi mejor amiga —ya no tan mejor amiga— escondida detrás de unos arbustos esperando a que Guido apareciera. No, no lo había citado, ese hubiese sido un mejor plan, sin duda, pero cuando sigues tus impulsos no tienes tiempo de planear nada. Ni siquiera la ropa.
Después de llegar a mi casa esa tarde lo primero que hice fue cambiarme de ropa y para estar más cómoda me puse el pijama. Así que ahora cualquier vecino de los Martínez iba a tener el privilegio de verme en estas fachas.
Miré hacia la ventana del fondo, era la habitación de Guada, estaba a oscuras. Podría estar durmiendo o de fiesta, si habláramos lo sabría y si no hubiese salido apurada tendría mi celular conmigo y revisaría todas las redes sociales para lograr ver una foto que me dijera donde está, pero como ese no es el caso será a la antigua.
Me arrodillé en el pasto y tanteé con mis manos en busca de una piedra, la lanzaré para comprobar si está en casa.
Uno... dos... ¡tres!
Esperaba un tintineo o incluso un sonido de vidrio roto pero nada de eso pasó, por lo visto no había utilizado la fuerza suficiente. Frustrada y cansada del frío que produce el sereno de la noche me acerqué a paso rápido a la ventana, pegué mi rostro contra esta última y agudicé mí vista —imposible, lo sé— para así visualizar algo pero como era de esperarse, nada de eso sucedió.
Una leve brisa sopló, los vellos de mi nuca se erizaron y por puro miedo me abracé a mí misma. Ahora maldigo todos esos días de maratón de películas de miedo con los chicos. Cerré mis ojos con fuerza cuando escuché el golpeteó de una puerta, pack-pack-pá, al menos no era el chirrido de las bisagras porque eso sería peor.
Una brisa más fuerte sopló revolviendo mi cabello, abrí uno de mis ojos solo para ver una silueta en la ventana diferente a la mía. Ahogué un grito, no estaba preparada para morir y por eso mismo cuando vi que sostenía un palo y estaba a punto de golpearme con el, me di la vuelta y sin pensarlo dos veces elevé mi pie con todas las ganas y golpear justo en sus partes íntimas.
Sin importar si es hombre o mujer, un golpe al sur es doloroso.
— ¡Mami...! —su voz era aguda y detonaba dolor—
Cayó sobre sus rodillas, aproveché para agarrar el palo y apunté hacia él. Ahora tengo con que defenderme.
— ¡Q-quieto! —apreté el extremo del palo entre mis manos— no te tengo miedo y si te mueves ¡no voy a dudar en golpearte!
Escuché como se aclaraba la garganta y suspiraba para luego decir:
— Oye, casi me dejas sin huevos. Dame un respiro.
— ¡¿Guido?!
— ¿Cómo sabes mi nombre? Espera...
Y antes de que pudiera preguntar qué estaba haciendo una luz fue a parar directo a mis ojos.
— ¡Me vas a dejar ciega! —sin ver a donde le di con el palo—
— ¡Basta! Auch, ¡eso duele!
— Lo siento —dije—. No es cierto, pero igual.
— Ugh, solo... ayúdame a pararme.
— Está bien.
— Gracias. —escuché como limpiaba sus pantalones— ahora dime que haces aquí.
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ESEN © (antes "nameless")
Teen FictionLía y Guido se conocen de toda la vida, ambos albergan sentimientos el uno por el otro y, como todos, tienen miedo al rechazo por lo que deciden ocultarse entre las sombras. Cada uno juega sus cartas a su antojo, nadando entre el silencio y los se...