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Me toma un poco de tiempo llegar a la fatídica casa dentro del bosque, el ardor en mi pierna se incrementa por el sudor y la humedad característica de la naturaleza hace de esta situación menos llevadera.

Dejo salir un gran suspiro cuando logro visualizar la desteñida pintura, solo se escucha el sonido de las hojas secas crujir a cada paso que doy y la brisa golpear en los árboles, subo con mucho cuidado los escalones que me separan de la puerta —están en muy mal estado— y trato de abrirla pero no lo consigo.

Lo intento varias veces como si forzar la cerradura fuera a servirme de algo.

Justo tenía que ser lo único bueno que tuviera esta casucha...

Me paso la mano por la frente, quitando el sudor y algunos pelos rebeldes, bajo los escalones en busca de alguna piedra, agarro la de tamaño adecuado y sin dudarlo la arrojo con lo que resta de mis fuerzas hacia la ventana que está a un lado de la puerta.

Agradezco ser hija única y que mi padre sea amante de los deportes, aprendí una cosa o dos.

Con cuidado de no cortarme paso mi brazo por el hueco y alcanzo la perilla —lo mejor que puedo— con mis dedos, el clic se vuelve música para mis oídos.

Una vez dentro, le pongo seguro a la puerta porque no me confío en que yo sea la única por estos lares. Le echo un vistazo al interior de la casa y me da la sensación de que se me puede venir encima, es pequeña pero lo suficientemente espaciosa como para una o dos personas, a mí izquierda está lo que parece ser la cocina —hay utensilios esparcidos por doquier— y en el medio una mesa redonda, parecida a las que usan los niños en una reunión familiar; a mí derecha solo se encuentra el baño cuya puerta ha desaparecido y al fondo hay un sofá cama.

Me dirijo a este último al notar que está abierto, a medida que me acerco se me hace más evidente que tiene sábanas puestas y me llega el olor a detergente, en el brazo del sofá encuentro un juego de sábanas bien dobladas con un pedazo de papel sobre ellas.

Para que no pases frío.

Ian.

Al leer su nombre un pinchazo se instala en mi pecho, la escena de hace poco se viene a mi cabeza y pronto siento como mis ojos escuecen. No me gusta la idea de dejarle allá, posiblemente moribundo.

— Cuídate, Ian.

Murmuro como si el viento fuese mi mensajero, como si él pudiese oírme.

El ardor en mi pierna se hace presente y eso es prueba de que la adrenalina ya ha dejado de correr por mi cuerpo, por puro instinto voy hacia el baño pero no sale agua del lavamanos, abro todos los cajones que veo en busca de algún botiquín y en su lugar hallo otro pedazo de papel.

En la ducha hay un tanque con agua, todo lo que necesitas está en el estante de afuera.

Ian.

Frunzo el ceño ligeramente y niego con algo de diversión por la situación. Voy a dónde me indica y efectivamente está todo —incluido un pequeño botiquín—, mi piel se eriza un poco al caer en cuenta de que él realmente prestaba atención.

Tal vez demasiada.

Me decido por darme un baño decente porque, al fin y al cabo, relajarme por unos minutos no le va a hacer daño a nadie. Me demoro más de lo pensado por aquello de que me toca echarme el agua a mí misma y me escandalizo por el agua negra —medio gris, gracias al jabón— que rodea mis pies. Cuando termino, me seco y me curo la herida, improviso un vendaje mariposa y me visto, la ropa me queda grande.

Al salir ojeo la cocina una vez más y mi estómago ruje recordándome que existe. Solo hay platos amontonados y una nevera vacía, por la esquina del ojo algo azul capta mi atención, me agacho y la arrastro —sacándola de donde está—: es una hielera. La abro y hay un papel mojado, con la tinta corrida.

¿Comida? Comida.

Ian.

Debajo de este sobresalen enlatados y algún que otro emparedado. Devoro la mayoría. Con la panza simulando un embarazo y alrededor de la boca sucio de alguna que otra salsa, me dirijo a paso lento hacia el sofá cama, me dejo caer con brusquedad y me quedo absorta mirando el techo.

No sé exactamente qué se supone que haga ahora, por lo que se ve solo puedo pasar esta noche aquí pero ¿y mañana? ¿A dónde vas cuándo no sabes dónde estás?

Mis párpados empiezan a pesar y un poco de frío atormenta mi cuerpo, agarro una de las sabanas y tiro de ella haciendo que el pedazo de papel caiga sobre mi nariz, —maltratándome con una de sus esquinas puntiagudas— me lo quito de encima y lo miro con rabia. La poca luz que atraviesa la ventana me deja ver que tiene otro mensaje en el revés:

Como tu protector,
pondré mis manos donde las puedan ver y me rendiré.

Ian.

Aprieto el papel en mi mano y lo sostengo contra mi pecho, no entiendo a qué se refiere pero me da muy mala espina.

Y así, pensando en el significado de sus palabras, voy cediendo al cansancio; deseando porque el despertar marque el antes y el después de nuestras vidas.














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N/A

Hoy es lunes, un día en el que no publicó aquí pero tuve el capítulo listo y alguien insistió en que lo publicara enseguida 😅

Espero que les haya gustado. ¿Qué creen que pasará ahora? ¿Qué trama Ian?

¡Hasta pronto!

cc.

ESEN © (antes "nameless")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora