Phoebe es yo mientras escribía esto sabiendo que ustedes serían Ross. Capítulo dedicado a:
¡Que comience la maratón!
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.Guido.
Una canción que desconozco suena en la radio inundando el interior del carro con esa melodía country, la voz rasposa del cantante contrasta con la suave lluvia que cae desde la mañana, hoy no hemos visto ni un poco del sol.
Mi hermana duerme a mi lado en el asiento trasero, va lo más pegada posible a la puerta para no tener ningún tipo de contacto conmigo. Mis padres están preocupados por el cambio tan drástico en nuestra relación y los comprendo pero en lo que a mí respecta, ya me di por vencido.
Una alarma se enciende en mi cerebro al percatarme de la poca batería que me queda, rápidamente le escribo a Lía para dejarle saber el estado miserable del aparato, que ya voy de vuelta a casa y que esté lista a la noche porque pasaré por ella. Su respuesta no se hace esperar y tan pronto como le contesto el celular se apaga, dejándome a mi suerte en estas aburridas horas.
Me entretengo viendo como las gotas caen y se deslizan en el vidrio de la ventana, hay dos gotas juntas bajando al mismo ritmo, me pregunto cuál llegará primero a su fin. Mi madre me regaña por los pequeños ruidos que hago, se me había olvidado lo emocionante que puede llegar a ser jugar a las carreras con unas simples gotas de lluvia.
Joder, mi infancia.
- ¿Podrías detenerte? Vas a despertar a tu hermana -vuelve a decir mamá en un tono bajo pero lo suficientemente claro como para que me sienta amenazado-.
Pongo los ojos en blanco y chasqueó la lengua con fastidio, siento la urgencia de hacerle muecas cual crío pero detengo el impulso de idiotez cuando cruzo miradas con mi padre por el retrovisor. Sonrío mostrando todos mis dientes tratando de poner mi mejor cara de niño bueno hasta que vuelve su vista a la carretera, no hay nada más aterrador que la seriedad de esos ojos verdes. Suspiro aliviado dejando caer mi cabeza hacia atrás -mis ojos fijos en el techo del carro-, llevo mi mano derecha a la mancha justo a unos metros de mí, prácticamente a la mitad entre mi hermana y yo; inmediatamente mi mente me transporta a ocho años atrás. Puedo ver a una Guada de aproximadamente unos catorce años con los audífonos puestos escuchando la música de su mp3, y cómo yo trato de llamar su atención haciéndola enojar al punto que me arrebata la caja de jugo de mora de entre mis manos y lo aprieta provocando que el líquido se esparza en el asiento y llegue al tapiz del techo.
Una amarga risa muere en mi garganta, miro la expresión apacible de mi hermana quien duerme con los audífonos puestos -algo de su música llega a mis oídos- y me doy cuenta de lo mucho y poco que han cambiado las cosas.
El sonido de mis tripas hace que mi madre ría, siempre he sido fan de su risa porque no hay nada que quiera más en el mundo que verla feliz; aun risueña me dice:
- Creo que es hora de que abras las galletas de la abuela.
- El pastel de zanahoria que ha hecho Cassie está prohibido tocarlo -añade papá-.
- Tranquilo, no pensaba hacerlo -miento-.
Rebusco en mi mochila hasta encontrar las delicias que hemos traído de Maisenville, primero me robo una esquina del pastel de zanahoria. Cassandra iba en camino a convertirse en la competencia directa de la abuela.
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ESEN © (antes "nameless")
Teen FictionLía y Guido se conocen de toda la vida, ambos albergan sentimientos el uno por el otro y, como todos, tienen miedo al rechazo por lo que deciden ocultarse entre las sombras. Cada uno juega sus cartas a su antojo, nadando entre el silencio y los se...