Capítulo 1 - Sin sentido

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Mi vida había cambiado tanto tantas veces, que casi estaba acostumbrada a los cambios.
De estar hacinada en un orfanato a vivir con una familia extranjera. De estar apunto de entrar al peor reformatorio de Argentina, el Escorial, a vivir en una casa llena de amigos. De pensar que amaba a un delincuente mientras vivíamos en la calle, a estar segura de que amaba a un tierno y dulce chico cuya banda de música pop rivalizaba con la mía. De ser una chica sin esperanza, a escribir mi propio destino. De vivir en el 2008 a estudiar en el 2030 y después, viajar hasta el 2068.

Casi acostumbrada. Casi acostumbrada porque aún seguía extrañando todo lo que dejé en el 2010 -y a todos los que volvieron a ese año-. Extrañaba a mis amigos, a mis hermanos, a Cielo y a Nico, a Justina... Ningún lugar era perfecto si ellos no estaban conmigo. Ni siquiera el futuro.

Sinceramente, las cosas en el mundo no habían cambiado demasiado desde el 2010. Sí, es cierto que la ciencia había avanzado de una manera increíble, pero nada fuera de lo normal. Es decir, no existían coches voladores, ni se habían inventado las máquinas transportadoras, ni nada de eso.
Sí que se había avanzado muchísimo en medicina. Se habían compuesto las melodías más hermosas. Se habían escrito novelas increíbles, algunas de las mejores eran las que reflejaban lo convulsa que era la vida en la década de 2050 -sobretodo en Asia y Europa-.
Habían habido varías guerras. Sí, los seres humanos seguían siendo tal cual habían sido durante casi toda la historia de la humanidad, habiendo avanzado poco y menos. La poca tolerancia política y religiosa, sobretodo religiosa, fue la que provocó la mayoría de estos conflictos.
La naturaleza humana era algo que había dejado de evolucionar. Una real desgracia para nuestro mundo.

–Gata, ¿qué se supone que haces ahí?

Una voz me sorprendió, aunque esa voz era conocida. Me sorprendió porque nadie solía visitar el desván, ya nadie iba allí.
Aquel lugar, tan concurrido en otras épocas, estaba casi completamente abandonado. Aun estaba ahí el enorme reloj de hierro, la cama que alguna vez usó Cielo y en la que luego durmió Paz, todos los trastos que "decoraban" el lugar y también el laboratorio de perfumes que la hija pequeña de Nicolás Bauer tenía en la que solía ser la habitación de los más chiquitos.

Me giré sobre mi misma, cerré la ventana y me acerqué a la chica de ojos claros, que esperaba en la puerta, con esa mueca divertida tan característica suya.

–Te dije que no me llamaras así mientras que estemos en horario de clases, no es nada profesional–dije, dandole un ligero golpe de cadera y caminando con ella hacia el interior del cuarto. Allegra blanqueó sus ojos y pasó su brazo por mi cintura–Por cierto, ¿qué haces que no estás en clase?

La chica se despegó de mi y se sentó sobre la polvorienta cama. Elevó una de sus comisuras, pero pude ver que su mueca era algo triste.

–Quería pensar. Me gusta venir acá para hacerlo–dijo y sonrío triste, después de encogerse de hombros.

–¿Qué te ocurre, Inchausti?–pregunté, sentándome junto a ella de un salto, haciendo que una gran cantidad de polvo saliera despedido y se quedara en suspensión en el aire.

–Me gusta que me llames así, tía–dijo, sonando melancólica. Apoyó su cabeza sobre mi hombro y suspiró profundamente–Es por Matías.

Abrí los ojos con sorpresa y la miré como pude desde la posición en la que me encontraba.

–¿Matías Gorki?

Allegra asintió. Durante algunos minutos la adolescente me contó todo lo ocurrido con Matías. Parece ser que el chico era un idiota (lo más normal en un adolescente de su edad) y estaba dudando entre ella y otra chica de su clase.
Mi yo de 16/17 años se hubiera implicado tanto con esa historia, que Matías hubiera acabado con un ojo morado por hacer sufrir a mi pequeña.
Pero mi yo de 22 era mucho más tranquila y sosegada. Ahora pensaba antes de actuar -no siempre- y por eso es que pensé que lo único que necesitaba Allegra era un oído que escuchara su sufrimiento, así que eso fue lo que le di.
En un momento reí interiormente, dándome cuenta de que si el destino quería unir a un Gorki y un Bauer, en algún momento lo conseguiría. Y si no era así, seguro que no era culpa del destino.

La historia larga (Casi Angeles 5) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora