Capítulo 4 - El momento

510 26 4
                                    


Aquella noche apenas pude pegar ojo. Después de dar unas trescientas vueltas en la cama, escuchar música relajante y tomar varias infusiones de tilo, decidí que ya era hora de levantarme.

Apenas había amanecido cuando abrí las cortinas de mi pequeño loft, apenas habían dos o tres personas diseminadas por el campus. Era demasiado temprano para empezar a funcionar, pero ni había dormido en toda la noche ni iba a poder echarme a dormir en ese momento.

Abrí las puertas del balcón y una ráfaga de aire helado golpeó mi rostro.
Aún no me había acostumbrado al aroma del aire en el 2072. Era una mezcla entre olor a humo, acondicionador de lavanda y aceite para auto. No se notaba demasiado, pero acostumbrada a otro aroma, este me resultaba algo repulsivo.
Cerré las puertas.

Unos golpes apresurados en la puerta de entrada me despertaron del trance en el que estaba. Estaban aporreando la puerta con desesperación.

–¡Valeria!–los estruendosos golpes en la puerta se volvieron a repetir. La voz era masculina, pero no supe determinar si era conocida o no–¡Valeria, ábrime! ¡Valeria, por favor!

Caminé con rapidez y abrí la puerta, ni siquiera me molesté en saber quién era.
Ese hombre necesitaba algo.
Mi sorpresa fue superlativa cuando pude ver el lánguido rostro del hombre que golpeaba mi puerta.

–¿Simón?–pregunté en voz alta. Obviamente era Simón, por lo que no respondió. Parecía un zombie. Tenía los ojos enrojecidos e hinchados.  También habían grandes bolsas moradas debajo de ellos. Su piel estaba pálida, tanto que podía notar como una vena verdosa le cruzaba la frente. Su cabello estaba todo despeinado y en su barbilla se asomaba la sombra de una barba de dos días.

Simón pasó al interior del loft sin pronunciar una palabra, pisando con fuerza y con la cabeza baja.
Parecía... ¿enfadado?

–Simón, ¿qué hacés acá?

Él se giró. Sus ojos estaban llenos de ira. Casi podía ver cómo salían llamaradas de ellos. Sus fosas nasales se abrían y cerraban con cada violenta respiración.

–¡¿Qué hacés vos, Valeria?!–se acercó hasta mí de pronto y me tomó de los hombros, zarandeándome con fuerza hacia delante y hacia atrás. Por unos segundos, incluso se levantó algunos centímetros del suelo–¿Qué mierda estás haciendo? ¡¿Qué mierda vas a hacer, Valeria?!

Gemí. Grité. ¿Por qué no me soltaba?
Aspiré el ligero olor a alcohol de su boca. No estaba borracho, pero había bebido.

–¡¡Soltame!! ¡¡Simón, soltame ya!!–grité mientras intentaba soltarme de su agarre–¿¡Sos idiota?! ¡Soltame!

Sus ojos, nublados hasta ese momento, parecieron despejarse con mis gritos. Fue entonces cuando me obedeció. Suavemente soltó el agarre al que había sido sometidos mis brazos. Después se llevó las manos a la cabeza y caminó algunos pasos de espaldas a mí.
Yo pasé las yemas de los dedos por los lugares que Simón había apretado, ya que me dolían.

–Volvés–susurró. Seguía de espaldas, por lo que no podía ver la mueca de su rostro al hablar–Volvés al pasado y me dejás aquí, solo–hizo una pausa, como la que haría un malo de telenovela y después añadió–Sos increíblemente egoísta, ¿lo sabés?

–¿Yo soy egoísta? ¿¡Yo!?–me acerqué hasta él y le empujé para darle la vuelta y poder mirarlo a la cara–¡Lo dejé todo por vos, chabón! ¡Dejé mi vida, a mis amigos, a mis hermanos, a Nico y Cielo! ¡Dejé un futuro con un millón de posibilidades en 2008 para venir acá, con vos! ¡Te amaba, Simón! ¡Te amaba tanto que me destrocé la vida por vos, por no dejarte solo! ¿Y qué hiciste vos con todo mi amor? ¡Lo despreciaste! ¡Me engañaste!–grité fuera de mi misma. Estaba a una palabra de perder la cordura completamente, así que traté de calmarme. Bajé el tono de voz para terminar de hablar–No podes reprocharme nada, Simón. No podes reprocharme absolutamente nada.

La historia larga (Casi Angeles 5) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora