Capítulo 12 - Mi corazón

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–Pero no entiendo Nico–dije. Aún no había dicho una palabra más, se había quedado como congelado tras su última frase–Llevo tanto tiempo envuelta en esta locura de familia que entiendo que lo que decís es verdad, pero igualmente, ¿por qué me lo decís a mi? ¿No es más conveniente que esto lo hables con Thiago?

–Quiero que vos estés al tanto. Igualmente, Thiago ya sabe–dijo entre dientes. Levantó su rostro para mirarme fijamente a los ojos, parecía que aquello iba enserio–Hay alguien rondándolos, doce. Alguien que quiere saber algo que ustedes saben. Alguien que quiere algo que ustedes tienen.

Abrí los ojos con sorpresa. Verdaderamente, en aquel lugar nunca lograríamos estar estar completamente en paz y sin que nadie quiera hacernos daño. Y ahora todo era aún peor, pues había un montón de niños chiquitos dando vueltas por el Hogar y podían ser víctimas de las almas oscuras que nos buscaban a los grandes.

–¿Quién es ese "alguien"? ¿Qué es lo que quiere?

Nico sonrío triste, encogió los pies y giró en su sillón. Cuando hubo realizado un giro completo, paró de golpe, colocando ambas manos en el tablero de la mesa.

–Ojalá lo supiera.

En ese momento el teléfono de Nico sonó. Era un número desconocido, y debido a eso y a la hora que era, Nico pensó que era conveniente contestar. Salió del despacho, cuando abrió la puerta vi que el hall estaba en completa oscuridad, todos debían estar ya en sus respectivas habitaciones.

Me levanté torpemente de la silla que había enfrentada a la mesa de escritorio de Nico y Cielo y me senté en el sillón giratorio. Di algunas vueltas, mirando detenidamente cada pequeño detalle de aquella sala. Cientos de libros enterrados en aquellas paredes, el aroma del perfume de Justina, los gritos enlatados de todos los chicos que fueron maltratados, fotos familiares en los estantes, los historiales en los que se certificaba la tutela de Cielo y Nico sobre todos nosotros, las risas de los chiquitos, los llantos de Hope y Paz, las fotografías de familia,...
Estuve absorta por todo aquello por algunos minutos, hasta que mi vista se posó sobre un aparatito blanco sobre una estantería.

Por un momento pensé que sería un tipo monitor de bebés, para saber qué hacían los más chiquitos o escuchar sus voces, pero cuando me acerqué pude ver que estaba equivocada.
El aparatito emitía imágenes del exterior, justamente de la entrada de la plaza.
El portón de barrotes de hierro había sido cerrado, pero había alguien que intentaba escalarlo.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
Quería gritar, pero estaba paralizada.

El chico, completamente vestido de un color oscuro que no sabría determinar debido a que el aparato emitía en blanco y negro, giró suavemente su cabeza para acabar mirando directamente a la gárgola de la entrada -que había sido cambiada de lugar- en la cual se encontraba la cámara de seguridad. Pude ver entonces que esa persona se cubría la boca con un pañuelo estampado con estrellas. Justo como el hombre que revolvía mi mochila en aquel hotel de carretera la noche que llegué.

Entonces salí corriendo, corrí en medio de la oscuridad. Tropezándome con cosas que no recordaba que estuvieran ahí. Pude ver la silueta de Nico suavemente iluminada, sentado en el sofá. Continuaba hablando por teléfono.

–¿Qué ocurre, Doce?

–¡El chorro! ¡Es el chorro!–dije, no sé si Nico pudo escucharme, pues ya me encontraba en el pequeño porche que habia antes de pasar la puerta. Bajé las escaleras de un salto, dándome cuenta desde lejos que el chorro ya no estaba.

Igualmente corrí hasta el vallado de hierro forjado, agarrándome a los barrotes y mirando más allá para comprobar si era capaz de ver algo más allá de la poca claridad que aportaban las escasas farolas diseminadas por la calle.

La historia larga (Casi Angeles 5) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora