Capítulo 6 - Jazmines y alelíes

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En cuanto me acosté en la incómoda cama, aún aterrada por el incidente que acababa de ocurrir, pensé que no podría dormir en toda la noche. Pero me equivoqué.
No pasaron más de diez o quince minutos desde que puse mi cabeza en la almohada y ya estaba durmiendo como un tronco. El día había sido agotador, necesitaba descansar. Aunque parezca una tontería, viajar en el tiempo y caminar por el desierto sin agua ni comida, cansa. Mucho.

Teresa y Sebastián vinieron a despertarme a la mañana siguiente pero ya estaba lista para marcharnos. Realmente no podía esperar para llegar al Hogar Mágico.
El pequeño Sebastián se lanzó a mis brazos en cuanto me vio y su madre río divertida.

–Te adora, Vale. No lo he visto comportarse así con nadie.

Le sonreí dulcemente y después atendí a Sebastián, que tenía sus brazos alrededor de mi cuello y restregaba su mejilla en la mía.

–Buenos días, Sebastián–dije riendo cuando lo tuve sobre mi. Le di un beso en el cachete y salimos del cuarto junto a su madre–Buenos días, Teresa.

–Buenos días, bonita. ¿Cómo dormiste?–preguntó Teresa, al tiempo que me pasaba una media luna.

–Muy bien–contesté, aunque no estaba siendo del todo sincera. Le di un bocado a la media luna y mastiqué. La verdad era que había dormido como un angelito, pero el incidente me hizo sentir algo insegura y nerviosa. Claramente, no le había dicho una palabra a Teresa o Esteban sobre el misterioso hombre que se coló en mi habitación únicamente para revolver las cosas que habían en el interior de la mochila, pues no sé llevó nada–¿Y ustedes?

–Más o menos–suspiró. Entonces me di cuenta de las oscuras ojeras que habían bajo sus ojos–Sebastián estuvo un poco nervioso anoche, como si estuviera asustado. Tardó unas horas en dormirse.

El sonido del claxon del auto de Esteban nos sorprendió. Caminamos deprisa hasta el aparcamiento y, antes de irnos, dejamos las llaves en la mugrosa y maloliente recepción. Por un momento me pareció ver los ojos azules del hombre que entró a mi cuarto la noche anterior en los del chico que recogió nuestras llaves en la recepción. Pero de inmediato quité esa idea de mi mente, aquel chico parecía todo menos un ladrón o un pervertido. Más bien parecía un niño bueno.

Teresa y yo salimos en dirección al aparcamiento. Los tres miembros de la familia y yo subimos al coche cuando apenas había terminado de amanecer.

–Contanos algo sobre vos, Vale–dijo Esteban después de estar un rato en silencio, bajó el volumen de la radio para volver a hablar–Aún no sabemos nada de tu vida.

Me mordí los cachetes de las mejillas por dentro con ansiedad.
¿Qué debía responder a eso?
Inhalé y exhalé varias veces, limpié el sudor de mis manos en mi short y peiné mi cabello con mis manos.

–Bueno, yo... tengo 22 a...–y entonces algo heló mi sangre. En la radio, apenas perceptible, sonaba una canción que me trajo miles de recuerdos de golpe. Era una versión acústica. Se escuchaba el rasgado suave de una guitarra y la voz masculina, profunda y quebrada. Casi podía sentir que él estaba cantando junto a mi. Una lágrima rodó por mi mejilla. Esa canción era para mí. Él la escribió para mí, la escribió pensando en mi y ahora estaba sonando en la radio. No sabía por qué, pero de pronto estaba llorando como una idiota. Y más que llorar por la canción o el sentimiento que esta me transmitía, lloraba de emoción. Hacía demasiado que no escuchaba la voz de Rama.

Me quedé en completo silencio mientras miles de lágrimas corrían por mis mejillas. Teresa acariciaba mi pierna sin decir una palabra, su rostro parecía preocupado. Esteban también tenía su rostro ensombrecido, como si pensara que habían sido sus palabras la que hicieron que me echara a llorar como una histérica.

La historia larga (Casi Angeles 5) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora