Capítulo 3 - La carta de Nico y la tía Valeria

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Aunque lo intentara, no lograría describir la mueca que adoptó el rostro de Paz al decir aquella frase. Su rostro cambió tan rápidamente de gesto, que casi me pareció estar viendo un dibujo animado.
Primero, su cara se tornó pálida y su mandíbula descendió un poco; unos segundos después sus mejillas se encendieron, como si estuviera enojada y apunto de comenzar a gritarme. Y, por último, una sonrisa extraña se extendió por su rostro. Pero esta sonrisa fue sustituida de nuevo por una mueca de duda.

–¿Podes repetirlo?

Me llevé las dos manos a la cabeza. No quería repetirlo. Después pasé la lengua por mis labios y tragué saliva con dificultad. Me había costado demasiado decir aquello, ¿por qué debía decirlo de nuevo? Ella lo había entendido a la perfección.

–Paz, yo...–comencé a decir, pero tuve que detenerme pues el timbre de la puerta sonó varias veces seguidas, como si quisieran imitar el ritmo de una canción.

Paz reaccionó de inmediato, volviendo la cabeza hacia el lugar del que procedía el sonido. Su rostro aún estaba ligeramente descompuesto.

–Esos deben de ser Camilo y Félix–dijo Paz, levantándose del sofá. Ahora volvía a sonreír–Seguro que Camilo olvidó sus llaves. Siempre las olvida.

Alisó su camisa y caminó hasta desaparecer por la puerta que daba al pasillo. Apenas unos segundos después, un niño castaño, de cabello rizado y ojos aún más azules que los de Paz, entró corriendo y se abalanzó sobre mi, haciendo que acostara toda mi espalda sobre el sillón.

–¡Tía Vale, tía Vale, te extrañé!–gritó el niño antes de que lo elevara en el aire y diera varias vueltas con él.

–¡Yo también te extrañé! Pero por el bien de mi espalda, dejaré de levantarte en peso si seguís creciendo así de rápido, gatito–dije en cuanto lo dejé en el suelo, revolviendo su cabello y besando su frente.

Felix puso una de esas muecas que hacen los niños cuando están pensando en hacer alguna trastada y, de un salto, se sentó en el sofá.

–¿Te estás haciendo vieja, tía Vale?

Fingí indignación ante su comentario, llevando una mano a mi pecho como si también estuviera muy ofendida. Felix se dio cuenta de que solo estaba fingiendo y soltó una carcajada tierna que me hizo sonreír levemente. Cuando estaba apunto de contestar, la voz de Camilo me interrumpió.

–No, Felix. El abuelo se está poniendo viejo–la voz procedía del umbral de la puerta que daba el pasillo, la misma puerta por la que había entrado Felix–La tía Vale es solo una jovencita.

Me giré en dirección a la puerta para poder mirar de frente a Camilo. Parecía que hacía mil años desde la última vez que lo había visto.
Camilo había ocupado el puesto de Nico, por lo que siempre estaba viajando. Y últimamente aún estaba más ocupado debido a unas complicaciones con el nuevo Mandalay de Madrid. Así que era casi un milagro poder verlo cara a cara y no escuchar su voz a través de un teléfono o ver su rostro en una pantalla.

En comparación con el Camilo del 2030, su rostro estaba ligeramente más arrugado. Su cabello oscuro y rizado de una forma casi salvaje, se había vuelto completamente grisáceo y ahora estaba peinado hacia atrás, disimulando la ligera falta de cabello que sufría. En ese momento pensé en lo mucho que se diferenciaba y la vez se parecía, físicamente, a Juan Cruz.

–¿Y a mí? ¿A mi no me extrañaste?–preguntó en voz alta, captando mi atención, que en ese momento estaba algo dispersa.

–Por supuesto que sí, gato–sonreí de lado. Antes de que me pudiera dar cuenta, Camilo había caminado hasta mi y se había abrazado a mi cuerpo. Sentí sus brazos acunarme con ese cariño paternal que solía desprender Nico. Sentí ese abrazo completamente diferente a los que me había dado durante estos últimos 4 años. Sentí que era una abrazo de despedida. ¿Acaso él lo sabía?

La historia larga (Casi Angeles 5) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora