Capítulo 7 - Ráfagas de felicidad

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Los brazos de Alelí abrazaron mi cuerpo con tanta fuerza que pensé que dejaría de respirar en cualquier momento. Pero, aún así, aquel abrazo se sentía tan bien que no hice nada por evitar que la enana -ahora no tan enana- me abrazara.

–¡Oh! ¡No me lo puedo creer! ¿Sos vos de verdad?–preguntó al rato, cuando por fin decidió que ya me había abrazado lo suficiente. Asentí a su pregunta. Sus manos estaban en mis brazos, como si pensara que al soltarme podría desaparecer–¿Pero, cómo?

No dije nada, no pude. Me quedé en una especie de shock. Por encima del hombro de Alelí pude ver cómo otra figura, también femenina, se acercaba hacia nosotras.
Pensé de nuevo en salir huyendo de ahí. Pero no pude, Alelí mantenía fuerte -no demasiado- su agarre a mis brazos. Me miraba como si llevara toda una vida sin verme, repasaba cada uno de mis rasgos como queriendo descubrir si aquella persona que tenía delante era verdaderamente Valeria Gutiérrez o no era más que una doble.

Cerré los ojos y me giré, deshaciéndome del agarre de Alelí, cuando la pequeña figura femenina estuvo lo suficientemente cerca.

–¿Qué hacés?–me susurró Alelí, pero antes de contestar, la voz de la otra mujer se alzó.

–Perna, ¿encontraste a los chiquitos? La jirafa y yo tenemos que vestirlos a ellos y luego nosotras. Y se nos echa el tiempo encima, che –habló con ese estado natural de nervios en el cual Marianella vivía constantemente.

Descubrí entonces que Bruno debía ser su pequeño retoño. Y, obviamente, Amado era el hijo de Mel y Teo.

–No me retes, pero aún no los encontré. Esos dos son imposibles de controlar–suspiró Alelí, después continuó hablando–Solo me queda mirar en el sótano y conociéndolos, estarán haciendo alguna de las suyas allá abajo.

Yo había caminado, de espaldas a ellas, algunos pasos. Tanto que apenas pude escuchar la última frase de Alelí.
Realmente me moría de ganas por abrazar a Mar, pero el miedo aún corría por mis venas, frenándome.

Cuando ya creí que la más bajita se había marchado, me di la vuelta con lentitud.
Al ver que Alelí y Mar continuaban hablando, me giré rápidamente. Pero creo que no lo suficiente.

–¡Ay! ¡Ay, no!

–¿Qué ocurre, Mar?–preguntó Alelí, alarmada ante el alarido que acababa de soltar la otra.

Mar comenzó a respirar con fuerza, a hiper ventilar, como si le estuviera dando algo. Se abanicaba con sus manos. La cara de Alelí era un poema. Después de unos segundos, su respiración se tranquilizó.

–Creo que todos los nervios de la fiesta de hoy me están volviendo chapita... No me vas a creer, te prometo que es un locura....

–¡Hablá ya, Mar!

–Me... me pareció ver a... a Valeria.

"Marianella Mariana, tan melodramática como de costumbre" pensé medio sonriendo.

Lo siguiente que recuerdo fue que Alelí dijo algo, vino hacia mí y me agarró del brazo para llevarme justo frente a Mar.

Ella continuaba contando con su pequeña estatura. Llevaba el cabello ondulado pero ya no había rastro de su flequillo ladeado. Podría jurar que no había envejecido en absoluto, estaba tal cual la recordaba.
Su respiración pareció congelarse cuando me vio, su gesto también lo hizo.

–¿Valeria? ¡Perna! ¡Sos Valeria!–saltó sobre sus pies unos segundos y después se lanzó a abrazarme. Casi caemos de espaldas al suelo, Mar continuaba teniendo mucha fuerza.

La historia larga (Casi Angeles 5) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora