La ciudad maldita, ese fue el nombre que recibió después de que la mayoría de sus habitantes enloqueciera. Quien se atreva a entrar, podría sufrir ese mismo destino.
Mientras caminaba por las escaleras que se adentraban en la oscuridad, me di cuenta del silencio que lo envolvía todo. Ni un gruñido o susurro, ni siquiera un aleteo o zumbido, solamente el sonido de mis pasos, mi respiración agitada y el chisporroteo de mi antorcha.
Por primera vez desde que nací me sentí débil, pero sin estar cansado. Una sensación rara, como si mi energia fuera absorbida lentamente, aunque también se sentía extrañamente familiar. Las piedras mágicas que intente encender se apagaron de inmediato, apenas dejando salir un pequeño brillo, un evento anormal.
Fue hasta que casi llegaba al final de la escalera que me di cuenta de lo que ocurría: ahí abajo no existía la energia mágica que había estado alimentando mi cuerpo desde que renací.
Aunque ya era algo vago y confuso, el recuerdo de mi anterior cuerpo aun se mantenía, era por eso que se sentía tan familiar, mi cuerpo ahora se había convertido en uno normal, sin magia o algún tipo de energia anómala en él.
El ambiente ahí abajo se mantenía como debió haber sido antes del gran cataclismo. Antes de la era de la magia.
Camine por calles desiertas y hermosas casas consumidas por el paso de los siglos. Edificaciones que en algún momento debieron estar construidas directamente en la piedra viva y revestidas de mármol, ahora se encontraban llenas de suciedad y con grietas las cuales decían que habían tenido mejores tiempos, pero aun de pie, esperando por los habitantes que ya jamas regresarían.
El ambiente era muy pesado, sin embargo mi meta todavía estaba mas abajo, en las minas que llevaron la ciudad a su final.
Encontré la entrada al subterráneo, un hoyo de diez metros de circunferencia, cerca del monumento que representaba a un hombre alzando una espada. Ese debió ser el centro de la ciudad.
No existían escaleras o algún otro método para descender, así que tome una cuerda de la bolsa y la ate al monumento, aun resistente a pesar de que estuvo sin cuidados durante tan largo tiempo. Apagué el fuego y comencé a descender.
Abajo todo era negro, pero no temía el ser atacado, nada se acercaba a ese lugar. Encendí nuevamente la antorcha para ver a mi alrededor. Solo había un túnel, que se perdía en la oscuridad.
Anduve por lo que me parecieron horas, hasta que llegue al final, una habitación tan grande que en ella bien podría entrar fácilmente otra ciudad. Y toda estaba llena de tesoros. Oro, plata, piedras preciosas, armaduras con tal elaboración que debieron costar una fortuna.
Todo estaba limpio y brillante, parecía como si por ese lugar no hubiese pasado el tiempo.
-Así que has venido, hijo del rayo.
Una voz débil me hablo desde lo alto de una montaña de oro. Al ver hacia ahí me encontré con un hombre sentado en un trono negro, su rostro me era vagamente familiar, pero no podía reconocerlo porque estaba consumido por el peso del sufrimiento.
-¿Quien eres? -pregunte.
-Soy aquel que dio inicio al final de todo.
-Pareius -susurré.
El hombre asistió muy débilmente. Parecía como si en cualquier momento fuera a caer muerto.
-Si y no -me respondió-. Soy solo un fragmento, un eco de lo que alguna vez fui.
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Theria Volumen 2: El señor de la tormenta.
AdventureContinuación de "Theria, un nuevo mundo". Después de separarse de sus compañero para dirigirse a Sa'lore, Hill se adentra en las montañas Kev'a, morada en ruinas de una civilización antigua. Mientras tanto, Tyna, Aria, Sarel y Clarisse viajan en com...