III

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Esa noche no fue como las demás.

A eso de las cuatro y treinta y cinco de la mañana me desperté de repente, la habitación estaba a oscuras y solo un atisbo de luz blanca entraba por la ventana gracias a la luna. Me senté en la cama, todo parecía normal, seguí mirando alrededor de mi cuarto y vi que en donde debía estar la percha -que tengo expresamente para los abrigos gordos de invierno-, había una sombra. Me asusté y me sentí como en las películas de miedo en las que si enciendes la luz la sombra se va pero al volver a apagarla, el ente vuelve estando aún más cerca. Como Nunca apagues la luz, por ejemplo. Pero esto no es una película de miedo, se supone que es la vida real¿no? No hay nada que temer.

Poco a poco dirigí mi mano hacia la mesilla que esta a mi derecha y encendí la pequeña lámpara que usaba para leer. En donde hace un segundo se encontraba la sombra, estaba posada, la percha con todos mis abrigos, miré en todas direcciones y no volví a ver nada.

Lo sabía, mi imaginación me había jugado una mala pasada, aunque de todas maneras no me sentía muy seguro. Estaba empezando a sentirme poco cuerdo desde lo del claro esta noche, de lo cual, tenía que hablar con cierta chica mañana cuando la viése en clase.

(...)

Me levanté como cada mañana y me fui a la ducha. Al verme al espejo con la misma ropa de ayer y las hermosas ojeras que tenía me acordé de lo ocurrido la pasada noche y madrugada y estaba decidido a hablar con Amelie para que me explicase qué narices era lo que estaba pasando y qué había pasado con la chica de ayer.

Al bajar a desayunar me encontré una nota de mamá pegada al frigorífico.


Jasper, cielo, Sophie y yo hemos salido a Port Angeles a pasar el día juntas, si necesitaras algo mi compañero Phil te puede ayudar, siempre está en la comisaría. Te hemos dejado el desayuno en el frigo.Llegaremos al final del día.

Ve a clase y cuídate. Con amor: mamá


Vale, me habían dejado solo, bien. Cogí mi desyuno y, después de calentarlo me lo comí. Unas simples tortitas con sirope de chocolate. Cogí las llaves y la mochica y conduje al instituto, al aparcar vi que los vehículos de los Cullen ya se encontraban allí. Bien esta es la mía.

Sin parar a saludar a nadie, me fui a mi taquilla, a unos escasos metros de la de Amelie y la observé cogiendo los libros de su primera clase, no esperé a nada y me dirigí prácticamente corriendo a ella.

-Amelie.-vi como se tensó.

-¿Si, Jasper?-respondió sin darse la vuelta.

-Mírame, necesito que hablemos.-le pedí amablemente y con voz suave.

Giró la cabeza para verme unos segundos y se dio la vuelta para seguir su camino, pero esto no iba a quedarse así. La agarré del codo para voltearla y sé, que la gente aquí no es que tenga la piel caliente pero tampoco pensé que su tacto fuera tan frío, al menos mis amigos están menos congelados. Su piel era suave y tersa pero a la vez era tan fría como el mismo hielo.

Ella alejó bruscamente su brazo y me miró mal.

-Tú y yo no tenemos nada de que hablar.

-Ahí te equivocas, Amelie. Lo que sucedió ayer en el descampado es un gran tema para charlar.-respondí enarcando una ceja.

Ella me miró intensamente con sus ojos ¿dorados? ¿Eran dorados, no?. Ahora estaban como más enegrecidos.

-T-tus ojos están cambiando de color- le dije señalándo su cara, cuando la vi por primera vez ern dorados y ahora estaban poniéndose rojizos. Ella se puso nerviosa y miró hacia arriba, hacia las luces.

Tua Cantante. (Jasper Hale)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora