7. Decepción

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- ¿Podemos seguir?- preguntó el psicólogo mirando a Zass

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- ¿Podemos seguir?- preguntó el psicólogo mirando a Zass.

- Supongo que sí... creo que no tengo nada mejor que hacer.- contestó.

- Está bien... como imagino que sabrás, tu condena va a ser pena de muerte... ¿Qué sientes ante eso? ¿Preferirías una cadena perpetua?

- Me gusta más la idea de la pena de muerte. Soy muy afortunado, voy a morir y sé exactamente cuándo. Eso me va a permitir tener un tiempo precioso para poner en orden mis asuntos. Es una oportunidad de la que muchos carecen, como por ejemplo mis víctimas.- contestó Zass seriamente.

El psicólogo tragó saliva y volvió a ajustar sus gafas. Era un tic nervioso que afloraba cada determinados minutos.

- Bien... según los informes forenses de tus víctimas, casi todos a excepción de unos pocos se estima que sufrieron torturas físicas muy duras antes de ser finalmente asesinados... ¿Es eso cierto?

- Y tanto que lo es.

- ¿Por qué motivo? ¿Qué te impulsaba a hacer sufrir de esa forma a inocentes?

- Bueno... hay muchas formas de matar. Se puede matar a alguien disparándole en el cráneo, apuñalándole en el pecho, envenenándolo... hay muchas formas, podría estar horas dando ejemplos... ¿Pero en qué se parecen todos esos ejemplos que he aportado? En que son rápidos. Son formas de matar demasiado rápidas, demasiado... insustanciales... De esa forma no te da tiempo a disfrutar cada detalle, de saborear todas las emociones, no te da tiempo de conocer a la otra persona. Las personas se muestran tal y como son realmente justo antes de morir. Es por eso que mató lentamente... a parte de porque me encanta, tampoco voy a mentirte.

Sudor frío recorría la frente del psicólogo. Aquella conversación estaba siendo dura de digerir incluso para él, que acostumbraba a entrevistar a asesinos. La frialdad y naturalidad con la que Zass contestaba a sus preguntas le ponía la piel de gallina.

- Perfecto... ¿Por qué has decidido entregarte?

Zass esbozó una amplia sonrisa, que recorría su rostro de lado a lado, para poco tiempo después comenzar una histérica carcajada.

- Me temo que no puedo contestarte a esa pregunta. Es una cuestión personal.- contestó Zass con todavía aquella sonrisa dibujada en su semblante.- Por cierto...

- Dime.- contestó el psicólogo

- Esta entrevista me ha servido para mucho de verdad. Te lo agradezco de corazón.- dijo Zass.

- Me alegra escuchar eso.

- La verdad es que ha sido muy útil para entrenar mi ingenio y originalidad... ya sabes, para no perder facultades por dejar de practicar.

- ¿A qué te refieres?

- Pues me refiero a que durante esta entrevista se me han ocurrido veintisiete formas en las que podría matarte. Cada una más interesante que la anterior. Sin duda tu cabeza quedaría exquisita clavada en una pica. Sería algo digno de ver. Vaya... ahora son veintiocho.

El psicólogo retrocedió varios centímetros su silla, alejándose de la mesa metálica.

- Te veo incómodo... ¿Por qué no te acercas?- preguntó Zass.- Me interesaría saber un poco más sobre ti.

Uno de los guardias se acercó al psicólogo y le dijo en voz alta:

- Puedo sacarle de esta sala cuando lo desee, o puedo hacer que cierre la boca. Lo que usted prefiera.

Sin embargo, este seguía teniendo su mirada clavada en los oscuros ojos de Zass, sin poder mover ni un solo músculo.

- Jajajaja mira eso.- dijo Zass mirando a sus espaldas.- Está cagado de miedo.

Zass miraba hacia sus espaldas y reía sonoramente. Sin embargo, tal y como había ocurrido anteriormente, en aquella zona de la sala no había nadie.

- Ya ha sido suficiente.- dijo el psicólogo recogiendo su carpeta de folios. Agradezco de nuevo tu colaboración.

Se levantó y, después de que uno de los guardias le abriera la puerta, abandonó a toda prisa la sala de interrogatorio.

Zass durmió una noche en el calabozo de la comisaría y al día siguiente se celebró el juicio. Las declaraciones que Zass hizo el día anterior ante el psicólogo y el hecho de que las volvió a reconocer el juicio, aceleraron mucho el tramite penal, por lo que ese mismo día Zass fue condenando a muerte por inyección letal. La última semana de su vida la pasaría internado en la prisión federal de Alaska.

Zass era arrastrado por un enorme pelotón policial hacia la entrada de la prisión estatal, considerada como una de las más seguras de los Estados Unidos

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Zass era arrastrado por un enorme pelotón policial hacia la entrada de la prisión estatal, considerada como una de las más seguras de los Estados Unidos.

- Que bien... me siento como el primer día de cole.- dijo Zass.

Tras retirarle sus pertenencias y colocarle el uniforme que todos los presos estaban obligados a llevar, Zass fue conducido hacia su celda. Todos los presos miraban asombrados desde sus celdas e incluso algunos se apartaban lo máximo posible de los barrotes. Todos los criminales habían escuchado hablar del hombre de las mil caras y era alguien totalmente respetado y temido dentro del mundo criminal.

Cuando llegaron hasta su celda, la abrieron y empujaron a Zass a su interior. Caminó hacia una de las literas que había y se dejó caer sobre el duro colchón.

Al mirar hacia su derecha, observó al preso que sería su compañero durante aquellos días. Le miró durante varios segundos, hasta que este se percató y le devolvió la mirada. Tras esto, Zass retiró la mirada y resopló profundamente.

- ¿Qué pasa contigo?- preguntó el otro preso.

- Nada... solo que no puedo evitar sentirme un poco decepcionado.

- ¿Decepcionado por qué?

- Bueno... esperaba que Azel hubiera elegido a un portador mejor que tú. Pero bueno... sus razones habrá tenido... ¿Verdad Connor?

 ¿Verdad Connor?

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