3. La morgue.

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Todo el material estaba preparado cuando entró en la amplia sala gris. Era un sitio anodino y sin personalidad, el más adecuado para trabajar sin distracciones aunque ella siempre llevaba una radio para hacer más amena su tarea.
Su jefe se había empeñado en darle un toque de color y planeaba trazar una línea a media altura y pintar la parte superior de azul cielo, decía que así la muerte era menos dura.
La muerte era la muerte, no importaba el color.

No era agradable pero era necesaria.

Lo innecesario eran todas las consecuencias que traía con ella y lo que había visto a lo largo de su carrera: Estrangulamientos, apuñalamientos, venenos incapaces de ser detectados a través de análisis de sangre, niños...
Eso era lo que peor llevaba: los niños.

Ella solía encargarse de todos los cuerpos que llegaban al depósito, era su trabajo y le encantaba.
Normalmente Elettra cuando era pequeña no se centraba en nada en especial pero cuando descubrió la ciencia supo que eso era lo único que podría interesarle para toda la vida.
Siempre le había causado gran curiosidad, la manera en que crecía o se desarrollaba una planta, la investigación, la física, los tejidos, la muerte de las células le había fascinado.

Y si finalmente se decidió por la muerte en vez de la vida fue porque sus pacientes eran más silenciosos y a ella le gustaba la calma.
No le gustaba tratar con la gente, explicar que su hijo estaba enfermo e iba a morir, sus pacientes ya estaban muertos y aunque a veces tuviera que hablar en un juicio de cómo había sucedido todo, no se comparaba a ponerse enfrente de un familiar y decirle cuántas y de qué formas había sido tiroteado o apuñalado la persona a la que quería.

Lo que tenía claro cada vez que salía de la morgue es que el mundo estaba jodido, muy jodido, totalmente destruido por la avaricia, la envidia y la ira, pero era una de las que marcaban la diferencia, de las que conseguía que el culpable no quedara suelto y pudiera actuar de nuevo.
Tenía rotunda fe en ello.

No siempre era así, la mayoría eran criminales casuales al que un robo se le había complicado, algún asesino que cobardemente había preparado el crimen perfecto, sin contar que este nunca había existido ni lo haría, sobre todo si estaba en sus manos, y que tenía inquina a una sola persona y no tenía por qué volver a matar.
Pero siempre, siempre, un asesino que mataba repetía. Era mucho más fácil que lidiar con un problema.
Que el el vecino molestaba le cortas la cabeza y la entierras en el jardín, que los niños no paran de hacer ruido incendias la casa e intentas que el seguro te indemnice para irte de vacaciones.

Soltó un resoplido.

Lo que estaba claro es que si dependía de su mano no dejaba ni un solo detalle sin investigar. Tomaba muestras, medía los arañazos más y menos profundos, cada pequeña herida, cicatriz, nada escapaba a su ojo clínico.
Ni a su cámara. Una Nikon F-60, la más adecuada para este tipo de fotografía gracias a su resolución y colores.

Pero a pesar de su felicidad en ese aspecto y que trabajaba en lo que le gustaba se sentía sola, después de cinco años de estadía en aquel país que tan bien le había recibido seguía necesitando hablar con su familia cada día.
Ella era de origen italiano pero el amor a su trabajo, a la manera de vivir en España le hizo enamorarse lo suficiente para mudarse después de encontrar un buen trabajo.
Trabajaban directamente con las altas esferas de la seguridad del país así que sus clientes no eran habituales y ella estaba despierta 24 horas si era necesaria.

Se puso la bata de plástico verde que le protegería de cualquier rastro de sangre, o incluso infección, la mascarilla que en este caso parecía necesaria. El cuerpo había llegado en un grave estado y aunque no había pruebas de intoxicación ella se olía estas cosas.
Chica previsora no acaba en su camilla.

Blumettra ZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora