LA LLEGADA DEL REY

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Érase una vez un mundo en el que los rayos del sol surcaban libremente el cielo azul. Las flores brotaban de la fértil tierra por doquier. El aire azotaba las verdes hojas de los árboles como una caricia. El ulular unísono de todos los animales formaba tan hermosa melodía que se podía ver a las flores bailar. Los seres que habitaban este mundo vivían en armonía unos con otros. Es un mundo mágico llamado Hades.

En este mundo mágico vivía una niña con cabellos que parecían el reflejo del sol; ojos verdes como aceitunas; largas y finas piernas y manos pequeñas pero fuertes. Tenía diez años y se llamaba Lyla.

Ayudaba en las tareas del hogar y, de vez en cuando, también se acercaba a la herrería para echarle una mano a su padre. Se sentía feliz viendo a su padre como daba golpes con el martillo en el yunque, como daba forma a las cosas que sacaba de la fragua: espadas, hoces para los campesinos con las que recogían el trigo, armaduras para los caballeros que luchaban en los campeonatos de justa. Una extraña sensación recorría su joven cuerpo cuando su padre cogía su mano, la posaba en el fuelle y avivaban juntos el fuego. Lyla se sentía orgullosa de su padre. Cada noche cuando llegaba a casa con el rostro tiznado de carbón y sudoroso, Lyla lo miraba con gran admiración.

Un día, después de ayudar a su padre en el taller, Lyla jugaba en la parte delantera de su casa, cuando un carruaje tirado por seis hermosos caballos se detuvo justo en la puerta. Al principio pensó que sería algún señor adinerado que venía para que su padre le hiciera algún trabajo. Observó que los demás aldeanos rodeaban el carruaje y lo miraban con admiración. Un señor con el traje de la corte del rey abrió la puerta y colocó una escalerilla. Lyla de un salto se levantó del suelo. Supo enseguida que el mismísimo Rey bajaría de ese carruaje.

Cuando apareció una corona de rubíes y diamantes por la puerta del carruaje toda la gente se unió en una extensa exclamación. No menos exagerada fue la exclamación del público cuando vieron aparecer tras su majestad al señor Etron. El Rey con paso majestuoso se dirigió a la puerta de la casa donde, Eneas, el padre de Lyla, le esperaba. Lyla extendió su vestido, entrecruzó sus largas piernas y realizó una reverencia como la más culta de las damas. El Rey acarició el cabello de Lyla y sonrió. El señor Etron, que caminaba tras su majestad, tan solo realizó un gesto de aprobación con la cabeza. A Lyla, siempre le había causado respeto ese hombre de nariz gruesa, cejas espesas y canosas, barba poblada y ojos brillantes como el resplandor del cristal, que era el señor Etron.

Después de un largo periodo de tiempo dentro de casa de Lyla, el Rey y Etron, junto con su padre, salieron de casa. El Rey se detuvo junto a la pequeña niña y antes de pronunciar una palabra, Etron dijo:

– El tiempo apremia, Imre. Tenemos que realizar los preparativos para el viaje.

Etron era el único habitante de la aldea que podía llamar a su majestad por su nombre de pila. Los dos hombres subieron al carruaje, el soldado cerró la puerta y el carruaje se alejó levantando una fina polvareda.

Lyla estaba sentada en uno de los escalones de la entrada. Eneas se sentó junto a ella. Lyla pudo notar las cansadas manos de su padre de tanto azotar con el martillo los ardientes metales cuando cogió las suyas y las apretó fuertemente. Después abrazó a su hija contra su pecho y entre sollozos empezó a hablar.

– Lyla, cariño. Nuestro mundo se marchita. Los campesinos al regresar de su trabajo diario han encontrado hojas del “Árbol de la Vida” en el suelo —hizo una pequeña pausa para limpiarse las lágrimas que se deslizaban por su triste rostro—. Sabes que las hojas de ese árbol nunca caen. Siempre que Hades esté en perfecto equilibrio las hojas permanecen en el árbol.

Eneas retiró a su hija de su pecho, cogió su mano izquierda y lentamente como el leopardo que se acerca a su presa para cazarla, levantó la manga de su vestido y dejó al descubierto una marca en la muñeca de Lyla. La niña, desconcertada, miró la marca con sus verdes ojos. Seguidamente miró con la misma cara de asombro a su padre. Eneas volvió a estrechar a su frágil hija entre sus brazos. Lyla sabía que su padre estaba llorando. No sólo porque podía oír sus sollozos, sino por el ritmo descompensado de su pecho.

– Tienes que irte pequeña mía —continuó, Eneas, entre lágrimas—. Esa marca no te la hiciste con un hierro fundido en la herrería. Naciste con ella —se limpió las lágrimas con la manga de su camisa y apretó con más fuerza a su hija entre sus brazos—. Esperaba, rogaba, deseaba con todas mis fuerzas que este momento no llegara nunca. Pero es algo inevitable. El equilibrio en Hades se ha roto. Y tú tienes que cumplir tu destino.

Lyla no sabía muy bien de qué estaba hablando su padre. Sus padres le contaron que siendo pequeña, mientras jugaba en la herrería tropezó y para no caer al suelo apoyó las manos encima de la piedra donde su padre dejaba los metales fundidos. Se quemó con uno de ellos en la muñeca y al cicatrizar se quedó la marca. Ahora su padre decía que no fue así. Estaba confundida. Preguntó a su padre cuál era su destino. Eneas, limpió las lágrimas que serpenteaban por su robusto rostro y con un nudo en la garganta le habló a su hija.

– El “Árbol de la Vida” se alimenta de los cuatro elementos: agua, tierra, fuego y aire. El guardián del árbol se encarga que no falte ninguno de estos elementos. Si alguno no llegara al árbol, el guardián haría todo lo posible para continuar alimentándolo. Crearía una tormenta para que fluyera el agua, provocaría un huracán para obtener el aire, rehabilitaría la tierra para que no se erosionara y crearía la llama purificadora del fuego. Así se mantiene el equilibrio en Hades —Lyla con los ojos abiertos de par en par observaba la historia que relataba su padre—. Ahora el guardián es demasiado viejo. No le quedan fuerzas para mantener Hades en un perfecto equilibrio. Por eso el árbol se marchita y, con él, Hades —Eneas miró hacia el suelo y un suspiro se escapó de lo más profundo de su alma. Acarició el suave rostro de su hija con sus ásperas manos al tiempo que terminaba de relatar la historia—. Ha llegado el momento de cambiar de guardián. Tu destino, hija, es ser el próximo guardián. La profecía así lo anunciaba y así debe ser. Está escrito en el libro de Hades. Debes cumplir con tu destino y salvar Hades. Mañana, el señor Etron te dará todos los detalles de tu viaje.

¿El guardián? Lyla no se lo podía creer. Era una niña y tenía que emprender un viaje. No sabía nada de todo aquello que hablaba su padre. ¿Cómo se provocaban las tormentas? ¿Y los huracanes? Todas estas preguntas se las realizó a su padre pero quedaron sin respuesta. Eneas se limitó a besar sus cabellos dorados y entrar en casa envuelto en un mar de lágrimas. Lyla alzó la vista y vio a su madre en el umbral de la puerta. Se levantó y corrió hacia ella abrazándola con todas sus diminutas fuerzas.

EL MUNDO DE HADESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora