LA ALDEA BULC

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Estaban sentados bajo un árbol reponiendo fuerzas. Lyla aprovechó para ojear el mapa. Oki y Uki estaban jugando: saltaban por encima de las setas, uno se ponía agachado y el otro saltaba por encima de él. Cuando vieron que Lyla había abierto el mapa se acercaron. 

– Ese debe ser el “Paso del Elefante”—dijo Lyla. Señaló en el mapa un lugar y después miró hacia la montaña más cercana—.

Recorrió el pergamino, se puso en pie y continuó el camino. 

Los árboles se hacían más escasos y la senda empezaba a ser estrecha. El camino de tierra dejó paso a una senda totalmente de piedra. Caminó con cautela por la rocosa senda hasta llegar al “Paso del Elefante”. El paso era estrecho. Dos inmensas rocas delimitaban la estrecha senda. Con paso temeroso comenzó a caminar. Los duendes sentados uno en cada hombro, se agarraron tan fuerte al pelo dorado de Lyla que le hicieron daño. El eco repetía el sonido que hacía Lyla al caminar, parecía que un ejército caminaba tras ella. Oki, asustado por lo que veían sus ojos, estiró del pelo de Lyla. Cuando ésta miró en la dirección que indicaba el duende, las cejas se elevaron y la boca se abrió como la del león al rugir. La roca de la derecha como si la hubieran esculpido, tenía la forma de la cabeza de un elefante. Más adelante unas escaleras de piedra invitaban a seguir el camino.

Cuando hubieron pasado tan terrorífico sendero, los árboles volvieron a aparecer en el paisaje. Estaban cansados de subir por las escaleras por lo que decidieron descansar. Lyla vio cerca una roca que le pareció perfecta como asiento. Cuando se dejó caer en ella se oyó un quejido que rebotó por toda la montaña. Los duendes que estaban acostados en el suelo se levantaron de un salto asustados. Lyla permaneció en la roca asustada.

– ¿Qué ha sido eso? —preguntó Oki—.

Seguidamente se volvió a oír el mismo quejido. Entonces, de un salto, Lyla se levantó de la roca. La roca empezó a moverse: primero aparecieron unas manos; después los brazos; más tarde las piernas. La roca trataba de levantarse. Los duendes corrieron hacía Lyla y saltaron a los hombros y se cogieron fuertemente al pelo.

– No os asustéis —se pudo oír hablar a la roca con voz grave como  si estuviera acatarrada—. Me llamo Ervo. ¿Tú eres Lyla, verdad?

Lyla intentó decir algo pero no podía pronunciar ni una sola palabra. La roca se acercó un poco más y volvió a preguntar. Los duendes se asustaron tanto que le dieron un buen tirón de pelo a  Lyla. Entonces, fue cuando reaccionó.

– Sí… soy… Lyla —dijo Lyla soltando las palabras a trompicones.

– Entonces, seguidme. Os acompañaré a la aldea.

Anduvieron un par de kilómetros hasta llegar a la aldea. Había rocas por todas partes: pequeñas, medianas, grandes, de todos los tamaños y formas. 

– No tenemos casas —dijo Ervo al ver a Lyla desconcertada por la falta de casas—. Nosotros somos las piedras, las rocas que ves en la montaña, en los caminos —continuó diciendo—. Aquí venimos a reponer fuerzas. El aire puro de la cima nos rejuvenece y volvemos de nuevo al lugar que se nos asigna.

Unos pasos más adelante, en una gigantesca roca en forma de sillón, había una roca casi tan grande como el sillón. Ervo realizó una reverencia al tiempo que pronunciaba unas palabras.

– Majestad, la niña que viene a por la piedra.

Hubo un momento de silencio. La roca del sillón era inerte. De repente, en lo que parecía el rostro de la roca se abrieron dos agujeros. En ellos se podía distinguir dos ojos de un marrón arcilloso. Un poco más abajo se formaba una ranura dando forma a una inmensa boca.

– Mi nombre es Stein. Para conseguir la piedra del aire, tienes que subir al “Pulpito”. Allí te encontrarás con el centinela y te indicará qué debes hacer —dijo el rey de la aldea Bulc, sin más dilación. Hizo una pausa para coger aire y siguió diciendo—. El tiempo no es nuestro aliado, debes partir inmediatamente.

Dicho esto, la ranura se cerró, los ojos desaparecieron y los agujeros se cerraron. La roca se volvió a convertir en un ser inanimado.

Ervo acompañó a Lyla hasta el camino que debía seguir para llegar al “Pulpito”. Se despidieron y Lyla emprendió el ascenso.

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