En el tronco se distinguía un hueco oscuro. Uno de los guardias indicó que debían entrar por ahí y se marcharon. Oki llevaba un farol, por eso entró el primero. Después, Lyla, y, por último, Uki. Conforme iban introduciéndose en la tierra la luz del día se apagaba. Sólo la luz del farol era su guía. Bajaban por unas escaleras sintiendo frío húmedo. Cuando llegaron abajo, una silueta de un animal gigantesco asustó a Oki. El sobresalto fue tan grande que el farol cayó al suelo y por poco se apaga. Lyla cogió el farol del suelo y alumbró de nuevo. La silueta del animal seguía allí, inmóvil. Tan solo unos palitos que sobresalían de la cabeza tenían algo de movimiento. Lyla se preguntó cómo algo tan grande podía estar metido en la tierra bajo un árbol. Con mucha precaución se acercaron un poco más. Entonces, la silueta se movió en dirección a ellos. Los duendes se abrazaron a Lyla, asustados. Ella notaba que sus piernas se tambaleaban. La silueta cada vez estaba más cerca. Los tres empezaron a temblar de miedo. De pronto la figura desapareció. Dieron la vuelta en redondo para comprobar que no se acercaba por ningún otro lado. Lyla levantó el farol para tener más luz y en ese preciso instante descubrió al gigantesco animal. Pero no resultó ser tan grande como su sombra predecía. En realidad era tan solo una hormiga a la cual iluminaba la luz de una antorcha y hacía que la sombra pareciera más grande.
– ¡Hola! Me llamo Migor. Tú debes ser Lyla —dijo la hormiga.
– Sí… soy… Lyla —respondió aún asustada.
– No temas, soy el centinela. ¿Tan desagradable soy?
– No… no —balbuceó Lyla—. Es que habíamos visto una sombra gigantesca y pensábamos…
– Y resultó ser mi sombra —dijo Migor riéndose—. ¡Venid!
Cruzaron un pequeño pasillo y llegaron hasta una sala. Del techo colgaban raíces de todo tipo: grandes, pequeñas; rojas, marrones.
– ¡Bienvenidos a “La Raíz”! —anunció Migor—. En la mesa de tierra tienes las piedras. Hay que colocarlas en el lugar correspondiente.
Lyla dejó el farol sobre la mesa y se dispuso a observar minuciosamente las piedras: en una había tres rayas en diagonal; en otra un punto; la siguiente que cogió tenía una raya vertical con dos líneas diagonales a cada lado; y la última tenía tres rayas verticales.
Lyla miraba las piedras y miraba por toda la sala intentando encontrar el lugar correcto para las piedras. Estaba mirando las paredes de la sala cuando un grito sordo recorrió toda “La Raíz”. La fuerte punzada en la muñeca la había hecho gritar. La piedra que sostenía en la mano cayó al suelo y los duendes y la hormiga acudieron rápidamente para ayudar a Lyla. Uki miró la marca. Se había vuelto más oscura.
– ¡Vamos, amiga! —dijo casi con lágrimas en los ojos—. El tiempo se acaba.
Tumbada en suelo sintió como la tierra húmeda mojaba sus manos. Cerró fuerte el puño atrapando un pedazo de tierra. Abrió la mano y con delicadeza y suavidad fue dejándolo caer poco a poco. Una imagen se iluminó en su mente: un día en el jardín de casa con su madre. Miró la piedra que había caído con ella al suelo.
– ¡Es una planta! —exclamó.
– ¿Qué? —preguntó Oki.
– El dibujo de la piedra, representa una planta —con un pequeño esfuerzo se levantó y miró el resto de piedras—. Mi madre me enseñó cómo crecen las plantas: “primero se planta la semilla; después se riega; los rayos del sol le dan fuerza para que crezca; y, por último, la raíz se aferra a la tierra y el tallo brota por encima de la piedra.” —contó Lyla con gran entusiasmo. Miró por todas partes hasta que por fin encontró algo—. ¡Allí! Aquí es donde tengo que colocar las piedras.
Una a una fue colocando las piedras. Cuando hubo terminado de poner la última, el silencio se apoderó de “La Raíz”. Los duendes esperaban que una montaña de tierra o quizá una cascada de arena apareciera de repente. Pero no ocurrió nada de eso.
– ¡Se mueve! —observo Uki—. Esa raíz de ahí se ha movido.
– ¡Esa también! —dijo seguido Oki.
Las raíces se movían en todas direcciones. Se entrelazaban entre sí. Migor se apartó a un lado indicando a Lyla y los duendes que la acompañaran. Las raíces seguían su particular baile por el cielo de la sala. Giraban, subían, bajaban. Con cada movimiento tejían una figura hasta completar la apariencia definitiva: un gran círculo con un trapecio en su interior y, a la vez, dentro del trapecio en la parte alta una espiral y en la parte baja dos efes simétricas.
La mesa de tierra se deshizo convirtiéndose en un montón de arena y dejando al descubierto la piedra de la tierra. Lyla cogió la piedra y la introdujo dentro del zurrón.
En la aldea Egel, Oka estaba esperándoles. Él y el resto de duendes se alegraron cuando vieron que había conseguido la tercera piedra. Uno de los duendes entregó un frasco con una sustancia verdosa a Lyla. Ésta miró el frasco y luego a los duendes. Con un gesto de la mano, Uki indicó que bebiera. Bebió el brebaje verdoso y su cuerpo volvió a ser normal. Se despidieron de los duendes y emprendieron el camino hacia la aldea Draco. Al volver la vista atrás, Lyla descubrió un destello en la copa del árbol. Se apartó a un lado para ver mejor y divisó a Hackett en la ventana con la mano medio alzada. Lyla saludó y siguió por el sendero llena de energía y vitalidad.
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EL MUNDO DE HADES
FantasyLyla es una jovencita de diez años que tiene una vida feliz y tranquila junto a sus padres en el maravilloso mundo de Hades. Un día, la llegada del rey a su humilde casa cambiará su existencia y la lanzará a un increíble viaje lleno de nuevos amigos...