LA MONTAÑA DE CRISTAL

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Los duendes miraban a Lyla, desconcertados. El rostro de la niña estaba pensativo, recordando todo lo que había ocurrido en  su vida hasta ahora. Los duendes se detuvieron y Lyla por poco los pisa. Uki señaló hacia lo lejos. Una gran montaña de hielo se distinguía en el horizonte. Continuaron avanzando llevados por el sonido del agua al correr. Un riachuelo iba bordeando el camino. Oki quiso probar el agua pero al meter la mano por poco se le congela. El agua procedía del deshielo de la montaña, por eso estaba tan helada. Conforme avanzaban por el camino el riachuelo se iba transformando en un río más amplio y con el agua más azul. Lyla empezó a tener frío. Se abrochó el abrigo que las Winnies le habían dado y continuó. Los duendes, por su parte, se metieron dentro del zurrón. El río era cada vez más ancho y el camino más estrecho. Llegaron a un punto que el camino y el río se separaban; el camino seguía hacia la izquierda dejando al río perderse a la derecha. 

No habían árboles, ni matorrales, el color había desaparecido, era todo de color blanco, parecía como si al dibujante no le gustara el verde anterior y lo hubiese borrado dejando la cartulina totalmente en blanco. 

El frío se apoderaba de Lyla. Los dedos de los pies casi no los sentía y empezaba a perder la sensibilidad de las manos. Un sonido estremecedor hizo salir del zurrón a los duendes. A pesar de estar a buen recaudo se podía ver escarcha en sus puntiagudas y diminutas narices. Paralizados por el estruendo, el frío aún se caló más en sus cuerpos. De nuevo el mismo sonido. Lyla miró hacia arriba. La montaña había crujido y empezó a desquebrajarse. Trozos de hielo empezaron a caer.

– ¡Corre, Lyla, Corre! —gritaron los duendes a la vez—.

A pesar de tener los pies helados, empezó a correr todo lo que pudo. Los pedazos de hielo cada vez eran más abundantes. Uno de ellos cayó justo al lado de Lyla, haciendo que se apartara a un lado. Continuó corriendo. Estaba casi sin aliento cuando se encontró con una grandísima pared blanca y totalmente vertical. Era imposible trepar por ella. Miró para todas parte por si veía alguna otra salida; una obertura en el hielo, una cueva por la que entrar. Nada de nada. El miedo y el frío se deslizaron por todo el cuerpo de Lyla, como el agua del río montaña abajo. La montaña seguía escupiendo pedazos de hielo. Se apoyó en la pared helada y deslizándose como una gota de lluvia por el cristal, fue cayendo hasta quedar en cuclillas. De pronto una sombra apareció entre la niebla que provocaban los pedazos de hielo al caer. Se acercaba sigilosamente al igual que el depredador acecha su presa. Lyla estaba exhausta. Pensó que todo estaba perdido. 

– ¡Hola! Lyla —dijo el perro lobo mientras se dejaba ver entre la neblina —. Soy el centinela. Acompáñame.

– ¿Un perro lobo en el hielo? —balbuceó, Oki.

– No soy un perro lobo. Soy un husky siberiano —explicó—. Me llamo Ulva.

Ulva rascó en la pared de hielo. Un crujir retumbó por toda la montaña, parecía como si la montaña se quejara. Un trozo de hielo se separó de la pared y se apartó hacia un lado dejando ver una cueva. El interior era de color azul, igual de azul que el cielo en un día sin nubes. Lyla siguió los pasos de Ulva contemplando la belleza que había frente a sus ojos. Llegaron a una gran sala. Ulva señaló hacia una mesa de cristal.

– En esa mesa tienes cuatro figuras que simulan cuatro bloques de hielo. Para conseguir la piedra tienes que colocarlas en el lugar adecuado de la sala. Así el agua volverá a fluir hasta el lago.

– El agua ya fluye hacia el lago —reprochó Lyla—. Hemos visto el río.

– Cuando todo empezó los bloques de hielo se movieron uno a uno cortando el paso del agua. El río que has visto ahora, no es nada comparado con el que había antes. Si el último bloque se mueve, cortará totalmente el paso del agua y no llegará al lago. Si eso ocurre la aldea Winnie no resistirá demasiado tiempo —explicó Ulva.

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