LA ALDEA DRACO

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El camino hacia la aldea Draco estaba confundiendo a Lyla y los duendes. Se intercalaban árboles verdes con árboles negros. La ladera de la montaña que había justo frente a ellos era toda verde, sin embargo la que tenían a su izquierda era completamente negra. De pronto una inmensa punzada de dolor en la muñeca hizo caer a Lyla al suelo. Los duendes enseguida se acercaron y le preguntaron si se encontraba bien. No podía contestar. El dolor era tan intenso que las lágrimas rodaron por las mejillas de Lyla, sin compasión. Oki y Uki insistieron pero no había respuesta. Entre los dos levantaron la muñeca de Lyla, mientras ella seguía con el rostro bañado en lágrimas de dolor.

– ¡Mira, Oki!

– ¡Está más negra que antes, Uki!

– ¡Lyla, levanta, por favor! —dijo Oki.

Entre los dos duendes intentaban zarandear a la niña al tiempo que pronunciaban su nombre sin parar. Lyla no podía mover ni un solo músculo. Era como si le hubiesen disparado un tranquilizante y estuviera paralizada.

Lyla notó un intenso calor en la muñeca. No sabía de donde procedía ni que o quien producía ese calor. El calor iba en aumento y, sin embargo, el dolor disminuía hasta el punto que desapareció totalmente. Con los ojos aún húmedos por las lágrimas miró la muñeca y comprobó que estaba más negra que antes. El gris había desaparecido y empezaba a distinguirse el negro.

– ¿Estás mejor? —preguntó una voz masculina.

Lyla levantó la vista para descubrir al personaje que había emitido las palabras y se asustó.

– Tranquila. No tengas miedo —dijo el personaje ofreciendo la mano a Lyla para que se levantara.

Era un personaje singular; su cuerpo era de color naranja, la nariz ancha con grandes orificios, el rostro lo tenía alargado, y en su cabeza no existía ni un solo cabello. Pero lo que más impresionó y llamó la atención de Lyla fueron los dedos de las manos y los pies: los tenía unidos por una especie de membranas, igual que los animales anfibios.

– ¡Hola! Soy Lyla. Tengo que llegar a la aldea…

– ¡Draco! —interrumpió el personaje—. Es mi aldea. Te estábamos esperando y al ver que te retrasabas he salido en tu búsqueda. “El Árbol de la Vida” se está quedando sin hojas.

– ¿Eso quiere decir…?

– Que no te queda mucho tiempo —volvió a interrumpir—. Te llevaré a la aldea rápidamente. Por cierto, me llamo Byore.

Los duendes junto con Lyla comenzaron a caminar con paso acelerado, pero al ver que Byore no los seguía se detuvieron.

– Creí que me llevarías a la aldea rápidamente —dijo Lyla en tono irónico.

– Y lo haré,  pero no será caminando.

Byore extendió los brazos hasta ponerlos en forma de cruz y empezó a moverlos de arriba abajo aumentando el ritmo de los movimientos. Todo el contorno de su cuerpo se envolvió en un fuego rojo-anaranjado. Los duendes y Lyla se miraron con cara incrédula. Byore seguía moviendo los brazos y de pronto una gran llamarada lo hizo desaparecer. El fuego era tan intenso que los duendes y Lyla se tuvieron que refugiar detrás de un árbol. La gran llama se fue apagando poco a poco dejando al descubierto un enorme dragón blanco.

– Te llevaré a la aldea rápidamente —dijo Byore de manera burlona—. Subid, no queda tiempo.

Ayudándose con el ala del dragón subieron en el lomo. Byore empezó aletear con fuerza y sus pies se despegaron del suelo. Lyla se agarró fuerte al cuello del dragón. Los árboles y las plantas estaban cada vez más distantes. El batir acompasado de las alas del dragón hizo que con rapidez fueran a gran velocidad por el cielo gris.

– ¿Por qué el campo está negro? —preguntó Lyla al dragón.

– Cuando nos transformamos las llamaradas queman todo aquello que nos rodea. Pero gracias al equilibrio, las flores y plantas vuelven a brotar —realizó una pirueta: descendió y luego volvió a ascender—. Desde que el árbol se marchita el fuego que producimos ya no es mágico —una nueva pirueta esta vez hacia la izquierda—. Por eso hasta que vuelva el equilibrio no podemos cambiar la apariencia —realizó una barrena horizontal haciendo que el cálido aire acariciara el frágil rostro de Lyla—. Hemos llegado. Agárrate fuerte, vamos a descender —ordenó con firmeza el dragón.

El aleteo cesó. Perdían altura igual que el halcón desciende para cazar a su presa. Aterrizaron en medio de una gran plaza rodeada de casas. Un Draco, mas alto y corpulento que el resto, se acercó. Agradeció la labor de Byore y éste volvió de nuevo a su estado anaranjado.  

– Soy el rey Feuer —pronunció con voz grave. Frotó las manos entre sí y las acercó para coger las de Lyla. Ésta las escondió por miedo a quemarse—. Fuego con fuego no quema —dijo Feuer y envolvió las manos de Lyla, con las suyas—. En esa dirección se encuentra “El Horno”. Es fácilmente reconocible porque la entrada es una enorme roca roja como el fuego abrasador. En el interior está el centinela. Es la última piedra —hizo una pausa clavando sus ojos azulados en Lyla y continuó—. Cuando la consigas y regreses a la aldea, te convertirás en el nuevo guardián de Hades —volvió hacer una pausa. Miró a su alrededor, apretó más fuerte las manos de Lyla y con voz preocupada continuó su discurso—. Para conseguir esta última piedra no bastará con resolver el enigma. Deberás realizar la prueba final.

– ¿Prueba final? —preguntó desconcertada—. ¿Qué prueba final?

– Tendrás que demostrar tu valía. Llegado el momento sabrás de que hablo, Lyla —soltó las manos de la niña, se hizo a un lado y señaló el camino—. Ahora debes partir hacia “El Horno”.

 

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