LA ALDEA WINNIE

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El camino se llenaba de piedras que dificultaban los pasos que daba, Lyla. Después de un buen rato caminando se detuvo para beber agua. Los duendes salieron del zurrón con la lengua fuera, igual que un perro para ventilarse. Las orejas puntiagudas estaban caídas y sus piernas como palillos se doblegaban. Lyla se notaba cansada. Las piedras cada vez eran más abundantes y el caminar se hacía más pesado. Volvió a beber agua. Pero la cantimplora estaba vacía. Lyla quiso lanzarla fuertemente de rabia. A pesar del sentimiento, se reprimió. La cantimplora era un regalo de su padre. A su mente llegaron recuerdos de cómo su padre le fabricaba la cantimplora con una calabaza. «Se llama calabaza del peregrino —comentaba su padre mientras vaciaba la calabaza—. Y esta cuerda de esparto es para que te la cuelgues si quieres». Introdujo la cantimplora en el zurrón y resignada emprendió la marcha.

Unos metros más adelante, ¡zas! El  camino se había terminado. Ni a derecha, ni a izquierda, ni de frente. Sólo había una cuesta llena de piedras y rocas.

– ¿Habrá que subir por ahí? —dijo Oki.

– No lo sé —contestó Lyla con los ojos abiertos y los hombros encogidos—.

– A lo mejor en el mapa pone algo —musitó Uki.

Sacó el mapa y lo colocó sobre una piedra. Los tres miraban detenidamente el pergamino pero no encontraron nada. En el mapa, el camino también se cortaba en ese punto. De pronto, Oki, dio un salto y se fue corriendo hasta unas flores que había un poco más allá.

– ¡Una mariposa! —gritó agitando las manos. Corrió hacia otra flor—. ¡Mira, otra!

– Si hay mariposas, significa que el lago debe estar cerca. Y si el lago esta cerca, la aldea Winnie, también —reflexionó Uki señalando en el mapa el lago. Después, señaló con sus delgados dedos la cuesta de piedras y comentó—. Tenemos que subir por aquí. En la cima debe estar el lago.

Los duendes y Lyla respiraron hondo, tomaron fuerzas y empezaron a subir por las piedras. A mitad de camino los duendes no podían dar ni un paso más. Lyla los cogió y los introdujo en el zurrón. Casi había llegado a la cima cuando su frágil cuerpo se desvaneció y como las hojas en otoño, suavemente su cuerpo se posó en el suelo. Sintió una fina brisa cerca de la oreja. Sacó fuerzas de donde no las tenía y entreabrió los ojos. Unas luces de colores se acercaban a Lyla. Las luces se fueron colocando por todo el cuerpo rodeándolo. Entonces, notó como se elevaba del suelo y flotaba por las piedras. Pensó que su hora había llegado y eran los ángeles que venían a por ella. Era lo que su madre le contó cuando su abuela se fue al cielo: «ángeles de todos los colores han venido para llevarse a la abuelita y ahora te observa desde el cielo».

El vuelo cesó y el cuerpo endeble de Lyla volvía a estar apoyado en el suelo verde. Una luz diminuta de color verde puso algo en la boca de Lyla. Por el sabor supo que era agua dulce. En pocos segundos se había recuperado y empezó a levantarse. Todo lo que había a su alrededor era maravilloso; un inmenso manto verde rodeaba el lago que llegaba más allá de donde la vista podía alcanzar; flores de todos los colores se divisaban por doquier; una cascada preciosa por donde el agua arrogante se dejaba caer hasta el lago.

La luz verde que había dado de beber a Lyla resultó ser una mariposa con alas verdes.

– Me llamo Lyla —dijo con la voz quebrada—.

– Sabemos quién eres y por qué estás aquí —la mariposa batió una de las alas en dirección a sus compañeras—. Nosotras somos las Winnies.

Los ojos de Lyla se llenaron de diversos colores, casi no podía asimilarlos todos por la gran cantidad de mariposas que había.

– Me llamo Yladh. Soy una de las damas de la Reina —dijo la mariposa verde. Voló por encima de la cabeza de Lyla— nosotras te llevaremos hasta nuestra aldea —realizó un gesto a las demás y varias mariposas se acercaron a Lyla. Sujetaban una hoja tan verde como las alas de la mariposa—. Bebe esto y así podrás respirar bajo el agua.

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