LA ALDEA EGEL

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Camino de la aldea Egel, paró a descansar. Después del fulgurante vuelo en el águila y todas las emociones, se encontraba cansada, tanto física como mentalmente. Dejó caer su débil cuerpo en un manto de hierba verde mirando al cielo. Oki y Uki se pusieron a jugar descubriendo figuras y formas en las nubes.

– Esa nube parece un barco —dijo Uki—.

– Aquella de allí es como un troll —replicó Oki—.

– ¡Mirad! Esa de ahí, es la cabeza de un león —dijo Lyla al ver que el juego era tan divertido.

La música del andar de dos cobayas por la hierba atrajo la atención de los duendes. Intentaron ir tras ellas pero los pequeños animales fueron más listos que los duendes y se escabulleron astutamente.

Reanudaron el camino hacia la aldea Egel. Caminaban tranquilamente cuando, de pronto, Oki se paró en seco, igual que un caballo al tirar de las riendas.

– ¿Se puede saber qué haces? —dijo Uki con cara de sorpresa.

– ¡Sssssssh! He oído algo —contestó Oki con una voz tan baja que prácticamente no se le oía.

Uki miró a Lyla con la misma cara que había mirado a su hermano. Encogió los hombros y se acercó al lado de Oki. Estaba frente a unos matorrales que había al lado del camino. Puso el dedo en la boca de Uki para que no dijera nada y con la otra mano señaló los matorrales.

– Ahí, detrás de esa planta —susurró Uki.

Algo salió volando por detrás de la planta. De un salto hacia la izquierda, Oki pudo apartarse. Uki no pudo ser tan rápido e impactó en su cabeza cayendo de espaldas al suelo. Lyla corrió para ver que le había pasado a su amigo y otra de esas cosas volvió a salir volando de detrás de la planta. Lyla tuvo los reflejos suficientes para coger a Uki y apartarse hacia un lado para que no les golpeara. Miró al suelo para ver qué era. Lo cogió y lo puso en la palma de la mano.

– ¡Es una ciruela! —exclamó Oki—. ¿Cómo ha salido disparada…?

Antes de que terminara de hablar una cosa verde saltó por encima de los matorrales y se abalanzó sobre ellos.

– ¡Primoooos!

Al principio, Uki y Oki se quedaron paralizados, sin reaccionar. Después los dos se abrazaron al duende tan fuerte que por un momento desapareció entre Oki y Uki.

– Es nuestro primo Oka —dijo Uki.

Lyla se arrodilló y ofreció la mano para saludar al duende. Éste cogió el dedo índice y lo zarandeó arriba y abajo. Oki y Uki rieron. 

– ¡Venid! Os llevaré a la aldea —dijo Oka, entusiasmado.

Caminaron hasta llegar a un gran árbol. Oka miraba fijamente a Lyla, mientras movía la cabeza hacia los lados. Se acercó a Oki y le susurró algo al oído. Después los tres duendes miraron de arriba abajo a la niña. Lyla, preocupada, quiso saber.

– ¿Pasa algo, chicos?

– Pues… verás… Tenemos un problema —dijo Oki.

– ¿Cuál es el problema?

– Nuestra aldea está dentro de este árbol. Nosotros no tenemos problema en entrar, pero tú eres demasiado grande —explicó Uki.

– Entonces, ¿qué hacemos? —hubo unos segundos de silencio—. Entrad vosotros y que os diga el Rey donde está la piedra.

– El Rey sólo hablará contigo —dijo Oka.

– Pues… decirle que salga —propuso Lyla.

– ¡No! ¡Jamás! —replicó Oka—. El Rey no abandona la aldea nunca.

Entonces, los tres duendes se reunieron formando un corro y se pusieron a murmurar. Cuando hubieron terminado la conversación, dijeron a Lyla que esperara. Los tres duendes entraron por una pequeña puerta que había en el tronco del árbol y los perdió de vista. Lyla se encontraba deshojando una flor cuando Uki y Oki salieron con algo en la mano. Era un frasco que contenía un líquido azul verdoso. Se lo ofrecieron para que lo bebiera. Para los duendes podía ser una gran cantidad, pero para Lyla tan sólo eran tres gotas. Al tomarlas notó que alguna cosa pasaba en su cuerpo. El frasco en la mano de Lyla estaba creciendo. Pero no era el frasco lo que crecía, sino todo lo contrario, era Lyla que cada vez se hacía más pequeña hasta ponerse a la altura de los duendes. 

Entraron en el árbol, se colocaron encima de una plataforma y Uki estiró de una cuerda. La plataforma empezó a subir por el interior del tronco. Uki y Oki saludaban al resto de duendes mientras ascendían para ver al Rey.

Al llegar a lo más alto del tronco, Lyla comprobó que varios duendes tiraban de una cuerda para hacer subir la plataforma. Una puerta se abrió dando paso a una sala. Al fondo un trono de ramas de árbol, donde estaba sentado el Rey. Los duendes y Lyla, con una elegante reverencia, saludaron a su majestad.

– No voy a andarme con rodeos. No hay mucho tiempo. Así que iré al grano —dijo el Rey con decisión—. Soy el rey Hackett —continuó diciendo con la misma decisión—. Para conseguir la piedra tendrás que ir hasta la vieja carrasca y bajar a “La Raíz”. Allí te esperará el centinela —realizó un gesto con la cabeza—. Mis guardias te acompañarán hasta la carrasca.

Los guardias escoltaron a Lyla y los duendes hasta la vieja carrasca. Cuando llegaron, Lyla recorrió con la vista toda la carrasca. Se imaginó que era el gigante del cuento que su madre le contó una vez: el tronco era el gigante y las ramas eran las cuerdas que utilizaron los duendes para atraparlo.

EL MUNDO DE HADESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora