EL BOSQUE LAMPOST

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El camino empezaba a ser algo rocoso y pesado. El rugir de un león sobresaltó a Oki y Lyla, escondiéndose velozmente entre unas rocas situadas al lado del camino. Al comprobar que Uki no estaba entre ellos pensaron que el león se lo había comido, pero Uki estaba en medio del camino con cara avergonzada. Resultaron ser las tripas del duende las que rugían de hambre. Los tres rieron y al instante dejaron de reír porque las tripas de Uki habían rugido nuevamente. Cuando ceso el crujir de las entrañas del duende volvieron a reír. 

Decidieron descansar y comer. Lyla abrió el zurrón y sacó un trozo de pan y queso. Dio a Uki unas semillas que Etron le había dado.  Eligió una al azar, con sus diminutas manos excavó en la tierra un hoyo, introdujo la semilla y segundos más tarde brotó una planta. Creció y creció hasta convertirse en un manzano. Los duendes treparon por las ramas como dos monos y empezaron a dejar caer las manzanas para que Lyla las cogiera.

Había llegado la noche. Se encontraban en un cruce de caminos y no sabían muy bien cuál de ellos elegir. En la oscuridad de la noche no se podía leer bien el mapa. Salieron del camino y entre unos árboles gigantescos que casi tocaban el cielo, decidieron dormir. A la mañana siguiente, un cosquilleo en la nariz de Lyla la despertó. Era un simpático conejo marrón. Lyla se levantó y el conejo salió corriendo asustado. Los duendes asomaron sus cabezas por el zurrón preguntándose qué había pasado. Por detrás de unas rocas se podían ver las orejas marrones del conejo.

– ¡Hola! soy Lyla.

Salió de su escondite y se acercó a la niña. Miró por detrás de ella como si estuviera esperando a que apareciera alguien. Lyla se giró y observó otro conejo, éste era de color gris. Con mucho sigilo y muy desconfiado se acercó hasta donde estaba Lyla.

– ¿Te has perdido? —preguntó el conejo—.

– No. Voy al Bosque Lampost —contestó, Lyla.

Ninguno de los dos conejos dijo nada. Se miraron el uno a otro sin pronunciar ni una sola palabra. Al cabo de un rato, el conejo marrón habló.

– ¿A qué vas al allí?

– Tengo que recoger las piedras mágicas de Hades, para que el Árbol de la Vida no se marchite del todo.

– Entonces, eres la elegida —dijo el conejo gris—.

– Sí. Eso parece. Hades ha empezado a ponerlo difícil quitándome parte del mapa. Tengo que ir hasta el bosque para recuperarlo.

Los dos conejos se pusieron a hablar entre ellos. De vez en cuando miraban con recelo a Lyla y los duendes, hasta que por fin, los dos a la vez indicaron el camino a seguir. Lyla se despidió de los conejos y se dirigió al camino que le habían indicado.

– ¿Seguro que es ese camino? —dijo el conejo gris con una risita que dejaba ver sus dientes—.

– Lyla se quedó extrañada mirando a los conejos.

– Podríamos haberte mentido —repuso el conejo.

– ¿Lo habéis hecho? —dijo Lyla.

– Tendrás que adivinarlo.

Lyla  miró fijamente a los dos conejos. Su cabeza era un mar de dudas. De pronto recordó la conversación que tuvo con su padre un día en la herrería, cuando un cliente se había marchado. “Ése mañana no vuelve —dijo su padre—. ¿Cómo lo sabes, papá? —preguntó Lyla—. Porque las personas que mienten no miran a los ojos cuando hablan y están nerviosas e incomodas. ¿Has visto como se frotaba las manos? Eso es signo de incomodidad.”

Lyla pensó que quizás los animales serían como las personas. Volvió a mira más detenidamente a los conejos. Lyla se despidió de los conejos, dio media vuelta y continuó por el camino que estos le habían indicado.

EL MUNDO DE HADESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora