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Sirius es tan amable que Remus siente ganas de llorar.

Le besa, lento, suave. Pregunta si puede besarlo con lengua, y Remus asiente, respondiendo su beso. Acaricia su cuerpo. Pregunta. Pregunta todo el tiempo. «¿Puedo desvestirte?», «¿puedo besarte aquí?», «¿puedo lamer tus pezones?», «¿estás seguro de esto?».

—Sí —es la única respuesta que Remus da.

Sirius le desviste, besando suavemente su piel, deslizando la lengua por sus pezones diminutos, acariciando sus brazos delgados y cargados de marcas. Una cicatriz por cada vez que supo que tenía demasiado y quería dejarlo todo. Un moretón por cada agarre de Fenrir. Una cicatriz por cada vez que Fenrir le prestó a otros cuando tenía deudas, deudas que se saldaron con un Omega distractor mientras los sicarios mataban a todos. Un moretón alargado por cada día atado y disponible para el placer de Fenrir, o de cualquiera de sus socios cuando el Alfa estaba lo suficientemente ebrio.

A Sirius no le importa. No le importa más que la comodidad y el placer de Remus. Le lleva al orgasmo con su boca, y luego espera que se reponga para abrirlo con sus dedos, su humedad empapando las sábanas arrugadas bajo ellos, y entrando con infinita suavidad. Remus lo envuelve con sus piernas y gime con cada embestida. Pide por más, e incluso mientras es brusco, Sirius no deja de ser suave.

Sirius no lo está follando. Sirius le está haciendo el amor.

Las lágrimas que caen de los ojos de Remus son, después de un tiempo infinito, de placer. Un placer que estalla detrás de sus ojos y le hace querer gritar, un placer que lo hace sentirse menos sucio pero más corrompido y tonto y roto. Un placer que no muere cuando Sirius anuda en su interior, y que se transforma en ternura cuando Sirius le trae una botella de agua fresca y limpia con una toalla húmeda y calentita el semen que escurre entre sus piernas y sobre su pecho.

—¿Puedo quedarme mañana? —pregunta Remus tres días después, cuando siente que su celo por fin ha acabado. Sirius lo atrae contra él, y justo sobre su corazón, Remus puede ver de forma casi imperceptible un círculo redondo y blanco, quizá como si fuera una luna llena. No es un tatuaje. Es una marca.

—Puedes quedarte siempre.

Remus solloza en su hombro porque sabe que, tarde o temprano, deberá irse.

Sweet CreatureDonde viven las historias. Descúbrelo ahora