Sweet Creature

2

El departamento de Sirius es, con exactitud, justo lo que esperaba que fuera. Paredes de ladrillo descubierto empapeladas con fotografías obscenas pero de buen gusto, imágenes de bandas y dibujos estrafalarios. Hay una chaqueta de cuero colgada a una percha de un clavo. Una lamparita de 75 watts cuelga de un cableado en el techo alto, cargado de humedad.

Sabe que Sirius no es pobre ni tampoco tiene problemas económicos. Pero también ha acompañado a Sirius en una amistad de años, observándole despreciar cada uno de los opulentos detalles que conformaban la riqueza y estatus de la familia Black.

Sirius le envuelve con una manta calentita y le ofrece chocolate caliente mientras seca sus pies húmedos contra el radiador. Remus está contando mentalmente las calorías que ingirió en el día a ver si puede permitírselo de forma automática. Se detiene. «No más Fenrir», se dice, y le da un sorbo al chocolate que irradia calidez y dulzura a todo su cuerpo.

Está tan cómodo que podría dormirse. La manta huele a Sirius. Todo huele a Sirius. Es tan agradable como un hogar, y comprende rápidamente que Sirius siempre fue su hogar. El lugar donde él estuviera automáticamente era el lugar donde él debería estar.

Sirius peina sus cabellos con los dedos. Está ahí, con él, cuidándolo como nadie ha hecho en años. Su casa huele a él, a cuero y a madera, a chocolate y un ladrillo en el fuego, apartando el frío húmedo de enero. Remus está calentito y se desliza como un cachorro entre los brazos de Sirius, buscándolo.

—¿Remus? —Sirius duda, y Remus es capaz de sentir su calor aumentar. Recuerda por qué ha llamado a Sirius. Recuerda la absurda necesidad de embeberse en el aroma desaparecido del pequeño papel con su número, el llamado de su cuerpo. La voz de Sirius es baja y ronca cuando habla—. ¿Tienes supresores? 

—Tomé —balbucea Remus—. Ya tomé.

Lo hizo, verdaderamente. Y quizá, cuando enreda los dedos en los cabellos de Sirius, reclamando un beso, quiere decirle que no es el celo. Que es él. Siempre ha sido él.