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El brazo de Johnny estaba roto, por lo que rápidamente tuvieron que llevarlo a un pabellón y probablemente llevaría algunas horas el volver a verle con su brazo ya en un yeso. En cuanto a mí, terminaron arrastrándome a otra habitación para curar mis múltiples heridas luego de ese mes lleno de palizas y cicatrices que pudieron haberme roto un hueso también, fue un milagro que solo fueran heridas externas. 

Mientras me curaban, no podía evitar sentirme culpable. 

Johnny había salido lastimado por mi culpa, aunque él insistiera mil veces en que no le diera importancia, sabía que era culpa mía. 

Mi corazón dolía y sentía mis ojos volver a picar por las lágrimas. Cuando menos lo supe, ya estaba llorando y haciendo preocupar a la enfermera. 

Me  había vuelto un verdadero llorón, pero aquel dolor solo me hacía saber una cosa y me incentivaba a darme cuenta que esas lágrimas no eran gran cosa en comparación. 

Tú vivías con un dolor peor que el mío ¿verdad, Rebecca? 

Cuando salí de esa sala con unas vendas en mi mano y algunas curaciones en mi nariz, me acerqué rápidamente hacia la sala de espera. Pero ya no estabas ahí. 

Fui con la recepcionista, la cual me dijo que había visto a una chica pelirroja subir las escaleras luego de preguntar si la azotea estaba abierta. No lo estaba, pero ella pareció dejarte entrar después de que dijeras que necesitabas aire. 

Me apresuré a subir los escalones hasta el último piso, tomando un respiro una vez que me encontré frente a la puerta. Comencé a divagar en mis pensamientos, creando aquella inseguridad tan familiar en mi pecho. 

¿Qué se supone que te diría? Me habías salvado de las garras de Randy, habías recibido un golpe por mí y probablemente nos esperaban más cuando volviéramos a esa pesadilla. 

Pero no tenía miedo, porque seguiría luchando. 

Con eso en mente, abrí la puerta.

StarlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora