Capítulo 8

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Salí del baño y ahora sí fui a su cuarto. Suspiré antes de sentarme en un borde la cama y frotas mis manos contra mi cara, me recosté totalmente y esperé a que llegara el sueño, parecieron horas las que estaba esperando y mis ojos no querían cerrarse. Escuché la puerta abrirse y vi que Trebor entraba. La cerró sigilosamente como si temiera despertarme, aunque sabía que seguía despierta. Fue directo a la venta y lo seguí con la mirada. La luz de un foco resaltaba su cara en la oscuridad, no decía nada, yo tampoco. Miré las sábanas, tocándolas con delicabeza, eran suaves y olían a limpio. Cerré los ojos dejándome llevar por el tacto suave de la cama y de repente me quedé dormida.

Corro. Corro sin parar. Mi respiración no se agita, no jadeo, puedo controlar mi ritmo cardiaco, como si correr fuera algo habitual para mí. A mis costados no hay nadie, estoy en una carretera, con el cielo esparcido de nubes blancas. De repente me desvío de la carretera y me adentro al bosque, el canto de los pájaros es relajador, y entonces tropiezo y me quedó ahí tumbada, sintiendo el pasto, su frescura. Unos labios rozan mi oreja y pronuncia la palabra <<levántate>>. Mi mirada se va quedando en blanco hasta abrir los ojos y ver que ya es de día. Me incorporo poco a poco frotándome los ojos. Permanezco sentada unos minutos y luego me paro para vestirme. Al bajar no veo a nadie y decido esperar en el sofá. Prendo la televisión y aparece que son las 7:37 am. Cambio los canales uno tras otro sin ponerles realmente atención hasta que escucho bajar a alguien. Es Trebor. Tiene ojeras bajo sus ojos y se ve pálido, se sobresalta al verme, al igual que yo, jamás lo había visto tan mal. Me dedica una leve sonrisa y sube nuevamente. Yo me quedo sin saber qué hacer y me vuelve de nuevo hacia la pantalla. Por su reacción estoy segura que él no esperaba que lo viera así, por lo que trato de anular esa imagen de mi cabeza y cualquier asomo de curiosidad. Tiempo más tarde vuelve a bajar con el aspecto normal que suele tener todos los días.

-Buenos días – utiliza el mismo tono de siempre.

-Hola – hago un pequeño gesto con la mano.

-No pensé que fueras a despertar tan temprano – se pasó la mano por detrás de la cabeza.

-Yo tampoco.

Silencio.

-En parte es bueno. Hoy pensaba llevarte a un lugar delicioso a desayunar.

-Me alegra haber despertado con mucha hambre.

Hace una sonrisa pequeña y agarra las llaves de la casa. Se queda parado en la puerta para que lo siga y voy. Nos subimos otra vez a su bicicleta y andamos.

-¿Suele usar mucho la bicicleta no es así?

-La prefiero que el coche.

Las calles están un tanto solitarias a causa que es temprano, lo cual es bueno porque se hace más fácil manejar. Llegamos a una pequeña cafetería. Estaciona la bicicleta en un aparcamiento y vamos directo hacia allá. Nos sentamos en las mesas de afuera y un chavo llega a darnos la carta.

La cafetería parecía una cabaña, pero no tan grande, con vista hacia un parque, y no muy lejos se podían alcanzar a ver los juegos. Gente pasaba trotando, con perros o caminando, la ventaja de que es temprano es que el ruido es casi nulo y se siente bien ver el brillo del sol y sentir la frescura de la mañana.

-Realmente conoces lugares bellos.

-Me gusta andar de un lado a otro encontrando maravillas, ser un vagabundo sin estar perdido.

-¿Y cuál es la mejor maravilla que has encontrado?¿La pradera de ayer?

-No – sonríe bajando a la mirada, la levanta nuevamente. – A ti.

NeptunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora