Historias de un joven "hipersexual" ANTECEDENTES

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Ya habían pasado más de cinco meses después de la fiesta del 15 de septiembre en la vecindad de la abuela, yo ya tenía 10 años de edad (cumplía años el 17 de septiembre), después de mi desagradable experiencia con Dulce  deje de intentar cosas con las mujeres lindas, solo disfrutaba verlas pero no intentaba nada más. Me atraían mucho las mujeres, me encantaba ver a chicas con pechos o traseros grandes y a mi padre también le agradaba eso, cuando salíamos en el auto y veíamos una chica linda en la calle,  le chiflábamos, gritábamos e incluso mi padre a veces se detenía para invitarlas a salir, para mí eso era divertido, una forma de pasar un rato agradable con mi padre, pero cuando empezaba a decir lo que le gustaría hacerle a las mujeres que veía y a hablarme  tan explícitamente de sus fantasías, me sentía muy incómodo y prefería cambiar de tema o ignorarlo.

Cada vez era más morboso, disfrutaba mucho ver a las chicas lindas, entre  más grandes eran sus pechos, trasero o su ropa más provocativa, más me excitaba y no podía evitar clavar mi mirada en ellas, cuando veía a una mujer linda en la calle no podía disimular y la seguía con la mirada hasta que se alejaba, pero cuando estaba muy cerca de alguna, me ponía muy nervioso, mis manos me temblaban y era incapaz de hablarles, cuando mi padre me presentaba a alguna chica linda con la que salía o alguna hija de sus amigos y me pedía que la saludara (siempre insistía en que saludara con un abraso y un beso en la mejilla), yo me ponía muy nervioso y no podía ni decir hola, no era capaz de saludar siquiera a mis primas políticas que me parecían atractivas, él se enojaba mucho conmigo y me decía que era un tonto por no aprovechar  y abrazar a las chicas, decía que en lugar de aprovechar para sentir sus pechos al abrazarlas,  me quedaba  como  maricón sin hablarles. Yo nunca había tenido ese problema antes, pero todo empezó después de la fiesta del 15 de septiembre, después de discutir con Dulce, antes de esa discusión nunca había tenido problemas para hablarle a las mujeres, incluso me aprovechaba de mi edad, cuando mi mamá, papá o algún tío me presentaba a una de sus amigas  yo me portaba muy empalagoso, las mujeres creían que era inocente  y que solo era un niño cariñoso pero yo las abrasaba para sentir sus pechos, para olerlas, para intentar ver su ropa interior  y para sentir sus manos en mi cuerpo.

Mientras más crecía mi deseo por estar con una mujer era más fuerte, no sé qué palabra usar para describir la sensación que a la edad de diez años recorría mi cuerpo e inundaba mis pensamientos: morbosidad, obsesión, curiosidad, desesperación… no lo sé, pero recuerdo que, el  tener mucha información acerca del sexo y el sistema reproductivo provocaba que me preguntara  e imaginara muchas cosas y que quisiera experimentarlas, y eso me llevaba a la desesperación  por  tocar a las mujeres, por tener sexo, por aprender a hacer un buen sexo oral,  disfrutar del sexo salvaje (como el que veía en las novela de mi papá), experimentar las diferentes posiciones de las películas que veía en casa de mi padre mientras  él estaba dormido, tenía ganas de llevar a la práctica todos los concejos que mi papá y Paty me habían dado en nuestras platicas, pero todo eso era imposible porque ni siquiera podía hablar con chicas que me resultaban atractivas. 

Mi cuerpo estaba cambiando,  en ocasiones cuando me excitaba mucho sentía erecciones que duraban algunos minutos y eso era realmente  incómodo. Mi  desesperación  era  tanta que incluso llegue a hacer cosas muy estúpidas y asquerosas, recuerdo que las niñas de mi edad ya no me excitaban, en clase la única que tenía toda mi atención era mi maestra, a la hora del recreo, cuando todos salían yo me quedaba en el salón oliendo la silla en donde se sentaba la maestra o me ponía a lamer la boquilla de su botella de agua y un par de veces puse mi pene en la boquilla de la botella, no lo hacía por maldad, no como una broma, lo hacía porque me excitaba ver que la maestra ponía sus labios en algo que acababa de tocar mi pene, también  llegué  a  robar la ropa interior de las vecina. En ese tiempo estaba viviendo con mi abuelita materna, vivíamos en una vecindad muy fea en la que teníamos muchos vecinos, yo subía a la azotea en la noche y cuando encontraba ropa interior secándose tomaba la que más me gustaba y me la llevaba, el apartamento  que rentaba mi abuelita era muy pequeño y en el vivíamos mi abuelita, su hijo el más chico (mi tío Miguel) y yo.

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