60. Castigada

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Deposite el oso de peluche al costado de la cama de Erick, no podía dormir con el porque era demasiado grande, era Erick o el oso.

Se quitó los zapatos y los lanzó sin importarle donde cayeran.

–Tienes un desastre en tu habitación –comencé a reír.

–Lo se, pero no puedo hacer nada.

–Claro que si, existe la escoba –el soltó una risita. Era más que flojo y no quería hacer nada, lo sabía.

Se tumbó a mi lado y dejo salir un largo bostezó.

–Ahora si eres completamente mía –se giró y me miro directamente a los ojos.

–El posesivo Erick a vuelto, ayuda –comenzamos a reír–. Es la primera vez que me siento yo misma estando con alguien.

–¿Qué quieres decir?

–Pues...–me vi interrumpida por los fuertes golpes que alguien daba desde la planta baja–. Ay, Erick.

El sólo se levanto, tomo una camisa del buró y se la coloco. Oía sus pasos bajar por las escaleras.
Me dedicaba a mirar el techo tranquilamente hasta que se escucho su voz.

–¡Dónde está! –aquel grito me había asustado por comento, se escucharon fuerte pisadas subir hacia donde yo me encontraba, la puerta se abrió dejándome verlo más que molesto.

Tome un cojín y se lo lance en la cara.

–Eres una infantil Olivia –soltó mi hermano con enfado–. Dios, me tenías tan preocupado.

Me dio un abrazo, uno fuerte, uno que provoca que casi me quede sin aire.

–Nos vamos ahora –afirmó.

–¿Qué? No –comencé a reír, pero el sólo me miraba como si no hubiese entendido el chiste.

–No te estoy preguntando, te estoy diciendo –me señalo con su dedo índice.

La puerta se volvió a abrir y entro Erick por ella viéndose más que nervioso.

–Hermano tranquilo... –se dirigió hacia Joel.

–Nada de hermano, tu sabes que dejamos de serlo hace mucho, por tus estupideces claramente –soltó enojado, tome de los hombros a Joel y lo acerque a mi.

–¡Basta! Entiende que no me iré –el se negaba a la idea de que me quedará aquí–. Sabes que últimamente las cosas no están bien en casa, mama está culpándome cada segundo que puede y simplemente ya no puedo más con esto Joel, no soy la misma de antes, no puedo con esta carga de consciencia, se que fue mi culpa pero no tienen que recordármelo cada jodido segundo.

–No fue tu culpa, cuando lograrás entenderlo –hablo Joel.

–Por dentro sabes que si, pero no lo dices porque no me quieres perder a mi tampoco.

–¿Qué cosas dices? Te estas escuchando tan siquiera.

–Si, y se claramente lo que digo.

–Estas mal Liv, de verdad lo estas. Nos vamos ahora.

–Joel por favor –pedí.

Erick tomo del brazo a Joel y ambos salieron de la habitación. Los lograba escuchar discutir más nos sabía con exactitud que era lo que peleaban.

–¡Esta bien! –la puerta se abrió y un rendido Joel entro, había perdido la pelea, había cambiado de opinión y había aceptado el que me quedará.

–Pero me darás tu celular.

–¿Qué? –extendió su mano.

–Claro que no.

–Oh, claro que si. Estas castigada por irte de casa sin avisar, que creías que no te iba a buscar o que, ¿Acaso estas loca? Tienes diecisiete años, aún eres una niña, no puedes salir así de la casa.

Gruño enojado, solté un suspiro, tenía razón en cierta parte.

Enojada conmigo misma deposite el celular con fuerza en la mano de Joel.

–Perfecto –sonrió contento.

Me levanté de la cama y toqué su pecho con mi dedo índice.

–De esta no te sales con la tuya Joel.

–Menos tu, y los quiero en separadas habitaciones –hablo mi hermano.

–¡¿Qué?! –gritamos ambos.

No entiendo |Erick Colón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora