II

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Su padre había estado de pésimo humor desde aquella oscura noche en que entraron en su casa. Toda la familia procuraba no hablar en voz alta delante suya y mucho menos contrariarle en cualquier asunto, por pequeño y pasable que fuese. Alan también mantenía esa actitud hacia su padre, no mencionó a nadie la caja que Fernando había tenido escondida en su estudio y naturalmente no preguntó a su progenitor el contenido de la caja. Esa caja debía llevarse a América, con el tío de Alan: Bernardo. Esa era toda la verdad que sabía.

La semana pasó con gran rapidez. Los pequeños mellizos no paraban de incordiar a Alan, pidiendo que les llevase por las calles o al puerto, al final Alan tuvo que acceder a regañadientes. Tomaron un coche y se dirigieron hacia el puerto de Cádiz, acompañados por un guardia de su padre.

El puerto bullía de actividad frenética y voces altas y fuertes. Cientos de barcos estaban ancados en los amarraderos, un mar de mástiles, cofas y velas obstaculizaban-incluso impedía-la visión hacia el horizonte. Muchos marineros cocían las velas, otros pintaban la quilla y reparaban los desperfectos de sus navíos. Todos tenían pintas sucias y demasiado desaliñadas, Alan pensó que si honrados marineros vestían de semejante guisa, los piratas debían ser lo más parecidos  a puercos restregándose en el fango.

Carlos y Laura corrían por la avenida del puerto con gran alegría. Laura trataba de alcanzar a su mellizo pues el cargado vestido de la pequeña niña impedía que le diese alcance a Carlos.

Alan se fijó en un edificio del que salí un gran barullo. Era un edificación de piedra y madera bastante grande con varias chimeneas y distintas dependencias y balcones. Alan captó al instante que sería una posada, apestaba a ron y tabaco.

Tenía la boca reseca y por la cabeza se le cruzó la idea de entrar al establecimiento. Mandó al guardia de su padre que vigilase a sus hermanos y emprendió camino hacia la posada.

Al entrar pudo ver como decenas de personas estaban bebidas. Muchos comían, otros tantos bailaban y cantaban y unos pocos se mantenían en un rincón, hablando entre si como si fuese conocidos de toda la vida.

Alan se dirigió a la barra donde pidió al tabernero vino. El hombre le miró con perplejidad, tenía una barba desaliñada y piojosa y un atuendo que apestaba a bilis y ron.

Le entregó el baso lleno de un vino de un extraño color y textura ¿En qué condiciones se encontraría tamaña bebida? Alan sabía la respuesta, la única respuesta: Beber. Le supo a rancio y corcho, algo sumamente asqueroso. Siguió bebiendo por no hacer un feo al tabernero que le miraban de forma inquisitiva, como si fuese un hereje.

Alan escuchó una conversación cercana.

-¿Ocho? ¡¡Increíble!!- Bramó un marinero.

Estaba sentado junto a dos compañeros. Uno de ellos hizo una señal para que callase.

-Sí, como te lo cuento. El gorrión capturó ocho bergantines españoles hasta los topes de oro, tabaco, azúcar y demás.

El gorrión, aquél alias que había nombrado su padre hace días, cuanto el almirante De La Torre visitó su hogar.

-¿Qué pasó con la tripulación?- Inquirió el tercer hombre, mudo hasta el momento.

-Él siempre les deja elegir: Unirse a su tripulación o vagar en un bote por el mar. Ningún navío se da cuenta de su ataque hasta que están al lado suyo. Un barco negro como la noche...salido del mismísimo infierno.

-Cierto- Corroboró otro- Yo he oído que navega con dos demonios que le siguen como sombras satánicas.

Uno de ellos, el más grueso rió.

-Tonterías, esos son solo cuentos sin fundamento.

-¿Cómo sabes eso?

El hombre sonrió.

-Yo navegué con ellos.

El ambiente entre los tres hombres se heló al instante.

-¿Estás borracho?

-Todavía no. Os lo juro por la virgen María. Ese barco no salió del infierno, tampoco el gorrión pero...es cierto que lleva dos demonios con sigo. Cuando los barcos divisan su bandera negra, con la calavera y el gorrión, los marineros empiezan a rezar.

Uno de los hombres miró a Alan.

-¡¡¿Niño, te interesa nuestra conversación?!!

Al instante los dos hombres miraron a Alan.

El Hernández se alzó de su asiento y colocó su mano en la empuñadura de su espada.

-Caballeros, seguid con vuestra conversación. Invito yo a una segunda ronda.

-¡¡Calla maldito bastardo!!

Uno de los marineros se dispuso a pegar a Alan pero el lo esquivó y acabó golpeando por la espalda a un borracho de ancha figura. Ese borracho golpeó al marinero que calló sobre la mesa de un grupo de matones que a su vez le golpearon a él y a algún que otro hombre colindante. La pelea que se armó en la posada fue horrible. Se golpearon entre si con botellas, con sus armas, con las sillas incluso con los puños desnudos.

Una botella salió volando y estuvo a punto de impactar en la cabeza de Alan pero sintió como alguien lo agarraba del brazo izquierdo y le arrastró hacia él, haciendo que Alan esquivase la botella de milagro. Le sacaron de allí y salieron al exterior de la posada.

Era un muchacho de unos dieciséis años, dos menos que Alan. Era bajo y de piel blanca, escuálido y sin músculos. Su pelo era de un rubio del color del oro y sus ojos eran como dos pedazos de obsidiana. Vestía una sencilla y manchada camisa blanca, unos holgados pantalones marrones y un chaleco color caqui oscuro. Atada a su espalda llevaba un machete.

-¡¡Condenado!!- Bramó él- Los chicos de bien como tú siempre vais por ahí complicándonos la vida a los que nos ganamos la vida de forma sencilla.

-¿Me vas a echar un eterno sermón o vas a explicarme por qué me has salvado allí dentro?

El muchacho hizo una mueca de rabia y cansancio. Alan se fijó en que su piel blanca estaba manchada y llenas de moratones, ese chico que ahora lo agarraba con fuerza tuvo y seguramente tiene que pasar un sin fin de penalidades para poder sobrevivir. Alan era como bien dijo su salvador rubio un "chico de bien", alguien bien educado y con estudios, él, el chico, era un superviviente, alguien que se ganaba la vida como podía.

-Lo siento- Se disculpó Alan. El rubio le miró, expectante- No debí de hacer una pregunta con un tono tan indecoroso?

-No- Reconoció- Pero ya la has hecho. No voy a echarte un sermón ni te voy a hacer nada, te saqué de la posada porque alguien...como tú, no duraría en una pelea tabernaria, créeme.

El muchacho soltó a Alan y el joven Hernández sonrió con sorna.

-Te sorprendería de lo que sé hacer.

-Supongo que prefieres no comprobarlo de todos modos- Dijo con una pequeña sonrisa.

-Supones bien...te vi antes, dentro. Estabas sentado con un grupo de hombres al fondo.

-Sí, en dos días embarcamos a las Américas. Estábamos siendo contratados.

-Que casualidad, yo también partiré al Nuevo Mundo muy pronto.

El rubio sonrió.

-Pues espero que no coincidamos en el mismo barco...

-Alan, me llamo Alan.

-Soy Hugo Abreu.

-Encantando...oye Hugo, esos marineros hablaban de un gorrión ¿A quién se referían?

-¡¡¿Cómo?!! ¡¡¿No sabes quién es el gorrión?!!

-Pues...no.

-El pirata más temido de la cuenca del Caribe.

-¿Pirata?

Hugo asintió.

-El capitán Jack Sparrow.

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Arriba: Almirante Anibal De La Torre.

Piratas del Caribe: El último pirata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora