VIII

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Alan despertó. Lo primero que vio fue a Anne frente a él. Estaba diferente, ya no parecía para nada un hombre. Su pelo escarlata caía por su espalda y en su cuerpo se podían apreciar las curvas típicas del cuerpo de una mujer. Vestía con un maltrecho sombrero de ala ancha, una camisa blanca y una gran casaca marrón con remaches, portaba unos pantalones holgados y unas botas de cuero. De su cinturón colgaban dos dagas afiladas. En sus dedos portaba varios anillos de plata. Su rostro mostraba, como siempre, altivez y fuerza.

-Al fin despiertas. Llevas tirado en esa hamaca casi un día.

Alan se incorporó. Efectivamente estaba recostado sobre una hamaca de lino. Estaban en la bodega de un barco que desde luego no era la Hispaniola. La madera era del color del hollín, el techo era alto, a cada lateral se disponían una batería completa de cañones. Atados en las paredes o en las columnas se encontraban decenas de barriles, sacos y bolas de cañón ¿Donde estaba?

Alan formuló otra pregunta.

-¿Y Hugo?

Anne se cruzó de brazos.

-Ya espera en cubierta.

-¿Dónde está el cofre?

-En el camarote del capitán.

-¿Donde estoy?

Anne sonrió con bravuconearía, como si la respuesta, en la punta de su lengua le causase una grata sensación que quería guardarse para ella y no responder a Alan.

-Bienvenido a bordo de la Perla Negra, señor Hernández.

-¿La Perla...negra?

Anne extendió una mano.

-Ven conmigo y lo verás.

Alan se levantó y ambos subieron a cubierta.

Iban con viento a favor, viento que besaba con pasión las velas completamente negras de la perla y hacían que fuesen a gran velocidad. Sobre la cofa no se enarbolaba bandera o insignia alguna. La cubierta, las barandas y la quilla también eran de color negro, como si estuviesen recién pintados. A proa, el mascarón: Un ángel; Sostenía una paloma. Los tripulantes vestían bien...para ser piratas. La mayoría llevaban bombachos blancos y casacas de diversos colores: Rojo, azul, blanco, verde, amarillo y púrpura. Llevaban alfantes, espadas, pistolas y bayonetas. Sus sombreros iban desde grandes y glamurosos sombreros llenos de distintas plumas a sencillos tricornios bien limpios y relucientes. Pocos iban con camisa y chaleco, como los marineros de la Hispaniola pero los que los llevaban eran de fina seda o tejidos igual de lujosos. Esos piratas ante Alan, debían tener una larga trayectoria y una buena racha de saqueos.

Hugo les esperaba cerca del palo mayor. El portugués vestía unos bombachos blancos y una camisa nueva del color de la leche. Un cinturón colgaba de su hombro, con una espada y una pistola.

-¿Por qué vas armado?

-Me he unido a los piratas.

-¡¿Cómo?!

Hugo se encogió de hombros.

-Desperté hace unas horas y hablé con Anne. Me ofreció el puesto de cocinero y acepté. Ya sabes que ahora mismo prefiero esta vida.

-¡¡Pero son piratas!!- Los marineros pararon de hacer sus quehaceres y miraron a Alan- Sin ánimo de ofender.

-Mira Alan, he aceptado y no me arrepiento- Zanjó un molesto Hugo.

-Claro que no, Abreu- Le dijo Anne- Ahora eres de los nuestros.

Un pirata se acercó, no, un pirata no...una pirata. Era un mujer alta y bella. Tenía más curvas que Anne y su rostro era afilado pero afable y sus ojos azules. Su cabello azabache era largo y ondulado. Vestía un corsé negro, un corto traje blanco y verde que dejaba ver sus piernas. Llevaba un tricornio negro con ribetes lívidos y de su cinturón colgaban dos pistolas con cilindros donde guardaba la pólvora.

Piratas del Caribe: El último pirata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora