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No tardaron en encontrar a Alan y Hugo. El cocinero también se había amotinado y mostró a los hombres de Eric el lugar donde se escondían los dos jóvenes. Alan sabía que eso iba a pasar, estaban en un barco en medio de alta mar, los lugares en los cuales uno se podía esconder eran ciertamente limitados.

Los piratas les llevaron a rastras a cubierta. El sol deslumbró los ojos de Alan y el Hernández, al mirar al cielo, se sorprendió al ver una bandera negra ondeando sobre el mástil. Era simple, seguramente un trapo cualquiera que encontraron bajo cubierta, no tenía ni calavera ni insignia pero era del color del hollín, la insignia de los piratas.

Les llevaron al camarote del capitán, una estancia en popa. No era muy grande, una estancia de paredes marrones y seis grandes ventanas. Todo estaba desordenado y destrozado, en el centro de la habitación había una mesa y una silla en la cual estaba sentado Eric, con los pies sobre la tabla, al lado de una botella de ron.

Los gemelos soltaron a Alan y Hugo y se pusieron al lado de la puerta.

-¿Ron?- Preguntó Eric con voz amable, con esa dulce voz tan poco masculina que hacía que la mente de Alan volase tratando de alcanzar el significado del sonido proveniente de la boca del nuevo capitán.

-¿Enserio?- Inquirió Hugo- ¿Nos das ron?

-Os lo ofrezco- Asintió Eric- Bebed y luego charlaremos como personas civilizadas.

Hugo aceptó y bebió un largo sorbo de ron pero Alan se negó, era un Hernández, era un caballero español, nada ¡Nada! Podría hacer que bebiese ron, cosa que al final fue obligado a hacer, no sabía tan mal...¡Pero esa sería la última vez que bebería tal pernicioso licor!

-Bueno caballeros- Habló Eric- ¿Seríais tan amables de decirme donde habéis escondido el cofre?

El cofre...

-¡¡¿Qué cofre?!!- Inquirió Hugo, se le daba fatal mentir.

Alan había explicado a su amigo que si llegasen a desembarcar, ese cofre les abriría las puertas de la casa de su tío, lo cuál era verdad. Alan no sabía qué había dentro de ese cofre, no se lo habían dicho, no era de su interés saberlo. Ese cofre le había abierto la ruta hacia un nuevo horizonte lejos de Cádiz, lejos de la monótona España. Eso es lo único que sabía Alan, y mantendría a salvo ese cofre, esa llave hacia futuras aventuras y caminos.

-Hugo, no juegues conmigo. Me refiero al cofre que nuestro estimado señor Alan ha traído desde Cádiz, lo quiero.

-Lo perdí- Se limitó a decir Alan- Cuando escuché los gritos provenientes de la batalla lo arrojé por la ventana de mi camarote.

Eric alzó una ceja.

-Tu camarote no tiene ventana- Sentenció el capitán.

-Eh...

-Idiota- Masculló Hugo.

-Señor Alan o me dices donde está el cofre o morirás de hambre.

-Sea pues- Zanjó Alan.

Eric suspiró.

-Tal vez unos días en los calabozos te haga recapacitar ¡Encerrad a ambos!

-No tenemos calabozos- Dijo uno de los gemelos.

-¡¡Pues en un camarote!!- Gritó Alan con una voz demasiado aguda- ¿Tengo que decíroslo todo?

Los gemelos asintieron, afirmativamente y sacaron a rastras a los dos presos.

Durante el breve trayecto por cubierta Alan trató de contar a al tripulación, eran doce piratas con vida, otros dos estaban heridos y serían, al parecer del español, marineros que durante el motín, cambiaron de bando.

Piratas del Caribe: El último pirata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora