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Charles vivía en una pequeña granja dentro de la bella campiña inglesa. Había nacido allí en el seno de una familia humilde pero muy trabajadora. Su padre le había enseñado el oficio desde muy pequeño y su infancia había sido feliz entre animales y cultivos a pesar de la pobreza. 

Como hijo único que era había deseado con fervor tener hermanos, pero su madre murió siendo demasiado joven y su padre jamás volvió a casarse. Aunque algunos hombres de los alrededores habían criticado su postura, a Charles siempre le había parecido adorable. Había amado tanto a su madre que no había deseado estar con nadie más, y su sueño era encontrar un amor tan puro como el que se habían profesado sus padres.

Con el pasar de los años había descubierto que, muy a su pesar, el amor no era tan fácil de encontrar como había creído, pero aún así sus esperanzas no menguaban. Estaba seguro que algún día lo encontraría. Su padre le había dicho antes de fallecer, un año atrás, que lo encontraría cuando dejase de buscarlo.

Y así fue. El día que Charles dejó de buscar, el amor lo encontró. 

Bueno, no fue exactamente como lo había imaginado y si bien fue un encuentro explosivo, no fue en el sentido mágico de la palabra. Literalmente fue explosivo, el hombre cayó encima de la porqueriza, al parecer arrojado por su encabritado caballo, salpicando todo alrededor.

Charles se acercó rápidamente para ayudarlo, ofreciéndole la mano que el otro hombre aceptó de mala gana. Estaba cubierto de pies a cabeza por el barro y olía como uno de sus cerdos. En cualquier otra situación hubiese reído, pero el hombre parecía furioso y decidió no sumar un nuevo motivo para acrecentar su mal humor.

- ¿Está bien? - Charles preguntó con amabilidad mientras observaba el vano intento del hombre por limpiarse con sus propias manos manchadas.

- Estaría mejor si mi irreverente caballo no me hubiese arrojado dentro de una porqueriza... - El extraño gruñó con disgusto mientras posaba su mirada en él por primera vez.

Charles sintió un leve cosquilleo al verlo. Sus ojos eran del color de un estanque en primavera, tal vez con una gota más de azul dentro de todo ese verde. Eran los ojos más bellos que hubiese visto nunca, y a juzgar por lo poco que podía apreciar detrás de todo ese barro, no era lo único bello que pudiera tener.

- Mi nombre es Charles, ésta es mi granja. Quisiera pasar a lavarse un poco? - Ofreció con una sonrisa amable en su rostro.

- No tengo tiempo para eso, buenas tardes. - El extraño repuso de manera cortante, y dando media vuelta comenzó a caminar en dirección a donde su caballo había huido. 

Bien, ningún bello rostro podría compensar semejante mal genio. Se dispuso a continuar con su labor cuando lo oyó maldecir a lo lejos. Charles suspiró con resignación. Lamentablemente sus padres le habían enseñado a ser solidario, aún cuando la persona en cuestión no se lo mereciera. "Siempre ayuda, aunque no recibas nada a cambio." Con esas palabras revoloteando en su mente caminó en busca del extraño de mal temperamento.

Lo encontró intentando calmar a su caballo sin ningún éxito. Al parecer ninguno de los dos se toleraba demasiado bien. 

- Disculpe, pero necesita ayuda? - Charles se acercó con cuidado, intentando no alterar aún más al pobre animal. 

- No. Éste animal ha sido entrenado meticulosamente pero lo único que hace es desobedecer. No me quedará otra opción más que sacrificarlo. - El extraño puntualizó con frialdad mientras él sólo podía mirarlo horrorizado. No podía permitirle semejante cosa.

- Tal vez no lo han entrenado tan correctamente como cree. Es un semental joven y necesita mucha dedicación. No creo que necesite ser sacrificado, me temo que lo que su animal necesita es confianza y alguien dispuesto a enseñarle y aprender junto a él. - Charles se acercó con suma delicadeza y en cuanto el caballo se alzó frente a él, relinchando, lo tomó por las riendas intentando serenarlo con palabras suaves. Al cabo de unos minutos se relajó, mientras él le aplicaba suaves caricias en el hocico.

- Usted... es entrenador de caballos? - El extraño inquirió en un suave tono de sorpresa.

- No, pero me crié en una granja rodeado de animales. Me gustan y yo les gusto a ellos. Ya le dije, el primer paso que necesita antes de acercarse a cualquier criatura es ganarse su confianza. - Charles respondió pacientemente. 

- Entiendo... supongo que mis trabajadores deberían aprender algunas cosas de usted. - El señor mal genio repuso con una leve nota de humor en su voz, o eso le pareció a Charles. - Por cierto, mi nombre es Erik. Erik Lehnsherr, Duque de Westminster.

Charles se quedó helado al oír eso. Había estado tratando la última media hora con el Duque Erik y ni siquiera se había percatado de ello.

- Milord! - Intentó hacer la reverencia más elegante que pudo mientras sus mejillas ardían a causa de la verguenza.

Erik lo observó intentando contener una sonrisa. Era evidente que ese joven poco conocía acerca de la nobleza, y poco de él. Hacía mucho tiempo que no estaba en presencia de alguien que no lo tratara como si fuera un objeto de cristal. La frescura de Charles había sido como un soplo de aire fresco en una tarde de verano. Era una lástima que acabara de revelarle quien era. Ahora comenzaría a tratarlo como lo hacía todo el resto.

- Milord, yo... lo siento. No sabía que era usted. Disculpe mi atrevimiento con respecto a su caballo, yo... - Su lengua se enredaba a medida que intentaba hablar y bajó su vista al suelo para no tener que mirarlo a los ojos. Tenía terminantemente prohibido volver a admirar ese resplandeciente estanque.

Erik se acercó hasta ponerse frente a él y sin poder evitarlo lo tomó del mentón, obligando a levantar su mirada del suelo. Cuando se encontró con sus ojos tan de cerca, tuvo que hacer un esfuerzo por recordar lo que estaba a punto de decir. El océano tenía menos profundidad que su magnífica mirada.

- No tienes nada de que disculparte. Y estaría muy honrado si aceptases ser el nuevo entrenador de Azazel. - 

Charles no sabía que lo aturdía más. Si la calidez que se desprendía del tacto del duque, o su inesperada propuesta. 

- Milord... yo le agradezco pero mi lugar es aquí en la granja y... -

- No aceptaré un no como respuesta. No estoy pidiéndote que te traslades a la mansión, sólo te pido que asistas una vez al día para adiestrarlo. Te pagaré y podrás hacer ambas cosas! - Erik espetó, soltando el mentón de Charles. Quería convencerlo, el joven había demostrado ser bueno en lo que hacía... sólo eso. No había ninguna otra razón.

- Está bien, Milord. Acepto. - Charles respondió finalmente tras meditarlo unos segundos. Después de todo no es que pudiera negarse a la petición de un duque.

- Perfecto. Te espero mañana a las 10:00 am en la mansión para comenzar con las prácticas. Hasta mañana, Charles. - Erik hizo un ligero ademán de despedida, tomó las riendas de su ya calmado caballo y comenzó a caminar cuando la voz de Charles lo detuvo.

- Milord... recuerde darse un baño al llegar a Eaton Hall. - El joven repuso con una media sonrisa en el rostro y una exagerada reverencia.

- Lo tendré en cuenta... - Retomó su camino junto a su caballo con una extraña sonrisa grabada en su rostro. 





Educando al Duque (CHERIK - AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora