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Uno piensa que la adolescencia no va a ser más que una faceta, que pasará rápido. Una horrible faceta para el club de los Losers sin duda, en la que un bravucón te obliga a llegar virgen hasta la universidad.
Para mi era peor. Creí que luego de asesinar a un payaso demoníaco a los catorce ya no me molestarían más, que mis días de escuela serían mejores, no, claro que no.

—¡Oye, Uris!—era Henry—¡A la salida te quedas sin dientes!

Solté un bufido, entré por las puertas de la escuela con la aquella horrible noticia a cuestas, ahora mi preocupación no eran sólo la comida asquerosa de papá cocinaba cuando mamá iba a la casa de la abuela, sino también, cómo salir por la ventana del sótano de la escuela sin que Bowers me encuentre.
Ahora tengo diecisiete, el grupo de los perdedores cada vez disminuye más; sólo quedamos: Bill, Richie, Eddie, Mike y yo. Ya que Beverly se fué a Portland luego de que su papá muriera; a la mamá de Ben la despidieron y tuvo que marcharse hace unos meses para vivir con una tía, hermana de su madre; por último se fue Jess, su papá fue ascendido en su trabajo y debió irse, lo cual tuvo a Richie casi moribundo por dos semanas, sigue mal pero finge no estarlo.

—O-Oye, n-nos espera una paliza cuando salgamos de a-aquí—Bill apareció a mi lado.

—Lo sé, Bowers me dijo.

Cuando entramos al salón no había casi nadie. Pasaron unos minutos y los demás incluyendo a Richie y Eddie llegaron.

—No saben lo que encontré en la habitación de mis padres—exclamó el de anteojos con una inmensa sonrisa.

Nadie llegó a contestar cuando Richard ya había sacado de su mochila en su totalidad tres revistas eróticas y las arrojó justo sobre mi banco.

—¿Qué haces Richie? ¡Guarda esto!

Mi desesperación aumentaba, si el profesor me veía me retaría y mandaría a castigo. Lo que llevaría a que llame a mis padres, lo que lleva a que mi madre se entere y se muera de un ataque cardíaco de la vergüenza, lo que llevaría a que quede como un vírgen hormonal frente a toda la escuela y mis padres.
Pero antes de que pudiera quitarlas escuché la voz de mi maestro detrás de mi.

—Señor Uris, ¿qué es lo que tiene escondido ahí?—preguntó.

Obligado y para no hacer más escandalosa la situación simplemente alejé mis brazos permitiendo ver la obsena portada de la revista de Richie.

—Lo siento profesor, se cayeron de mi mochila—comenté.

Noté que Bill y Eddie se dieron la vuelta para disimular la risa, Richie me miraba en forma de disculpa, una discula que sin duda le daba mucha diversión.

~|•|~

—Por favor señor Tompson, no le diga a mi madre—rogué.

—Eso debió pensarlo antes de traer eso en su mochila—contestó.

Estabamos en el corredor deliberando cuál iba a ser mi castigo.

—Está bien, comprendo, pero cuando llame a mi casa... —pedí—por favor, projure hablar con mi padre.

El señor Tompson soltó un suspiro, bajó la cabeza y se frotó la cien pensativo.

—Está bien, Stan, lo haré sólo porque eres un gran alumno y esta es la primera vez que te castigo—me apuntó con su dedo índice—Aún así, estarás castigado por tres días, te encargaras de limpiar el sótano, salones y la biblioteca junto a Bowers.

Mi corazón frenó de golpe. ¿Con él?

—¿Bowers?—pregunté antes de que entrara al salón.

—Sí, Bowers—el profesor me hechó una última mirada y entró, luego lo hice yo.

¡Mierda!

𝑻𝒂𝒈 ¦ 𝑆𝑡𝑎𝑛 𝑈𝑟𝑖𝑠Donde viven las historias. Descúbrelo ahora