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[Narra Jana]

—Bueno, me tengo que ir, Victor me espera—me sonrió Maggie. Poniéndose la mochila al hombro y dirigiendose a la puerta de mi cuarto.

Me puse de pie y la acompañé a la entrada de mi casa. Mientras me contaba lo bien que le iba con Vic y me preguntaba una que otra cosa sobre Stan, a lo que yo la callaba entre risitas porque no quería que mi papá o Henry se enteraran.

—Ahora sí, adiós, Jana.

La saludé con mi mano mientras se alejaba. Cerré la puerta con cuidado, tratando de no recordarle a mi hermano y a mi padre que existo.
Suspiré levemente al no hacer ningún ruido.
Me di la vuelta, lista para subir las escaleras hasta mi cuarto, pero, antes de poder, me encontré a Henry a centímetros de mi rostro, con su anatomía casi pegada a la mía.

—¡Ah!—solté un leve gritó de sorpresa, no esperaba eso. Lo miré con duda y nerviosismo, su actitud no era muy normal que digamos—¿Necesitas algo, ... Henry?

Desde hacía cuatro años él ya no era el mismo, nunca fue bueno, pero ahora era peor. Cuando los niños desaparecían, yo tenía doce, papá me dejaba todo el día en casa porque no quería arriesgarse a perderme.
Pero debió haber dejado a Henry también.
Cuando todo terminó y no hubo más desapariciones Henry cambió, ahora tenía una mirada aún más loca y desquiciada de antes; la manera en que me miraba era horrenda, parecía que me iba a devorar en cualquier momento. Todas las noches, por miedo, cerraba la puerta de mi habitación con llave, para que él no pudiera entrar.
Todos creían que Henry y yo seguíamos siendo buenos hermanos, por como él me sobre proteje con todos los chicos que se interesan en mí.
Me la paso fingiendo que no le temo.

—No hablabas de Stan Uris... —dijo, transando la mandíbula, fijando sus ojos azules en los míos—¿verdad?

Corrí mi mirada a un lado y sentí que, si contestaba, la voz me iba a temblar, asi que preferí quedarme callada y negar con la cabeza.
A él pareció molestarle esa acción, lo demostró al tomarme del mentón con brusquedad y obligarme a mirarlo.

—Quiero que lo digas en voz alta—su voz me daba escalofríos, era horrible, no sabía qué podría hacerme.

Me quedé estática mirándolo a los ojos, era como un monstruo, parecía alimentarse de mi miedo.
Él esperaba mi respuesta, pero mi boca parecía carecer de la capacidad de contestar.

¡Dije que contestaras!—gritó como un demente, no me dió más tiempo, me tomó del cuello con fuerza y me estampó con brusquedad contra la puerta, haciéndome marear—¡Tu eres mía, Jannie! ¡¿Acaso no lo entiendes?!

Esto había ido muy lejos, tenía que hacer algo, me estaba ahorcando, me quedaba sin aire.
Sin perder un segundo, ante la desesperación, lo golpeé fuertemente en el estómago con mi rodilla. En cuanto me soltó, pasé corriendo a su lado, con la intención de subir las escaleras.
Escuchando sus quejidos y maldiciones hacia mí, llegué a mi cuarto. Al lado de la puerta se encontraba mi escritorio, este tenía un cajón donde guardaba la llave del sitio. Lo abrí y la tomé, cerré mi puerta con rapidez, las pisadas de Henry ya estaban en la escalera.
Por fortuna, aseguré la entrada a mí habitación a tiempo.

—¡Abre la puerta, zorra!

Di un salto al escuchar ese grito acompañado de un golpe fuerte en la madera.
No podía arriesgarme a quedarme aquí, asi que tomé mi mochila, metí un par de cosas y me escapé por la ventana, dejándola abierta para cuando volviera, si es que lo hacía...

𝑻𝒂𝒈 ¦ 𝑆𝑡𝑎𝑛 𝑈𝑟𝑖𝑠Donde viven las historias. Descúbrelo ahora