Mis lágrimas caían sin cesar, una tras otra, en una secuencia interminable y agotadora, cada gota cargada de un deseo no correspondido, una esperanza que se desvanecía con cada segundo que pasaba. Mientras continuaba esperando su mensaje, ese pequeño signo de atención que necesitaba como el agua en un desierto abrasador, donde la vida languidece sin su presencia. Era un poco absurdo, lo admito, como un cuadro surrealista de Dalí, un paisaje de la mente distorsionado por el deseo y la añoranza. Ya había transcurrido un día entero, un ciclo completo del sol, desde el amanecer hasta el crepúsculo, sin que siquiera lo viera, sin que su rostro se cruzara en mi camino.
Pero lo que más me dolía, lo que penetraba como aguijón en mi corazón, no obstante, era verlo en la escuela, en ese edificio lleno de recuerdos, de momentos que habíamos compartido, de risas y lágrimas, de encuentros y despedidas. Estaba totalmente consciente de que no tenía la capacidad, ni el valor, de cambiar la situación. No me atrevería jamás a acercarme, a romper esa barrera invisible de la distancia, a desafiar la corriente de la inercia y entablar conversación. Siempre preferiría quedarme en la sombra, en un rincón oculto, en un lugar donde él no pudiera verme, donde mi presencia pasara inadvertida, como un fantasma en la multitud.
Observé a esa chica, a cómo lo miraba. La forma en que lo miraba era diferente, era especial, era un rayo de sol en un día nublado, casi como si hubiera una conexión íntima, un lazo invisible, algo muy especial entre ellos dos. Algo que yo sabía que nunca lograría tener, una quimera inalcanzable, una estrella fugaz que siempre se escapaba de mis manos. Santiago, su nombre resonaba en mi mente como un eco lejano, como una melodía inacabada, siempre flotando en el aire, pero nunca del todo presente.
Nunca iniciaba conversaciones conmigo, siempre tenía que ser yo quien empezara a hablar, quien rompiera el silencio. Aunque su estilo de escritura era un poco gracioso, un poco peculiar, nunca conversábamos como lo haría con cualquier otra persona, como dos amigos en un café, compartiendo risas y secretos. Siempre era todo muy monótono, muy predecible, y aburrido, como un guion ya leído, una película ya vista. Me encantaría cambiarlo, alterar el curso de nuestra historia, hacer que nuestra dinámica fuera un poco diferente, pero sé que, por ahora, seguirá siendo igual, como un río que sigue su cauce, indiferente a los deseos de los mortales.
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Mi vida es un completo cliché
Genç KurguLa vida de Ana se ha convertido en un gran cliché desde que comenzó a enamorarse de Santiago, ella por más que intente evitarlo el lo único que hace es acercarse cada vez más convirtiendo esa historia en algo especial