Capítulo I: Undómë (el tiempo cercano a la tarde)

404 22 1
                                    


—La noche llega...

El rey de Gondor caminó recargando sobre el bastón el peso de la pierna muerta. Telas sembradas de oro cubrían las altas paredes del corredor. Guerreros bordados peleaban una batalla interminable. Hombres y orcos detenidos en el tiempo infinito de la guerra. Aragorn deslizó sus dedos sobre los combatientes.

—Has llegado al final de la aventura.

La voz hermosa y sutil de Arwen Undómiel cruzaba las estancias y los pasillos del palacio. Tres meses pasaron desde la destrucción del anillo y al lado de Arwen cada día era nuevo. En la brillante presencia de su amada el rey olvidaba el pie inútil que lo obligaba a cojear, dejaba atrás a los amigos que se fueron, los sueños perdidos... Arwen llenaba su corazón.

—Duerme ahora, y sueña con los que llegaron antes.

Aragorn cruzó el pasillo que lo separaba de las habitaciones interiores. Los ventanales estaban abiertos, las cortinas azul y plata ondeaban con un soplo de la mañana. Arwen estaba sentada en la cama. Aragorn observó embelesado el cabello de azabache pulido. La grácil inclinación en la cabeza de su amada. La mano de Arwen se deslizaba en una tierna caricia. No estaba sola.

—Ellos te están llamando desde la distante orilla.

Legolas recargaba la cabeza sobre las piernas de Arwen. Ella cantaba para él y le acariciaba las rubias hebras.

—Arwen vanimelda (Hermosa Arwen) —murmuró Aragorn.

Ella se volvió a medias, le indicó que entrara. Aragorn observó inconforme, Legolas no había notado su presencia. Seguía arrodillado frente a Arwen, los ojos cerrados, como si durmiera.

—Está cansado.

Los pasos discordes de Aragorn despertaron a Legolas. El elfo parpadeó adormilado.

—Si no fueras mi mejor amigo —bromeó Aragorn—, te mandaría cortar la cabeza.

Legolas intentó sonreír. Aragorn se dejó caer en la cama sin ninguna dignidad. Legolas se levantó y se sentó a su lado. El rostro estaba bañado de una pena que Aragorn entendía bien.

—Vine a despedirme.

—¿Despedirte? ¡Pero ni siquiera sabes la buena noticia!
Los ojos de Legolas brillaron. Aún era un elfo joven y no había aprendido a reprimir su curiosidad.

—¿Qué noticia?

—¡Elfo curioso! —rió Arwen.

Aragorn palmeó sus rodillas y ella fue a sentarse en sus piernas. La dulce Arwen resplandecía como si estuviera bajo la luz de la luna. Aragorn volvió a perderse admirando su belleza.

—¿Qué noticia? —insistió Legolas.

—Aranya (Mi rey)—murmuró Arwen divertida.

Aragorn se aclaró la garganta. Hundió su cara en la cabellera oscura.

—Díselo tú.

—¿Decirme qué? —una sonrisa bailaba en los labios del elfo.

Arwen sonrió.

—Estoy embarazada.

El asombro primero y luego la felicidad, invadieron el rostro del elfo jovencito. Se unió al abrazo de Aragorn tomando por sorpresa a los esposos.

—Legolas.

Arwen le acarició el cabello. Legolas ya no se hacía trenzas. Sintió un sollozo ahogado contra su vientre. Apretó su abrazo en torno al frágil elfo.

Canción de cunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora