Ve tauri lillassië II (con hojas de los bosques)

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Faramir observó los arboles. Cuando llegaron, por la mañana, el bosque era un arcoíris de verdes, ahora los árboles se veían marchitos, el viento danzaba sus hojas caídas. Aunque el viaje estaba planeado para el medio día, los elfos no estuvieron listos hasta la tarde. Nadie respetaba su deseo de marchar temprano. El viaje a Minas Tirith sería largo y Faramir no quería cabalgar después del ocaso.

Al ver a Legolas, con el niño en brazos, Faramir respiró más tranquilo. Temía que se hubieran retractado.

—¿Puedo verlo?

Legolas no parecía feliz. Él y su hermano vestían de verde y castaño, como cuando lo conoció. Con el tiempo, se dijo, hacía poco que se había casado, esperaba que no abrigara sentimientos profundos por aquel elfo irritante. El niño apenas llenaba los brazos de Legolas. Tenía los ojos cerrados y las orejas puntiagudas. Faramir no sabía decir a quien se parecía. Para él todos los bebés eran iguales.

—¿Cómo se llama?

Legolas meció al niño. Su rostro se suavizó, su voz fue un murmullo, como un sueño lejano.

—Turambar. Su padre lo nombró así.

—¿Me dejas cargarlo?

Faramir extendió los brazos, Legolas retrocedió un paso y abrazó al bebé contra su pecho.

—No lo toques.

—Legolas, es el hijo de Boromir.

—Soy el príncipe Legolas y Boromir está muerto así que es mío. Si quieres cargar bebés, ten tus propios hijos.

Thranduil sonrió al escuchar la respuesta de su hijo. Gil-galad lo adiestró bien. Su hijo siguió de largo, hasta donde su hermano Vardamir lo esperaba sobre su caballo Fëanáro. Thranduil siguió los pasos de su hijo. Abrazó a su pequeño hoja verde. Que rápido pasaba el tiempo. Su elfito ya estaba casado y tenía un hijo. Le besó la frente a su hijo y a su nieto. Legolas montó delante de su hermano, con el niño en sus brazos. Vardamir le rodeó la cadera.

—Aiwëndil y Minastan les mandan su afecto. Vengan a visitarnos pronto.

—Vendremos cuando Minastan de a luz. Envíanos mensajeros cuando esté próximo.

Thranduil asintió. Sus hijos y los hombres iniciaron la marcha. Miró los árboles. ¿Era Gil-galad quien amaba con esa intensidad? Necesitarían mucha felicidad para que la huella de la pena se desvaneciera del bosque.

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—¿En manos de quién está la ciudad?

—De Faramir, vanimelda, —respondió Aragorn.

Arwen apretó los labios. Ella caminaba sobre un andador de piedra elevado, Aragorn la seguía desde abajo, a paso lento. El ruido del bastón acompañaba cada paso.

—¿Dejó en paz a Legolas?

—No, hicieron un trato. Legolas irá a Minas Tirith con su hijo.

—¿Y su esposo?

—Su esposo no irá.

Arwen negó. ¿Por qué los hombres hacían esas cosas? Eran incapaces de ponerse en la piel de otro. Aragorn observó a su reina. Cuando viajaba tuvo mucho tiempo para pensar en la razón por la que Arwen se marchó. Luego de la guerra él estaba menos dispuesto a escuchar otras voces que no fueran la suya. Quería que Arwen estuviera a su lado y aceptara cada cosa que él decía. Al igual que hizo con Legolas.

—¿Qué habrías hecho tú, vanimelda?

Arwen pensó sus palabras. Se detuvo y se sentó en el andador. Aragorn se quedó quieto.

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