Faramir pasó la mañana supervisando los trabajos de reconstrucción. Como debía ser los cuñados solteros se casaron con las viudas de sus hermanos. Demasiados gondorianos murieron en batalla y el rey ofreció posesiones y mujeres, a veces con hijos, a los hombres dispuestos a trabajar en la ciudad. Era una cruda decisión, mas se necesitaban varones, manos dispuestas al trabajo y a la lucha, matrimonios que llenaran Minas Tirith de chiquillos. La muerte era dolorosa; la vida no se detenía en nimiedades. Los llantos de las mujeres se apagaban con el correr de los días. Los niños volvían a jugar en las calles. La batalla era un lejano recuerdo.
Faramir se encontró pensando en Legolas y en su hermano. Sí Boromir se hubiera casado con el elfo sería su obligación tomarlo en matrimonio. O si estuviera embarazado. Corrían extrañas historias sobre la fertilidad de los elfos; Faramir no sabía si eran ciertas. Con un movimiento de cabeza sacó al inoportuno elfo de sus pensamientos.
Al caer la tarde se dirigió a las cocinas. Procuraba comer en las cocinas bajo la excusa de que era un lugar mucho más grato y cálido que la mesa real, costumbres de toda la vida le decía a Aragorn. Era una disculpa tonta; Aragorn la aceptaba sin preguntar y él se evitaba un encuentro innecesario con Legolas.
No esperaba la escena que lo recibió. Legolas, sentado en un rincón, con las piernas cruzadas, devoraba un pastel. Tenía crema en las manos y la boca tan llena que las mejillas se le veían abultadas. Faramir contempló absorto la tierna visión. Lo saludó con la escasa amabilidad que merecía un muchacho usado para la cama. Legolas se atragantó y tuvo que golpearlo en la espalda y conseguirle un vaso con agua.
—¿Está rico el pastel? —le dijo una vez que se repuso.
Legolas se sonrojó hasta la punta de las orejas y respondió un débil sí.
—Pensé que los elfos vivían del aire de los bosques —dijo la gorda cocinera y se rió de su propio chiste.
La cocinera no vio a Legolas ponerse pálido, la tristeza y el miedo luchando al par en su bonita cara. El elfo huyó antes de que Faramir pudiera limpiarle las lágrimas.
—¡Qué dije! —se quejó la cocinera.
Faramir pensó seguirlo. ¿A quién habrías elegido, Legolas? se preguntó.
—Ese chiquillo —comentó la cocinera mientras le servía un humeante tazón con caldo—, si no fuera hombre yo diría que está embarazado.
—De unos días acá sólo quiere comer pastel —comentó otra mujer.
—Y como come, —remató jocosa la gorda cocinera.
Faramir revolvió el caldo. Ya no tenía hambre.
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—¿Sigues ahí? —cuestionó Aragorn por quinta vez.Faramir permaneció sentado con la mente en las nubes. Tardó varios segundos en darse cuenta de que Aragorn le hablaba.
—Perdón, estaba distraído.
—Me di cuenta —murmuró Aragorn mientras enrollaba los mapas que le enseñó. Faramir era su mano derecha, pero cuando estaba "distraído" era mejor suspender el trabajo. A menos que quisiera poner un puente donde no había ríos o construir una ciudad en un pantano—. Por hoy es suficiente.
—¿Los elfos se embarazan?
Aragorn lo miró extrañado. La pregunta, que no venía al caso, le hizo levantar las cejas.
—Eso espero. Estoy dedicado a ello.
Aragorn sonreía. Faramir sintió ganas de azotarle una silla en la cabeza.
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Canción de cuna
RomanceLa guerra del anillo terminó y los sobrevivientes deben reconstruirse entre las ruinas de lo que se perdió. Legolas, el joven príncipe elfo, se ve envuelto en la batalla y tiene que madurar de prisa. Mientras la guerra avanza se enamora de un hombre...