Capítulo: Hísië (bruma) V

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Aquella mañana caía una ligera llovizna, apenas una caricia de humedad sobre el bosque. La familia real no se inmutó por las gotas de cristal. Los árboles admiraron afligidos el paso de Thranduil y sus hijos. Los rostros hermosos mostraban tristeza en su serenidad. Thranduil iba al frente, escoltado por Aiwëndil y Vardamir. El rey y sus hijos mayores vestían túnicas blancas ricamente bordadas. Thranduil caminaba con el aplomo de sus largos años, el corazón intranquilo, la mirada llena de pena. Aiwëndil y Vardamir evitaban mirarse para no ver su dolor reflejado en los ojos del otro. Unos pasos atrás caminaba Legolas de la mano de su marido.

Gil-galad vestía de negro, la garganta adornada por la tira de mithril, por los collares de las batallas que libró en su vida. Legolas vestía una túnica larga acorde a su condición de elfo casado. Gil-galad caminaba despacio dando tiempo al lento andar de Legolas, se detenía, como en aquel momento, cuando el pequeño elfo necesitaba respirar profundo.

—Tranquilo —murmuró Gil-galad.

Legolas levantó la vista, los ojos se le llenaron de lágrimas. Gil-galad lo atrajo contra su pecho, le besó los cabellos.

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—¡Faramir qué te dieron que estás tan torpe!

La risa de Faramir se escuchó detrás de un biombo de ramas plateadas y flores azules.

—Lo que me faltaba —bromeó, se golpeó el codo contra la seda del biombo—. ¡Envenenado por elfos! Debiste decirme que no comiera nada.

Aragorn acompañó con una sonrisa las bromas de Faramir. Se sentó en la cama y se frotó la pierna inútil. Trató de recordar el sueño que lo inquietó por la madrugada; sólo la certeza de que soñó permanecía en su mente. De la fuente de su corazón brotó el recuerdo de la voz de Arwen. "Cuando estoy lejos de mi amado el dolor invade mi cuerpo..."


—Ésta es la mano de tu atar.
Arwen guió la mano de Aragorn, la acomodó sobre su vientre.
—Llámalo ahora, dile su nombre.
Aragorn trató. Su lengua se negó a obedecer, todavía tenía la dicha alborotada. Esa mañana su hijo se mostró en el vientre de Arwen y el asombro enmudeció al rey. Acarició la suave piel de Arwen y le pareció sentir que la gota de calor se movía en busca de su mano.
—Vanimelda —susurró.
Era una emoción que iba más allá de todas las que conoció antes. Se le llenó el pecho de una profunda alegría y a la vez una enorme congoja. Se inclinó sobre Arwen, le robó un beso. Las palabras no alcanzaban para agradecerle.
—Llámalo —dijo emocionada, y su voz fue como el canto dulce de los pájaros, como la mañana que nace cada día.
—Eldarion.

—Ya está —gruñó Faramir dando los últimos toques a la capa que le cubría los hombros.

Aragorn levantó el rostro, dio su aprobación. Observó el rostro tranquilo de Faramir.

—No sé lo que nos espera —dijo Aragorn inquieto. Giró el bastón en sus manos—. Ayer Thranduil parecía más dispuesto a cercenarme la garganta que a pactar, y ahora...

—No tiene más remedio, no querrá ser él quién inicie una guerra sin sentido, —dijo Faramir alisando los pliegues de su túnica—. Lo que pedimos es justo.

Aragorn escrutó a Faramir. Oscuras ojeras le rodeaban los ojos.

—¿Hace cuánto que no duermes bien? Los soldados me dicen que vagas de noche.

Faramir esquivó la mirada del rey.

—Estoy preocupado. Sólo quiero el bien de Legolas

—Faramir dime que todo lo que dije ayer era cierto.

Canción de cunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora