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Mario Bautista.

Me encontraba en la casa de uno de mis mejores amigos, Juan Pablo. Estaba más aquí que en mi casa, era porque no soporto las estúpidas peleas entre mi familia.

Al mi alrededor todo era calmado, solo en este lugar. En cambio, en casa todo es tan irritante. No hay persona que se levante feliz al menos una mañana. Todo es tan estúpido, es como si no fuera la familia de hace cinco años. Cuando papá estaba todo era arcoiris, ahora sólo son colores oscuros en personas de mierda.

—¡Hey!, Hermano. ¿Estás bien?— dijo Juanpa, con su mano en mi hombro y la otra peinando su rubio cabello.

Suspire.

—Nada, oye tengo que contarte algo.— le avisé.— es sobre una chica.

A penas lo dije, se empezó a reír. No entendía el porque, siempre que le cuento algo sobre ellas termina riéndose y dándome consejos de que ellas no son un juego.

—Haber, de dónde es?— pregunto ya más calmado.

Recordaba el como la conocí y era parte gracia y parte cómico. ¿Quién se esconde en un conserje? Solo me imagino que ella.

—No lo sé, no sé nada de ella. Incluso no su nombre.— sonreí.— pero fue tan raro la forma en cómo la distingui.

Juanpa era de esos chicos que no te juzga, al contrario te aconseja y ayuda cuando crees necesitarlo. Conocerlo por más de 3 años es una casualidad muy bonita en mi vida. Qué gay sonó eso.

—¿Entonces?, La conociste en donde?— tomo un sorbo de jugo de manzana.

—Mira, hace una semana, en la mañana estaba discutiendo con Isabella por qué no la dejara sola. Ya la conoces ella y sus dramas estúpidos. Bueno, íbamos caminando por el pasillo llegando al cuarto de conserje. Le dije que me esperara allí que iba a hacer unas cosas y aún así no se fue. Siguió hay.— suspire. Toda su atención estaba en mí— entonces, cuando entre, de lo rápido que lo hice no me había fijado que una chica estaba en él. Gimió del dolor que sintió cuando su gran trasero había quedado en el frío piso. Fue cómico.

—¿Solo le viste el trasero?— pregunto.
Reímos por eso.— no me cuentes más, no quiero saber qué te dijo después de eso. Eres un patán.— reímos de nuevo.

—Pero, fue algo tierno de su parte lo que hizo por mí. Hoy la defendí de lo que la culpaban. Y pasó algo más que eso.

Recordé como su cálida y pequeña mano apretó mi rodilla, lo hizo de una forma tan.. exitante que juraría habermela comido hay. Si no era porque fuera un lugar público. Ya hubiera sido mía.

—¡Hey!, ¿Mañana nos vemos que dices?, Iremos a cine si gustas.— le dije a Juanpa. Él asintió de forma alegre.

Era un estúpido niño infantil a veces.

Chocamos puños y salí de casa, ahora no sabía que hacer. No quería llegar a aquella porquería de casa. No hoy al menos.

Mire hacia todos los vecindarios, aún no quería subir a mí Lamborghini, estaba cansado y quería disfrutar un poco de la noche. Pensar en todo lo que ha pasado por mi vida desde que mi papá no está. Es siempre la soledad que me acompaña y una sonrisa que engaña a cualquiera que me vea.

La luz neón de una ventana de pronto me saco de mis pensamientos. Era una luz neón morada, la cortina estaba semi abierta, justo dejaba ver quién estaba allí. Mi vista se puso solo en esa ventana. Era la única encendida a las 10:00 de la noche.

—¿Qué mierda?— hablé para mí.

Algo que era típico en mí era mi curiosidad, quería saber qué era eso, no solo estaba ese color si no unos cuantos más.

Mire por toda la casa de aquella ventana, había una pequeña escalera en la parte del porche. Creo que era justo la altura para subir a la ventana. Me acerqué a aquella casa, estaba frente la reja para entrar al jardín. Una pequeña risa salió de la ventana, después vinieron dos más. Pero sólo una llamó mi atención, una risa algo extraordinaria pero algo común.

Mire de nuevo la casa, entre sin hacer ruido, agradecía que la reja no chillaba. Corrí hasta la parte del porche donde estaba la escalera. La posicione y la puse en la ventana, todo con calma y quedaría bien.

Subí, tenía cierta adrenalina por mi cuerpo, jamás había hecho esto. No por una simple curiosidad. A un paso de la ventana, metí mi pie derecho al piso, me agarré bien de los extremos y metí la otra, ya estaba dentro de la casa.

No había nadie en la habitación, la luz ya no estaba. Era como si de la nada se hubiera apagado. Mire por todos lados, buscando el maldito interruptor, cuando lo encontré lo encendí. Para mi sorpresa, dos chicas estaban sentadas en la cama. Al ver mi presencia, soltaron la risa. ¿Y si fuera un ladrón harían lo mismo?, Mire detenidamente a las dos, no eran chicas como tal. Eran unas niñas de unos 5-6 años. Sus ojos claros me veían con burla, soltaron una pequeña risa.

Me acerqué a ellas, no notaba ninguna diferencia entre las dos, al acercarme note que eran gemelas, solo que una pequeña era de ojos azules mientras la otra de ojos verdes. Eran hermosas estas niñas. Les sonreí, no quería que pensaran que era un extraño. Sus pequeñas sonrisas fueron mi respuesta, tenían sus pequeñas manos juntas, apretadas. No quería que sintieran que daba miedo, no les haría daño.

Una de ellas, sonrió de nuevo acercándose a mí. Miro a su hermana, aún estaban tomadas de la mano. Sin soltarla me preguntó.

—¿Eres amigo de nuestra hermana?— devolvió su mirada al piso.— Irían está a abajo. Por si la necesitas.— retrocedió de nuevo. Su hermana la abrazo y le susurró algunas palabras.

¿Irían?, Quién es Irían?... Esa pregunta rebotó en mi cabeza por cinco segundos, hasta escuchar los pasos de alguien subiendo por la escalera.

P R O H I B I D O. ‹Mario Bautista›Donde viven las historias. Descúbrelo ahora