Roley-play

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Se mordió el labio inferior mientras movía la pierna inquieta. Cuando la pregunta escapó de sus labios, como una broma, esperó que ella enrojeciera y se cubriera el rostro. Incluso que le acusara de pervertido o cualquier otra cosa. Pero cuando le dijo que lo haría, con esa carita de niña buena y las mejillas enrojecidas, no pudo más que quedarse con la boca abierta y dejar que se alejara.

Espérame un momento, le había demandado como única cosa.

Y él se había quedado esperando como un idiota adolescente imaginando un sinfín de cosas que, desde luego, nunca podría llegar a nombrar delante de sus hijos.

Y cada segundo que pasaba empezaba a estar más nervioso. ¿Y si Hinata se hubiera escapado por la ventana de su dormitorio y gritaba a los siete vientos que su marido era un pervertido? Porque podría hacerlo.

No. Un momento. Era Hinata. Su timidez y educación no se lo permitirían.

Pero continuaba sintiéndose incómodo y perdido.

¿Y si la había asustado de tal modo que se hubiera atrincherado en el dormitorio?

Justo cuando iba a levantarse la puerta se abrió y notó que el corazón le latía en los odios de angustia y expectación. Para luego sentir cómo toda la sangre se agolpaba en un punto que se levantó como si de una torre se tratara.

Hinata corría hacia él. Y era como si la estuviera viendo a cámara lenta. Con el traje ajustaba que dotaba a sus senos de unas hermosas formas —que para su desgracia saltaban y saltaban de una forma muy sensual—, marcando sus pezones. EL cierre en su estómago, bajando por sus caderas, apretándose y realzando su figura, con una raja en toda la falda que descendía hasta abajo y dejaba ver su muslo — y joder qué ganas de besárselo, morder y acariciar con su lengua tuvo en ese mismo momento—.

Llevaba el cabello trenzado que le caía en el lado derecho del hombro y el maquillaje parecía haberse hecho rápido y con un enfoque asiático que le calentó más.

—Hinata... yo te dije que... —balbuceó.

—Sí —interrumpió ella jugando con sus dedos con una ternura que no pegaba con su atuendo—. No entendí muy bien lo de una geisha antigua, no tengo traje, pero puedo darte una china sensual. O eso espero, no estoy muy segura de mí misma.

Naruto tuvo que cerrar la boca o terminaba llenando la alfombra de babas.

—Joder. Es mejor —confesó tragando pesadamente—. Estas... guou...

Porque él quería quitarle el vestido y a la vez no. Quería meterse entre sus piernas. Quería comérsela a besos. Hundirse en su interior y no salir en su vida.

Pero lo único que pudo hacer fue atraerla contra él y abrazarla. Temblorosa, delicada y con olor a jazmines.

—¿Naruto-kun? —cuestionó preocupada—. ¿Quieres que juguemos entonces?

Sí. Aquella había sido la incentiva al atuendo. Hinata había tenido una charla de chicas con Ino y como resultado, había vuelto a casa con la loca idea de que él tendría alguna fantasía erótica con ello. Le había tomado el pelo con las geishas y Hinata había deseado complacerle hasta el punto en que toda la fantasía se había ido al traste porque era mucho mejor la real.

Miró hacia el techo y esbozó una pícara sonrisa.

—¿Realmente vas a cumplir mis deseos?

—E-esa es la idea... creo —dudó.

Naruto sintió la carcajada escapársele de control y pegó sus labios contra su cabeza, besándole los cabellos. Bajó más y se detuvo en su oído, susurrándole. Hinata enrojeció y cuando sus ojos se encontraron, estaban llenos de lágrimas. Él solo sonrió y la levantó en brazos para sentarla sobre la mesa del comedor.

Se llevó las manos al rostro, cubriéndose la vergüenza y la sorpresa.

—¿No puedo?

—Será... incómodo y...

—Para nada. Tómalo como... una orden —expresó enarcando una ceja.

Hinata entonces tensó la espalda y de un salto, bajó al suelo. Un detalle que no pasó desapercibido para él. Alargó una mano y acarició por encima de la tela uno de los tensos senos que se marcaban bajo la tela, excitados, como si estuvieran clamando por su atención. Hinata se estremeció al sentirle y apenas pudo sostener un suspiro entre los labios.

Se pasó las manos por los costados hasta las rodillas y luego, lentamente, apretó la tela entre los dedos para subirla a ritmo lento. Naruto no perdió detalle de sus blancos muslos y la aparición de su sexo. Lo dejó caer antes de que la boca se le hiciera agua y caminó hacia él, tomándole de la mano.

Se llevó la mano libre hasta la trenza y liberó sus cabellos. El lazo lo rodeó alrededor de su muñeca y luego la otra, uniéndolas justo sobre su vientre. Naruto siseó sin poder contenerse, mientras la tímida mujer terminaba de apretar un nudo que debiera de retenerle.

—¿Duele?

—Mejor que duela.

Ella le sonrió agradecida. Le dio dos apretones más y se apartó de él. Su mano se dirigió hasta su rostro y antes de que tuviera tiempo de reaccionar, lo tiró contra el suelo. Naruto dio de lleno con su espalda contra la moqueta y el suelo y antes de que tuviera tiempo de reaccionar, ella se subió sobre sus caderas y tiró de sus manos hacia arriba.

Con su trasero, rozó la erección dentro de sus pantalones.

—Ha sido usted malo, señor Hokage —murmuró—. La mafia china se toma esto muy en serio.

Naruto esbozó una sonrisa, dejando las manos sobre su cabeza y observando cómo se inclinaba hacia atrás, aferrando la cremallera y bajándola hasta que su sexo sintió la libertad.

Ella se movió hacia atrás, y luego, un rápido empuje lo recibió en la calidez de su sexo. Siseó entre dientes y apretó los dedos contra la madera del sofá.

Joder...

—Voy... a castigarle.

Sonrió de medio lado.

Si aquel era el tipo de castigo que su juego iba a llevar, estaba completamente dispuesto a recibirlo.

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