The Neighbors know my name.

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Naruto se detuvo frente a la puerta de su casa para meter la llave en la cerradura, justo el vecino de dos puertas a la izquierda, salió. Tuvo que echarse hacia delante para permitirle pasar. Era lo malo de vivir en un bloque de pisos para pobres y que tu casa estuviera en todo el centro del piso.

—Que tengas un buen día, Naruto-kun —saludó el hombre.

No pudo verle bien la cara, pero juraría que estaba esbozando una sonrisilla entre dientes, de esas maliciosas.

Lo primero que pensó es que le hubieran puesto alguna trampa. Luego recordó que la gente de la aldea había dejado de gastarle bromas horribles o buscar la forma de hacerle daño desde que había pasado tantas cosas. Es más, muchos hasta le respetaban. Pero claro, no todo el mundo conocía su nombre verdadero. Aunque había pasado de ser el apestoso portador del demonio, a mi vecino, el chico que salvó la villa y poco más.

En realidad, nunca sus vecinos se habían dirigido a él tan amablemente. No es que él fuera ruidoso –al menos no desde que había madurado y no se dedicaba a matar al muñeco que colgaba de su habitación y fantasear con historias idiotas en su dormitorio-, y tampoco tenía un cartelito puesto en la puerta de su casa indicando su nombre.

Los únicos días en los que podía haber un poco de movimiento, eran los que los chicos se pasaban por ahí y Kiba, generalmente, armaba algo de jaleo. Luego, el resto eran las idas y venidas de Hinata y muchas veces, terminaba quedándose la noche antes de marcharse y a veces, ni él se enteraba de que lo hacía.

Sin darle muchas vueltas, decidió entrar, hasta que otra puerta se abrió.

—Ah, Naruto-kun, bienvenido a casa, chico —saludó la mujer rechoncha que siempre sacudía la escoba a esas horas—. Se ve que eres un muchacho muy... vigoroso.

Naruto sonrió sin entenderlo del todo.

—Eh.. sí, gracias, gracias.

Decidió que era mejor entrar antes de que otro vecino decidiera saludarle sin venir a cuento.

Ese día, Hinata le esperaba. Estaba inclinada frente al horno y al escucharle, levantó la cara para mirarle.

—¡Bienvenido, Naruto'-kun! —saludó.

Por un instante, sintió que algo se le escapaba, pero no le dio vueltas. Se acercó a ella para abrazarla por la espalda.

Si había algo que le encantaba de esos días en los que ella estaba allí, era justo eso. Su presencia, que le diera la bienvenida y que tuviera a alguien con quien conversar. Aunque, claro, para mantener un poco el qué dirán, Hinata no solía quedarse más de una noche a la semana. Aunque seguramente, muchos ya podían imaginarse que no era muy santos.

Besó su cuello y captó la suave risa nerviosa que se escapó de su boca, hasta que sus ojos se encontraron.

—Huele genial —murmuró olisqueando entre su cabello—. Genial, sí.

—He hecho comida al horno —respondió—. Le falta unos quince minutos o así.

—Hum. En quince minutos puedo hacerte muchas cosas.

—¿Qué?

Ella le miró inocentemente, hasta que le dio la vuelta para volver a estrecharla entre sus brazos. Antes de que protestara, ocupó su boca y atrapó su lengua con la suya, a la par que la levantaba y la sentaba sobre la encimera.

Hinata emitió un gritito de sorpresa, aferrándose a sus hombros y, al romper el beso, su boca enrojecida se movió suavemente.

—Es de día...

—¿Y? —cuestionó quitándose lentamente la camiseta—. De día, de noche, a cualquiera. Siempre quiero hacértelo.

Hinata se sonrojó. Pasó un dedo por el centro de su torso, bajando hasta el comienzo de su pantalón mientras volvía a entregarse a un beso nada casto. Cuando metió la mano dentro, Naruto dio un respingo. Tomó su sexo y lo masajeó suavemente hasta lograr excitarlo al punto de estar completamente duro para ella, en su mano.

La asió de ambas nalgas, levantándola, tirando de los pantalones y las bragas hasta dejarlas caer por una pierna. Besó su rodilla y tomó su mano, besándola en el dorso.

—Deprisa o se quemará la comida —murmuró ella.

Observó la tensión de sus senos bajo la camiseta que llevaba, la forma en que se movían en cada agitado movimiento de su respiración y cuando acarició uno, ella se derritió. Levantó las piernas, tomándolo por sorpresa y lo unió a ella.

—Esp...

—No, no quiero —murmuró mirándole, mordiéndole la barbilla—. Siempre... parece que eres tú quien sólo quieres. Pero mira como estoy.

Pese a la tartamudez que la vergüenza le otorgaba, Hinata hablaba muy en serio. Su sexo, húmedo y necesitado, se frotaba contra el suyo, lubricándolo. Se acomodó mejor, y guiándose con su mano, la penetró.

Una embestida. Luego otra y perdió la cuenta.

La sensación maravillosa de sentirse rodeado por su interior, de clavarse hasta lo más profundo y, repentinamente, ahí estaba.

—¡Naruto-kun! ¡Ah, Naruto-kun!

Sonrió, maravillado por la forma en que su nombre escapaba de su boca, en medio del éxtasis, en busca de más. Y, cuando finalmente lograba llevarla a la cima, gritaba más hasta que terminaba convirtiéndose en algo silencio, su nombre apagado en su garganta.

Le besó la oreja, maravillado, dejando que las últimas contracciones en su sexo exprimieran hasta la última gota de su pene.

—¿Sabes una cosa, Hinata? —murmuró, mordiéndole la oreja.

—N-no...

—Los vecinos saben cómo me llamo.

Hinata no comprendió al principio, hasta que se movió contra ella lentamente, un vaivén suave que le arrancó otro suspiro.

—Di mi nombre —dijo, con voz ronca.

Ella lo hizo, una vez más.

Entonces, se dio cuenta, cubriéndose la boca, colorada.

—¡Oh, no, no! —exclamó ocultando su rostro en su hombro—. ¡Naruto-kun! —suplicó—. Dime que no...

—Me temo que sí —confirmó.

La tomó de la barbilla para que le mirase.

—Pero me da igual. Porque pienso hacerte gritar mucho más.

—El horno...

Ah, pero a Naruto-kun ya no le importaba demasiado eso.

Secrets intimsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora