The Ointment

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Naruto se recostó sobre la cama para facilitárselo, desnudo de cintura hacia arriba. Hinata se había hecho una pequeña coleta para evitar que el cabello la molestara y mantenía el ceño fruncido mientras abría el botecito que olía a medicina y hierbas.

Se empapó los dedos un poco y lo frotó con suavidad sobre su piel.

No debería de haber nada erótico en eso y, sin embargo, aquello le hizo sentir que era así. Más bien, quizás la culpa la tuviera que eran pocas las veces que Hinata se recogía el cabello y se había pasado un buen rato largo admirando la blancura de su cuello. O quizás, que le traía un viejo recuerdo de años atrás y, sorprendentemente, le había pasado igual.

Eran más jóvenes, ni siquiera habían empezado a salir y él ya se había percatado de que estaba enamorado de ella. Haber sentido sus dedos sobre su piel fue estremecedor. Le revolvió por completo el cuerpo y aunque había querido mantener la compostura, había cosas que un hombre no podía esconder tan fácilmente como una mujer.

Fue la primera vez que tuvo tanto deseo por una mujer hasta el punto de llegar a esos extremos. Lo de Sakura había sido algo platónico y poco más. Pero con Hinata, todo su cuerpo estaba seriamente consciente de la que ahora era su esposa y con la de nuevo estaba sufriendo algo así.

Por un lado, era maravilloso saber que con el paso de los años su cuerpo y su corazón continuaban tan conscientes de Hinata. Quizás no tuvieran tanto tiempo como antes, especialmente con su trabajo y ella con los niños o misiones extras. Pero siempre deseaba tocarla, besarla y abrazarla hasta el punto en que dolía cuando se separaban.

Por otro lado, no sabía qué pensaría exactamente su esposa con la idea de que estuviera poniéndose tan cachondo porque le estuviera echando ungüento por encima. Hinata le había echado una buena bronca por haber salido herido de la última trifulca, aunque fuera un entrenamiento tonto con Sasuke, ella le regañaría.

Aunque sabía que su nivel de curación era mayor al de las demás personas, por supuesto. Había comprendido que eso era natural. Él también se enfurecería de que le pasara algo.

Sin poderlo evitar, se rio.

Hinata frunció el ceño mientras cerraba el bote antes de limpiarse los dedos en una toalla húmeda.

—No es gracioso, Naruto-kun —aseveró.

Naruto apretó los labios y negó, reconociéndolo. Pero la risa no se marchaba. Estaba ahí encajada, igual que su erección contra la cama.

—¡Naruto-kun! —exclamó ella tirando de su hombro para volverlo.

Naruto dudó pero le permitió hacerlo y quedó completamente expuesto. Hinata se llevó las manos a la boca, sorprendida.

—No puedo creérmelo —exclamó dándole la espalda—. Yo te regaño y tú... tú...

—Es que... —se disculpó. Pero su mano lo traicionó moviéndose hasta el redondo trasero—. Ne, Hinata. He dejado un clon en el despacho y los niños no están —recordóv. Y esto me ha traído muchos recuerdos.

Su índice acaricia por entre las nalgas por encima de la tela, provocando un brinco sobre ella.

—Uno rapidito, venga, venga —animó.

Bajó más hasta su sexo, encontrando su sexualidad fácilmente, pasando el dedo por el centro.

—¿No quieres?

Hinata temblaba.

—No te lo mereces —regañó.

Él hizo un mohín sin cesar sus caricias. Notó que Hinata cambiaba de postura, ofreciéndose más para mantener la postura.

—Pero tu cuerpo dice otra cosa, cariño.

Notó que Hinata miraba de reojo hacia sus caderas, sin poder evitar mover las suyas propias contra su mano. Aprovechándolo, él mismo metió su mano libre dentro de su pantalón, acariciándose a sí mismo y permitiendo a su boca expresar lo que eso provocaba en él.

Se empujó los pantalones y los calzoncillos, levantando las caderas como respuesta en cada gesto, notando cómo la misma humedad de su esposa empapaba la ropa que llevaba y que, para su placer, había olvidado ponerse sujetador y los pezones de sus grandes senos se mostraban erectos bajo la tela.

Se aferró el miembro y la miró directamente a los ojos.

—Ne, Hinata. ¿Te sientas encima?

Ella abrió la boca como pez antes de cubrirse las manos. Pero su dedo captó aquel punto exacto y se tambaleó, flácida, contra él. Justamente, su erección quedó frente a su rostro y ella parecía un tomate muy maduro.

—E-Eres cruel, Naruto-kun —jadeó.

Él sonrió como respuesta de esa forma tan suya.

Retiró las manos de ella y de sí mismo, levantándolas en son de paz.

—Vale, vale. Me rindo. Si no quieres.

Hinata negó, incorporándose y con las dos manos y demasiado lento para él, se bajó los pantalones y la ropa interior antes de subirse a horcajadas sobre él.

Su sexo aplastó suavemente el suyo, moviéndose por encima mientras los labios se abrían alrededor, con ambas manos sobre su vientre.

—Hinata —siseó.

Adoraba esos momentos en que ella disfrutaba torturándole, en los que gracias a ciertas posturas se sentía poderosa sobre él y, que lo calentaba tanto que cuando se sentaba por completo sobre su pene, Naruto tenía que hacer el mayor esfuerzo por no correrse ahí mismo, en ese mismo instante.

Hinata lo montaba como si no hubiera mañana, con su sexo engullendo su pene hasta la base y subiendo hasta la punta, bajándose de golpe de nuevo. Con sus senos moviéndose al compás debajo de la tela, hasta tal punto que no lo soportó, levantándola de golpe para verlos, esplendidos y brillantes y tan erectos que podía apretarlos entre sus pulgares e índices.

Su nombre escapaba de su boca en cada oleada de placer y él, comprendió, que nunca iba a estar más calmado o indiferente. Jamás pasaría. Quizás a otras mujeres no les hubiera gustado, pero no podía reprimirse cuando era ella quien hacía con él lo que quisiera.

—¡Hinata!

Se corrió. No pudo detenerlo. Vaciándose en su interior como si no hubiera mañana. Como una loca y primitiva sensación. Se sintió como un adolescente de nuevo en su primera vez.

Hinata continuó moviéndose hasta que alcanzó su propia satisfacción, moviéndose hasta caer rendida sobre él.

—Ah... al estar de espaldas la crema ha de haberse quitado —recordó.

Hinata le dio un puñetazo de los que no dolían pero sí que le hacían reírse.

—Vale, tendré cuidado la próxima vez —aseguró besándole la nuca.

Aunque, quizás, con esas atenciones valdría la pena herirse de vez en cuando.

Cuenta atrás: 2

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