Anthony se sentía muy feliz, pues la promesa de su madre se había cumplido. Y era correspondido por aquella dulce pecosa. Vincent Brower pasó una semana de visita en Lakewood, y la aprovechó al máximo con su hijo. Por supuesto, el muchacho había invitado a Candy a todas las actividades. Al principio ella se opuso cortésmente, pues no quería estorbar entre él y el tiempo con su padre. Pero, ellos insistieron que aceptara. El capitán deseaba conocer bien a aquella dulce jovencita, y no tardó en notar las miradas de amor entre ella y su hijo. Habían ido a cabalgar, navegaron por el lago Michigan, y permanecieron largo rato charlando en el rosedal, contando con detalle numerosas anécdotas. Entre ellas, la razón por la que los hermanos Leagan estaban ausentes.
- Me alegra que no te haya pasado nada Candy. No entiendo cómo pudieron hacer eso.
- Ya pasó capitán... No se preocupe. – Dijo la chica tímidamente. –
- Sí papá, no pasó nada y ellos por un buen tiempo no molestarán.
- Anthony...
- ¿Sí?
- Hijo, ya sabes que debo irme mañana temprano a Francia. Tengo varios negocios pendientes.
- Lo sé papá, entiendo.
- Sé que fue solo una semana, pero volveré pronto.
- Fue una semana inolvidable papá, gracias. – Dijo el rubio gentilmente. –
- Hijo, hay algo más por hacer hoy.
- ¿Qué es?
- Iremos a visitar a tu madre. – Sonrió el capitán con melancolía. A su hijo se le nublaron los ojos. –
- Papá...
- Sí hijo, debí hacerlo contigo hace mucho tiempo. Pero sé que aún no es tarde, quiero decirle que estamos juntos nuevamente, y que estaremos bien.
- Papá, ella lo sabe. Estoy seguro, pero igual iremos. Yo también quiero hablar con ella.
- Entonces, los veré luego. – Dijo Candy dispuesta a retirase. –
- No tienes por qué irte Candy, tú también puedes venir.
- Pero Anthony...
- Sin peros Candy, ella estará contenta si la vistas con nosotros.
- Tienes razón hijo. Candy, te le pareces tanto... Ella estará encantada si vienes.
- Capitán...
Finalmente, la rubia aceptó acompañarlos. De repente, sus ojos vieron un brillo entre las hojas secas del rosedal, que florecería de nuevo en la próxima primavera. Sin embargo, aún no estaba vacío.
- ¡La última rosa que queda es una Dulce Candy! Qué hermosa es.
- ¿Esta es tu creación hijo?
- Sí papá, el nombre surgió de Candy.
- Es preciosa, y su nombre es muy acertado.
– Comentó sonriente el señor Brower, Lo cual provocó un tierno sonrojo en Candy. –
- Anthony, llevémosle a tu mamá esta rosa. Le encantará.
- Claro que sí.
El joven tomó la rosa, y agradeció a Candy ese gesto tan tierno. Los tres llegaron al cementerio al atardecer. No tardaron en encontrar la lápida donde se leía:
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Amor dulce y definitivo
Hayran Kurgu¿Qué tal si su primera cita hubiera sido un poco diferente? ¿Y si en lugar de ir con la adivina hubieran hecho algo más divertido, e incluso nuevos amigos? Una pequeña historia, de amor y amistad. Candy & Anthony, Nadja Crossover Can...