ella.

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Abrí la boca, pero en cambió me giré y me dirigí al camarote.

El interior estaba iluminado por las lejanas luces del puerto, que inundaban la habitación de un resplandor frío y de un ambiente cálido a la vez.

Las gotas, cada vez más gruesas, chocaban contra el cristal.

Me iba a asfixiar. El ocupaba tanto espacio y yo necesitaba alejarme.

Era esa continua sensación. Como si me fuera absorber. Como si fuéramos a desear ese algo con tanta fuerza que algún día nos aplastaría a los dos.

Toda mi vida había sentido que me ahogaba por dentro. Eso era lo que hacía El. Parecía que me hubiera abierto el pecho y todo el agua y pensamientos y emociones salieran a borbotones y lo único que hiciera él fuera bebermebebermebeberme como si nunca se cansara de mí.

Me sentía tan ligera, y a la vez culpable. Como si volara a cien metros bajo tierra.

Sentía el silencio sobre mis hombros.

-Esto no era lo que tenía planeado.

El sonrió. Le encantaban las cosas sin planear.

-Lo aprecias mucho, ¿verdad? Este barco.

Las paredes estaban empapeladas de mapamundis, planos, guías de constelaciones.

-Aquí puedo imaginarme mejor que me marcho.

Cada palabra aterrizó como una losa de mármol. El no se movió.

No es culpa tuya.

Pero él ya lo sabía.

Estábamos cerca, tan cerca. Su respiración era la mía.

Me pregunté qué implicaba el te quiero que leía en sus ojos. Si era sano no querer arreglarlo. Que me gustara tanto así, destrozado, con unas grietas donde leía en morse las mías.

Me conocía tan bien por dentro que me dolía cómo sentía mi piel del revés.

Tengo tanto miedo y tantas ganas.

Y él lo sabía perfectamente cuando por fin me besó.

[casi]opea.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora