ella.

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Estábamos tendidos en el suelo. El tenía un cojín bajo su cabeza y yo su hombro de almohada. Me sentía destemplada, aunque estábamos tapados con una manta y su piel estaba ardiendo. 

El vaivén de las olas se filtraba por nuestra columna, cada vez más intenso con la tormenta. Un rayo iluminó la estancia por un segundo, y al siguiente se escuchó el trueno. Era tan tarde.

Me la iba a cargar. Pero me daba igual. Me sentía aletargada, adormilada. Colocada.

Más bien descolocada.

Me senté a horcajadas encima de él, y la manta se resbaló, dejando mi sujetador y mi abdomen al descubierto. Tenía la piel de gallina.

Le besé el cuello y jugué con su oreja, y entrelacé nuestras manos a cada lado. Se estremeció.

-Eres precioso- le dije, y con eso me refería a todo.

-¿Pero llego al menos a tu nivel?

Me dedicó una de sus sonrisas, de las que me gustaban. De las de estoy hecho mierda pero igualmente sé lo que valgo.

Ahí otra diferencia entre nosotros y que también me alegraba.

Le estudié. Era realmente guapo, pero en realidad daba igual porque me lo hubiera parecido igualmente de no serlo. Estaba así de ciega.

-Tú y yo estamos a niveles totalmente diferentes.

Me levanté para alcanzar mi cámara, pero El me cogió de la cintura y me sentó de nuevo. Se reincorporó, y yo enrosqué mis piernas detrás de él.

-Explícame.

Una comisura de sus labios tironeó hacia arriba.

-Bien, te explico: para mí yo soy la número uno y ni siquiera hay número dos.

Coloqué mi mano en su pecho para sentirlo vibrar con su carcajada.

-Me parece que Bukowski no estaría de acuerdo.

Apreté con más fuerza las piernas, y mi abdomen chocó contra el suyo. Podía sentir su respiración. O la ausencia de ella.

-Bukowski ya no está para darte la razón. Murió buscando aquello que debía matarlo.

Pasé una mano por su pelo y El me besó.

-¿Algo que amar?- inquirió.

Me levanté, y esta vez no me detuvo. Me encogí de hombros.

-Más bien alguien que lo amase.

-Qué cruel- rió.

-El alcoholismo solo es trágico a través del papel. En la vida real es una mierda.

Cogí la cámara, y volví a sentarme en el suelo. Le robé la manta, y negué con la cabeza cuando él se quejó.
Cruzó los brazos sobre su torso desnudo.

-Creo que te odio.

-Oh, venga ya- dije, enfocándole-. No caigas en ese cliché.

Se puso exageradamente serio.

-Fotografíame como a una de tus chicas francesas, Ella.

Estudié la foto. Joder, me parecía tan increíble que temía que un día se diera cuenta.

-Me parece que no tienes ni diez dólares en el bolsillo para poder ofrecerme.

Se encogió de hombros, sin lamentarlo en absoluto.

-Cuando no tienes nada no tienes nada que perder.

-Querido Jack- me reí, por lo cutre y cursi que resultaba estar citando el Titanic-. Tú me salvaste en todos los sentidos en los que una persona puede ser salvada.

Callé en el momento en el que me di cuenta de lo que había dicho. 

Supe por su silencio que se había dado cuenta.

[casi]opea.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora