Lo que lo provocó

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Mi Nombre es Julia, pero me dicen Jul, bueno, lo hacían cuando estaba viva, te preguntaras, ¿Cómo morí? para eso debo volver un año en el pasado, antes de mi asesinato.

No era sobresaliente en nada, no era muy guapa, siempre usaba una simple cola de caballo para no tener que peinar mi simple cabello castaño, usaba lentes como la mayoría de los adolescentes y no vestía a la moda, unos pantalones vaqueros y una camiseta era mi atuendo diario, era un cliché de la típica adolescente asocial de preparatoria, podía caminar por los pasillos de la escuela sin que nadie me notara, no me importaba, porque le importaba a alguien, a Fabiola.

Fabiola era diferente a mí en ideales, era hija de una familia de sociedad, era atractiva, a diferencia de mí, conocía de moda y de marcas de ropa, tenía un cabello chino casi perfecto que siempre usaba suelto, pero para ella misma tenía un defecto que, aunque era mínimo no la dejaba ser feliz, tenías unos kilos de más, aunque eran pocos, era suficiente para sufrir de insultos en la preparatoria.

Cada día sin falta nos veíamos en el jardín para almorzar y platicar, reírnos y hasta burlarnos, sobre todo de Lizbeth, o como todos le decían Liz. Liz era considerada la mujer perfecta para la mayoría de los hombre de preparatoria, aunque solo tenia 17 años lucia de más de 25 por el maquillaje tan cargado que usaba, era alta, rubia artificial, una versión pirata de Regina George, se sentía, (y casi era) intocable, ella contaba con dos guardaespaldas, bueno en realidad eran sus dos mejores amigas, y parecían dos perras persiguiéndola, lo que ella decía, ellas lo hacían, Sus nombres eran Alejandra y Alessandra, lo sé, que raro, todos le llamaban Alexa y Alesa, eran realmente parecidas, existía la leyenda urbana de que tenían el mismo papá, que le fue infiel a la mamá de Alexa con la mamá de Alesa, ambas eran delgadas, casi sin pechos, cabello castaña deslumbrante, todos los días con un ondulado perfecto, y por alguna razón siempre se vestían del mismo color, pero solo ellas, ya que Liz debía resaltar de sus perras.

Todas las mañanas la plática era parecida, creábamos teorías conspirativas referente a ellas tres, yo hacía chistes y Fabiola reía.

- Oye Fabiola, Si la leyenda de que Alexa y Alesa son hermanas es cierta como crees que hubiera pasado, es decir, ¿Cómo conoció el papa a la amante?

- No creo que sea cierta, ni siquiera creo que ellas sean reales, son muy robóticas, yo creo que fueron creadas para proteger a Liz de todo peligro.

- Bueno, digamos que alguien le dispara a Liz, crees que se atravesarían para salvarla.

- No solo eso, creo que la que llegue después se suicidaría por el deshonor de no ser ella la que salvo a Liz.

- Oh gran Liz, perdóname por no salvarte, entonces se atraviesa con una katana.

Entonces reíamos por un rato, tan fuerte que incluso ellas tres nos volteaban a ver, estoy segura de que varias veces se daban cuenta, pero no nos importaba.

Entonces empezó el cambio, Fabiola se enamoró.

Oscar, un hombre común y corriente, pero que hizo lo necesario para llamar su atención, dejarle una flor en su escritorio antes de entrar del almuerzo, ponerle notas con corazones en páginas del cuaderno, mirarla y darle una sonrisa al pasar junto a ella, nunca la había visto tan feliz, aunque realmente nunca habían tenido una plática real, ella incluso llevaba su flor en la mano al salir de la escuela.

- ¿Te la volvió a dejar Oscar?

- Sí. - Ella se ruborizaba.

- Y luego, ¿Ya han hablado?

- No, creo que le da pena.

- Llevan con este juego semanas, ¿No te parece extraño?

- ¿A qué te refieres?

La brújula de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora