VIII: Los ebrios son honestos. ¡Mírame a mí!

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Regresaba con Rei luego de un día de paseo. Habían pasado tres semanas desde que el beso sucedió y Evelyn seguía evitándome a toda costa. Sin embargo había decidido darle su espacio, cuando estuviese lista para poder verme a la cara y hablar con normalidad, entonces empezaría lentamente a conquistar su corazón.

Toqué el timbre, estaba oscureciendo y el frío ya se había hecho presente, provocándome un leve escalofrío en el cuerpo. Miré a Rei, quien estaba cada vez más grande, me miraba con gracia y movía alegremente su cola. Entonces apareció: Eve llevaba su cabello tomado en una trenza, estaba usando lentes y un suéter que le quedaba algo grande. Me quedé viéndola sin pudor alguno y fue el mismo Rei quien me sacó de mi trance dándome un empujón en la rodilla con su nariz.

— Sano y salvo —le dije a la chica entregándole la correa.

— Como siempre —contestó mirando a Rei y acariciando su cabeza—, me pillaste en pleno estudio.

— Oh, lo siento, te dejo estudiar entonces —ella asintió—, nos vemos.

— Mañana vendrá Rocío por Rei.

Luego de decir eso, cerró lentamente la reja y entró junto con mi perro a la casa. Me quedé de pie frente a su casa unos segundos antes de volver. El frío estaba atacando mi cuerpo sin piedad, causándome constantes escalofríos.

Una vez en casa, me encerré en mi habitación y me dediqué a estudiar un poco con Pearl Jam de fondo.

Al día siguiente había decidido ir a beber algo con mis compañeros de trabajo luego de nuestro turno. Eran las 11:00 pm cuando estábamos dando nuestro primer brindis en aquel bar. Pasaban música de los 80's, y yo pensaba en que Evelyn amaría este lugar por su música.

— ¡Vayamos a bailar! —dijo una colega tomándome del brazo.

Normalmente la música de los 80's la bailo en mi habitación, con la puerta cerrada y con seguro. Sin embargo estaba ya algo ebrio y contagiado del buen ambiente musical que me dejé llevar. Imitamos pasos antiguos entre todos e inventamos algunos propios, haciéndose un momento grato. Cervezas iban y venían, y yo simplemente había perdido la cuenta de cuánto tiempo llevaba bebiendo.

— Entonces —comencé una vez sentados en la barra—, ella simplemente me dice "listo, se acabó, me voy".

— ¿Y así acaba todo?

— Y así acaba todo —repetí—. Simplemente cada uno empacó lo suyo y nos fuimos. Dejé el departamento, puesto que no podía costearlo solo y volví a casa de mis padres pidiendo disculpas por ser tan idiota.

— Bueno —comentó Daniela—, cuando los vi juntos sentí que no tenían mucha química. Ella tendía a fruncir el ceño cuando tú hablabas, y tú hacías lo mismo.

— No entiendo cómo aguanté tanto convivir con alguien así. En ese momento creí que la quería, pero ya ves... —bebí de mi cerveza— resultó ser todo un show montado por ambos.

— Quizás ambos querían pretender ser maduros e independientes, y al presentarse la oportunidad simplemente la tomaron.

Eso tiene mucho sentido. Llevaba tiempo queriendo abandonar la casa, tener mi propia vida. Ser alguien independiente que demostrara al resto que podía vivir por su cuenta. Recuerdo que luego de tener sexo con Rocío, ambos yacíamos en su cama y ella comenta que si viviéramos juntos podríamos estar así todo el tiempo que quisiéramos. Entonces se lo dije: "vivamos juntos". Ella aceptó. Supongo que como yo, quería pretender algo de independencia.

Supongo que como yo, no era más que una niñata queriendo demostrar algo a alguien más.

Un par de bailes y cervezas después todos estábamos saliendo de aquel bar. Ya no tenía dimensión de la hora, simplemente quería largarme de allí. Esperé a que Daniela tomara su taxi y me fui caminando a casa, pero me desvié del camino. Mis pies tomaron vida propia y de repente me vi frente a casa de Evelyn. Todas las luces estaban apagadas, ¿Estaría durmiendo? ¿Habrá salido?

Toqué el timbre unas tres veces y luego me apoyé en la reja. ¿Qué estoy haciendo? Debería simplemente largarme de aquí. Intenté ponerme derecho para caminar cuando siento la puerta tras de mí abrirse.

— ¿Max? —en su voz había sorpresa—, son las tres de la mañana. ¿Qué haces aquí?

— Oh cielos, ¿son las tres? —pregunté. Lo siento, no tenía noción del tiempo. Lamento haberte despertado, yo... Me iré a casa.

— Espera —ella abrió la reja y me tomó del brazo—, no estás en condiciones de irte a casa, entra. Te prepararé un café.

— No quiero molestar.

— No lo haces.

Busqué su rostro con desesperación. Entonces la encontré, sonriéndome con dulzura, esas margaritas que ya tanto tiempo no veía y que de cierta forma extrañaba estaban frente a mí, haciéndose presentes. Asentí y dejé que me llevara a la casa, como pude me senté en el salón y esperé. Me contó que Rei dormía afuera, en la casa que había comprado para él.

A los minutos volvió con una taza de café y me la facilitó. Entonces la observé: llevaba unos pantalones con figuras de osito y un polerón morado. Su cabello estaba tomado en dos trenzas que descansaban una en cada hombro. Se sentó frente a mí, en la mesa de centro y me miró detenidamente.

— ¿Cuánto bebiste?

— Perdí la cuenta luego de la quinta —la vi rodar sus ojos—, lo sé. Soy patético.

— ¿Por qué eres patético?

— Porque bebí para olvidarme de ti un momento y acabé en tu casa.

Hay un pequeño detalle de mí cuando bebo mucho: No pienso las cosas, simplemente las digo. Pude ver como sus mejillas se sonrojaban y miraba hacia otro lado. Sonreí tras la taza mientras cerraba los ojos unos segundos para luego beber un sorbo.

— Lo siento por lo de ese día. No quise ponerte incómoda.

Volvió a mirarme.

— Puedes dormir en el sillón, te traeré un par de mantas —dijo evadiendo el tema.

Se levantó y subió las escaleras, desapareciendo de mi campo de visión. Minutos después bajó con un par de frazadas y las dejó suavemente en la mesa de centro. Yo acabé de beber el café y me levanté para dejar la taza en la cocina. Ya me sentía un poco más repuesto, pero no del otro. Había algo que seguía dando vueltas en mi interior.

Me dirigí al baño donde lavé mi rostro. Me veía cansado, los parpados me pesaban ya y me dolía un poco la espalda. Volví al salón y vi a Evelyn armando una cama improvisada en aquel sillón. Me acerqué a ella, quedando a solo un par de centímetros de distancia, podía oler su perfume que aún estaba presente en su cuerpo pese a la hora. Me dejé caer en el sillón y me arropé con las mantas. Ella me miraba con gracia.

— Vas a estar bien —dijo ella—, volveré a la cama. Buenas noches, Max.

Se dio media vuelta para subir las escaleras, la seguí con la mirada y cuando iba en la mitad me senté en el sillón.

— Evelyn —ella detuvo el paso y bajó unos escalones para observarme—. Siento haberte besado ese día, pero no me arrepiento de haberlo hecho. Porque me gustas. Me gustas en serio, me gusta todo de ti, esto no es algo físico solamente, es algo que va más allá. Contigo siento esa conexión que jamás sentí con alguien. Amo tu pasión por los animales, me encanta que cuando sonrías tus margaritas se asomen. Me gusta como tus pecas se mueven cuando arrugas la nariz, me gusta... —pausé unos segundos para tomar aire—, me gusta todo de ti.

Por la poca iluminación que había en el salón, no podía ver si la chica se había sonrojado o no. Sin embargo podía ver que en su mirada había sorpresa.

— Buenas noches —finalicé y volví a acostarme en el sillón, tapándome con las sábanas y dándole la espalda a la escalera.

Definitivamente los ebrios somos honestos. 

¿Con quién se queda el perro?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora