XVIII: La verdad.

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Finalmente, no fui a casa de Evelyn al día siguiente. Dejé pasar los días y salí con Ignacio y Dani, fuimos a una tienda de instrumentos. La verdad es que siempre me había llamado la atención aprender a tocar el ukelele, por lo que quería comenzar a tomar clases. Ignacio toca bajo desde hace años así que él era el más alegre en esa tienda. Dani solo aceptó acompañarme con la condición de invitarla a un helado más tarde.

— Podríamos comenzar una banda —dijo Ignacio mientras miraba un cajón peruano.

— Déjame aprender a tocar una nota y hablamos —le contesté sonriendo.

La verdad es que extrañaba demasiado a Evelyn, pero estos días cuando la he llamado por teléfono se ha sentido tan extraña. Tan lejana. A ratos siento hasta miedo de que vaya a romper conmigo, por lo que prefiero darle su espacio para que aclare sus ideas.

— Cambia la cara, Max —dice Dani, sacándome de mi mundo.

— Lo siento, me fui por un momento —confesé.

— Todo estará bien, tranquilo.

Asentí y seguimos mirando instrumentos. Luego salimos de allí y le di a Dani el helado que tanto quería. Los tres estábamos sentados en el patio de comida, hablando y riendo de diversas cosas. Debo admitir que cuando estaba con Rocío apenas salía con mis amigos, casi todo el tiempo libre lo usaba para estar con ella y tratar de estar bien. Las últimas semanas que apenas nos hablábamos sacaba a pasear a Rei.

Horas más tarde fui a dejar a Dani y a Ignacio a sus casas, para finalmente volver a la mía. Saludé a mis padres y fui a mi habitación a encerrarme. Estuve en la laptop unos minutos cuando un mensaje en mi teléfono llama mi atención.

Era Evelyn. Quería verme.

Quedé en ir a su casa, por lo que rápidamente tomé una chaqueta y salí, subiéndome al auto. Lo encendí y partí rumbo a casa de mi novia. Tenía que admitir que tenía algo de miedo, ¿Qué querría? Una vez llegué y estacioné salí del auto y toqué el timbre. Ella no tardó en aparecer y abrirme. Ni siquiera me atreví a besarla, simplemente pasé a su casa.

— Mi abuela salió con unas amigas —contó cerrando la puerta—, ¿quieres algo de beber? —negué con la cabeza—. ¿Qué tal tu día?

— Salí con Dani e Ignacio —contesté, ella me miró confusa. Entonces recordé que no le había contado lo de Ignacio—, sí... Han pasado cosas estos días.

Ella se sentó a mi lado y yo le resumí la historia, desde que me lo encontré en la plaza hasta que yo mismo lo llamé para hablarle y disculparme. Notaba su mirada fija en mí mientras hablaba, escuchando atentamente cada una de mis palabras.

— Cuando lo conocí parecía un buen chico —dijo ella.

Guardé silencio.

— ¿Qué te ha pasado estos días? —pregunté finalmente—, has estado tan extraña y yo... Yo no sé qué creer. ¿Hice algo?

— No, no —contestó rápidamente tomando mis manos—. Esto no tiene nada que ver contigo, lo juro. Es solo que recuerdos desagradables han reaparecido y no lo he estado pasando muy bien por eso.

— ¿Me vas a contar?

Soltó un largo suspiro y asintió, entonces comenzó a contarme la verdad.

Y la verdad es que su último novio no la dejó por su descontrolado amor a los animales y su necesidad de ayudarlos. La verdad era que su ex pareja la maltrataba, física y psicológicamente, la hacía sentir insignificante, poca cosa, y cuando ella trataba de defenderse él simplemente la golpeaba. Vivieron juntos un tiempo, pero ella no lo soportó y acabó echándolo. Sin embargo, él no se iba, y la golpeaba cada vez que ella intentaba sacarlo de allí. Cuando abrió los ojos y notó que esto tenía que acabar, y acabar realmente, decidió hacer la denuncia. Entonces no supo más de él, y ella se pasó los siguientes meses en el psicólogo, con pensamientos suicidas, intentando salir adelante. Intentando encontrar la manera de volver a tenerse amor propio. Soportando a la gente diciéndole "¿y por qué no denunciaste antes?", "ah, pero que tonta, cómo aguantaste tanto". Sin entender que estos tipos destruyen la autoestima de estas mujeres y las hacen vivir con miedo.

Cuando terminó su relato, noté que sus manos temblaban y sus ojos brillaban por las lágrimas que amenazaban con salir. Tomé su rostro suavemente y la atraje hacia mí para abrazarla fuertemente.

— Cuando te conocí —dijo soltándose de mi abrazo—, creí que eras un idiota. Un idiota simpático. A pesar de ello, comencé a sentirme atraída a ti y eso me asustó mucho. Luego de esa experiencia yo simplemente no quería estar con nadie, no quería querer a alguien. Pero tú seguías aquí, haciéndome sentir bien, y cuando me besaste ese día de lluvia me descoloqué. Pensaba que eras el tipo de persona que solo quería jugar, y yo no estaba dispuesta a eso.

Guardó silencio unos instantes, iba a decir algo, pero ella siguió

— No obstante, has sabido callarme la boca —me miró a los ojos—, eres estupendo, Max. Y a ratos, un lado de esa Evelyn con poca autoestima y poco amor propio piensa que no te merezco —negué con la cabeza—. Desde que decidí aceptar mis sentimientos por ti que no has hecho otra cosa que hacerme feliz.

Me dolía el pecho pensar que alguien como ella pasó por todo eso. Alguien como ella no merece más que alegrías, ella debería reír siempre. Pensar en el miedo con el que debió vivir todo ese tiempo encoge mi corazón. Evelyn merece puras cosas buenas, y me alegra saber que he aportado en su felicidad este último tiempo.

— Preocupé mucho a mi abuela —mordió suavemente su labio—, ella de verdad creía que yo iba acabar muerta. Ahora que miro hacia atrás y veo todo lo que pasé, esa idea no parecía tan lejana.

Acaricié suavemente su rostro. Las ganas que tengo de enfrentar a ese tipo y matarlo a golpes no son normales. Me cuesta creer que alguien pudiera haberle hecho algo así a esta criatura que merece puro amor. Un alma pura dispuesta a ayudar al de al lado sin recibir algo a cambio.

— Nada malo te pasará de ahora en adelante —murmuré mientras acariciaba su rostro—, te prometo que me encargaré de hacerte feliz.

— Ya me haces feliz —contestó ella poniendo sus manos en mi cuello—. Te quiero, Max.

— Y yo te quiero a ti.

Sellar ese momento con un beso parecía perfecto, así que me acerqué a ella y me apoderé suavemente de sus labios. Ahora más que nunca siento esta necesidad de protegerla y cuidar de ella, de quererla más que nunca y no traer más que sonrisas a su vida.

Esa noche volvimos a dormir juntos. No hicimos nada más que besarnos, pero para mí eso era suficiente para que la noche fuese perfecta. Sentimos a su abuela llegar como a las dos de la mañana y dirigirse directamente a su habitación. Finalmente, entre besos y caricias ambos nos dormimos.

¿Con quién se queda el perro?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora